Así fue como empezó a estudiar musicoterapia y terminó la carrera con una tesis sobre el taller que ahora se publica en formato de libro. "Del Derecho a ser oído. Una propuesta musical para con adolescentes en situación de calle", editado por Ultimo Recurso, es la publicación que cuenta esta historia. "No quería que mi trabajo terminara en una biblioteca donde no lo leyera nadie. Tenía un perfil social y militante y la intención era poder contagiar a otros las ganas de hacer", confiesa.
—¿Qué tiene de particular la música para pensarla como una una herramienta que puede contribuir a la restitución de derechos?
—La música es algo que sensibiliza, es una forma de poder llegar a lo más profundo, a lo más íntimo de una persona con un lenguaje que es muy universal. De la musicoterapia tomamos la música como sonidos con improvisación libre, donde cada uno toca el instrumento como puede, lo que salga, sabiendo que todos podemos crear un sonido. Es un lenguaje en donde desaparecen todas las reglas a diferencia de lo que sucede en el lenguaje verbal. Estos adolescentes, que tienen una escolarización parcial o casi nula, con condiciones de salud que no son las mejores, que tienen todos los prejuicios sociales pesando sobre ellos, a veces no pueden defenderse con la palabra y en el lenguaje musical encuentran otras formas de expresarse y desarrollan estrategias para hacerse escuchar. Si en un grupo están todos tocando al palo ¿cómo hago yo hacerme escuchar? Ellos van buscando el modo en el juego de la música y yo, desde mi posición de terapeuta, las leo, las trato de observar y después se las devuelvo. Lo que tratamos, en forma de conversaciones luego, es llevar eso a la vida cotidiana para superar ciertas trabas y dificultades.
—Teniendo en cuenta el contexto ¿Cuáles son las principales dificultades que se presentan para llevar adelante el proyecto?
—Lo más básico para ellos es poder sostener un taller sin dormirse. Si un chico estuvo en la calle y casi no durmió porque tuvo que vigilar que no le roben las zapatillas durante la noche, llega al centro de día, se sienta en una silla y se desploma, eso pasa.
—Y cuándo pasa eso ¿qué hacen?
—Se trabaja con cada chico, en charlas personales, cotidianas para tratar de hacerles entender cuál es la particularidad del centro de día, qué reglas hay que respetar, en qué condiciones hay que llegar. Si consumieron, por ejemplo, no pueden venir y eso, no es fácil, porque muchas veces el consumo es una de las herramientas que ellos encuentran para pasar el miedo de estar una noche en la calle. Es una estrategia contraproducente y que después se les vuelve en contra, pero es la que encuentran. Y también está la cuestión de la conflictividad. El peor peligro hoy en día para esos chicos es el narcotráfico. Ellos son los primeros explotados en esas redes, son víctimas y a veces hay conflictos entre bandas que se trasladan al centro de día. No es lo más cotidiano, pero a veces pasa. Otra dificultad grave es la total desconfianza que hay en los adultos porque la mayoría pasó por muchas instituciones que los defraudaron, donde les prometieron cosas que no se sostuvieron. No creen en los adultos y la confianza es algo que tenemos que reestablecer. Aunque estemos en 2017 todavía hay muchas instituciones que siguen trabajando con la lógica de la vieja ley de patronato. Los chicos siguen sin ser considerados como sujetos de derechos, no se los escucha para saber qué es lo que quieren.
—¿Y cuáles son los logros que ven a pesar de todas esas complejidades?
—Primero la posibilidad de sostener la actividad, estar desde principio a fin participando ya es algo inmenso. En ese transcurso se rompe con su cotidianidad, hay algo de un ritual con un principio, un desarrollo, un final. Después de mucho tiempo, logran establecer con los adultos nuevos vínculos de confianza y también con sus pares, relaciones muy distintas a las que se dan en la calle, que no pasan por ninguna necesidad ni interés sino por la alegría de tocar juntos, aparece el juego. Otro logro muy importante es la autovalorización. Es tremenda la sensación que tienen cuando sienten que ellos son capaces de hacer algo. Cuando llevamos eso a un escenario, en donde son protagonistas, hay otra mirada por parte de la sociedad. Es un cambio de posición. De repente tienen la vivencia de ser alguien para la gente. Hay una valorización muy grande por parte del público.
—¿Tenés algún recuerdo presente de esas experiencias?
—Hay un chico que estuvo muchos años en el taller con la banda Tocando Madera y por medio de un intermediario, le ofrecieron una entrevista de trabajo. El fue, se compró una camisa y pudo sostener la mirada de igual a igual con quien lo entrevistó, pudo animarse, se preparó. Muchas de esas cosas él las aprendió en la banda, porque nosotros para tocar en los escenarios nos ponemos el uniforme, nos miramos a los ojos para seguir el ritmo. Son pequeños movimientos pero todos suman a otra forma de estar en la vida y de relacionarse con los demás. Y también es la posibilidad de pensar que los chicos tienen toda la vía posible de salir del circuito de calle y acceder a otra cosa. Eso es parte del proceso de restitución de derecho.
Participación adolescente
La participación de los adolescentes en las organizaciones sociales o políticas es baja en la Argentina. El dato lo sostiene un informe de Unicef ("Para cada adolescente una oportunidad"). Desde el organismo dedicado a la niñez y la adolescencia se advierte que "el país tiene un desafío: no solo para convocar a la mayoría de los jóvenes que aún no ejerce este derecho, sino también para sostener la práctica de participación en el tiempo".
En el trabajo de Unicef —presentado el mes pasado— se resalta que el derecho a la partición de los adolescentes está consagrado en la Constitución Argentina, en la ley de protección integral así como en el amplio plexo normativo del país. "Participar implica la capacidad de influenciar el proceso de decisión. La participación es un elemento clave de la ciudadanía. No hay ciudadanía sin participación, y el propósito principal de la participación es la construcción de ciudadanía. La participación ciudadana es, sin duda, un derecho, sin embargo, es mucho más. Es una oportunidad para promover el desarrollo y reducir las vulnerabilidades", argumenta el análisis que afirma que si bien la Argentina es una sociedad altamente movilizada, la participación de los adolescentes en las organizaciones sociales o políticas es baja.
Derechos políticos
En relación a los derechos políticos, un análisis sobre datos electorales y censales de cuatro provincias ("El voto joven en argentina", Iván Torre, de 2016) encuentra que la tasa de asistencia electoral entre los adolescentes es de 50,3 %, mucho más baja que la de la población de 18 a 69 años (86 %) pero más alta que el 41 % de los electores de 70 años o más. Sin embargo, cuando se les consulta, el 64,3 % de los adolescentes argentinos quisiera darle su opinión a los gobernantes sobre los temas que le interesan. Y el 78,6 % dice que hay pocos o no hay espacios para expresar sus opiniones.
Según Unicef y de acuerdo con los estudios disponibles, el factor que más incide en la participación es la condición socioeconómica de los hogares. Otros factores como el capital social, la existencia de organizaciones en territorio, la promoción de políticas públicas, la remoción de barreras legislativas, también son variables centrales para promover la participación.
También se recuerda que la amplia penetración de las tecnologías de la información y la comunicación en los adolescentes constituye un escenario favorable para impulsar la participación y el activismo. En la Argentina casi el 90 % de los chicos usa un celular para navegar por internet, la mitad está conectado todo el tiempo y la mayoría las usa para comunicarse.
Para hacerle frente a este desafío, Unicef recomienda implementar políticas y programas tendientes a fomentar la participación adolescente en los ámbitos de pertenencia, teniendo en cuenta a quienes están en situación de mayor vulnerabilidad; también generar mecanismos para incorporar la opinión de los y las adolescentes en los procesos legislativos y de políticas públicas que los afectan, incluyendo los presupuestarios.
Ciudadanía digital
También figura en esas recomendaciones, promover una política de ciudadanía digital integral e intersectorial, para maximizar el uso positivo de las tecnologías por parte de los adolescentes. Los medios de comunicación no quedan afuera de esta convocatoria. Unicef propone sensibilizar, brindar orientación y fomentar estándares para los medios de comunicación para superar la visión estereotipada de la adolescencia e impulsar una presencia de los adolescentes en los medios como ciudadanos, brindando oportunidades para expresarse, ser oídos y dar visibilidad a las diversas maneras de vivir la adolescencia. Además de promover la superación de la visión social estigmatizante, estereotipada sobre una adolescencia reducida a una etapa problemática, de crisis o de transición y profundizar una percepción ampliada sobre los importantes procesos cognitivos, sociales, psicológicos, relacionales, participativos, de construcción de identidad y autonomía, de interacción y de diversidad.
Trabajo en taller y perspectiva de derechos
"Del Derecho a ser oído. Una propuesta musical para con adolescentes en situación de calle", es la nueva publicación de la editorial Ultimo Recurso que se presentó el pasado jueves en Rosario. Su autora, An Maeyaert, cuenta la experiencia del taller de música que funciona en el centro de día de la Asociación Chicos y aborda el tema desde una perspectiva de derechos.
La publicación analiza los paradigmas legales que van desde la ley de patronato a la ley de protección Integral de niñas, niños y adolescentes y coteja la normativa vigente con la realidad de muchos jóvenes que aún viven con sus derechos vulnerados y cargan con la mirada temerosa o indiferente del resto de la sociedad. Desde esa perspectiva, el taller de música se presenta como una posibilidad y una esperanza para facilitar la participación, promover la circulación de la palabra y construir nuevas subjetividades en ese grupo de adolescentes.
El periodista y diputado provincial Carlos del Frade es quien escribe el prólogo del libro de An Maeyaert. La autora destaca sobre el escritor rosarino: "Yo retomé parte de sus investigaciones en este libro, lo valoramos y admiramos mucho y le agradezco que haya tenido la generosidad de dar su apoyo a este trabajo".