La biblioteca popular está ubicada en Virasoro 5606 y desde sus orígenes estuvo vinculada a la idea de brindar un espacio en beneficio del barrio. Víctor Bobadilla Lagos es miembro fundador de La Cachilo y recuerda sus comienzos. Primero se creó la radio comunitaria Aire Libre, pero un grupo de vecinos estaba entusiasmado con contar con otro espacio colectivo. Por eso surgió la biblioteca, que se pensó como un espacio especializado en comunicación popular, muy vinculado al trabajo de la radio.
Claudia Martínez, otra de sus fundadoras, también hace memoria y reafirma que la idea de formar en comunicación popular partió de la cantidad de gente que se acercaba a la radio y de las ganas que tenían de promocionar la creación de medios comunitarios, además de considerar que se trataba de una oferta que los espacios académicos aún no brindaban. La Biblioteca Cachilo en sus inicios tuvo ese perfil, pensada para los vecinos adultos.
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La Cachilo está en la esquina de Virasoro y Teniente Agneta.
Foto: Silvina Salinas / La Capital
¿Cómo surgió el trabajo con las infancias en la biblioteca? “Casi todas las mujeres éramos educadoras, entonces empezamos a plantearnos hacer cosas que ayuden a la escolarización de los chicos del barrio”, recuerda Claudia Martínez. El entusiasmo de los vecinos no tardó en llegar y el espacio se empezó a llenar de gente que se acercaba a colaborar y a sumar ideas.
Jaquelín Milán es bibliotecaria, promotora de lectura y también está presente desde que se fundó el espacio. Tiene el recuerdo de los chicos acercándose para buscar material para sus tareas escolares, en un momento en el que internet no era utilizado como hoy: “Eran especialmente los más chicos los que se iban acercando, eso también orientó las actividades hacia los niños y las niñas”. Recuerda que en determinado momento comenzaron a pensar en ofrecerles a los chicos algo más que material escolar, y así surgió la idea de difundir literatura infantil. “El pilar de la biblioteca siempre fue ese, los padres y madres acompañando a sus niños”, dice Jaquelin. La fuerza y las ganas de poblar el espacio siempre partió de los chicos.
"Casi todas las mujeres éramos educadoras, entonces empezamos a hacer cosas que ayuden a la escolarización de los chicos del barrio"
Los logros.
Amelia Villalba es tallerista de yoga desde hace tres años y cree que el mayor logro de la biblioteca fue haberle dado identidad al barrio. “Vivo a tres cuadras de acá y siempre me daba curiosidad. Cuando publiqué en las redes que me dieron el espacio en la biblioteca para hacer el taller de yoga todos me felicitaron, porque la biblioteca es muy conocida en el barrio y en la ciudad”, cuenta con orgullo.
Por su parte, la bibliotecaria Laura Alcaraz recuerda que se acercó a La Cachilo interesada en los talleres de comunicación popular y después se fue sumando a las actividades donde la biblioteca salía a la calle, plazas y veredas. “Ese para mi es el principal logro, acercar la cultura, brindar esos instantes de alegría a muchos chicos que no la tienen cotidianamente. Algunos están en situaciones de vulnerabilidad, otros no tienen situaciones tan difíciles, pero cuando nosotros llegamos los rostros se iluminan porque tienen otra vivencia”, dice Laura, que destaca que el asombro y la felicidad que se refleja en la cara de los chicos cuando manipulan los libros son para ella imágenes imborrables. “Esos son brotes que quedan en el barrio y que van creciendo”, dice.
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La plaza y la calle, uno de los lugares donde también se hace presente la biblioteca.
La Cachilo en la calle.
La capacidad de salir a la calle, tomar la iniciativa y convocar a los chicos y chicas, es otro de los logros de La Cachilo. Sus integrantes cuentan que en eso de copar la vereda no siempre hicieron gala de la misma capacidad de despliegue. Lo primero que salió a la calle fue un carrito donado por un huevero, tracción a sangre, cargado de libros y alfombritas para que los chicos se sienten a escuchar un cuento. Más tarde llegó el Expreso Cachilo dotado de todos los ornamentos y dispositivos para disfrutar de un verdadero show.
El carrito salió por primera vez en el año 2008 y desde ese momento las incursiones de la Cachilo en el espacio público fueron ininterrumpidas. Se hacen siempre los fines de semana, en un primer momento fue con la propuesta de disfrutar de una linda lectura, para luego sumarse actividades artísticas y juegos.
Las anécdotas del carrito comienzan a brotar en la memoria de los presentes y algunas de ellas son de alto impacto. Víctor cuenta que en una de esas salidas se acercó un pibe de unos once años: “Era ‘soldadito’ (de los narcos) y el arma le salía descubierta por debajo de la campera, pero él se acercó y se sentó para escuchar el cuento. Cuando le pregunté que hacía me dijo que él estaba vigilando ese lugar”. Entre otros talentos, La Cachilo tiene la capacidad de poner algunas cosas en su lugar. En ese momento, en el que se relataba un cuento en voz alta, el pibe que quedó grabado en la memoria de Víctor no era un “soldadito”. Era lo que era, un niño de once años escuchando un cuento.
Hoy, cuando van a un parque o tienen una invitación especial llevan el Expreso Cachilo y hacen un gran despliegue de carpas y banderines, lo que es motivo de maravilla para todos los presentes. “Salimos con susurradores y todas las herramientas para convocar. Hacemos talleres que son abiertos para todo el público, y eso también es un valor de La Cachilo”, cuenta Laura, que también saca a relucir sus memorias: “Cuando comencé a salir a la calle con La Cachilo Te Cuenta quedé maravillada por cómo los chicos se acercaban ansiosos por agarrar un libro. Y verlos a todos sentados pidiendo «leéme, leéme, leéme». Eso destierra el mito de que a los chicos no les gusta leer, eso es mentira”. Jaquelín asiente y refuerza la idea de su compañera: “La cuestión es que los chicos tengan la oportunidad de encontrarse con un libro”. “Y también la oportunidad de encontrarse con un adulto lector”, completa Gabriela Escobedo. “A veces sucede que falta el adulto lector, hay chicos que tienen libros en sus casas pero no cuentan con ese adulto mediador, y esa es la función que muchas veces cumplimos. El fuerte de la Cachilo es la promoción de lectura y en eso nos destacamos”, concluye Gabriela, una mamá que se acercó hace doce años a la biblioteca con sus hijas, y desde hace seis coordina el taller de bebeteca.
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La bebeteca, un espacio para los más chicos.
Foto: Héctor Río / La Capital
Las dificultades.
Cuando se les pregunta a sus miembros por los momentos difíciles no dudan en responder al unísono que fueron muchos, y que el actual es uno de ellos.
“Los momentos difíciles son cíclicos”, dice Claudia, haciendo referencia a los gobiernos neoliberales que han castigado a los sectores populares de la población. “En los 90 pensábamos que íbamos a tener que cerrar la radio y decíamos ya no aguantamos más, después llegó el macrismo y dijimos los mismo. Cíclicamente tenemos un no podemos más”, dice Claudia y todos ríen.
Los momentos duros de la biblioteca siempre tuvieron que ver con las crisis económicas y sociales del país. Claudia también destaca la emergencia de otra crisis sanitaria además de la actual, y recuerda que en pleno 2009 se vieron muy afectados por la gripe A. “En ese momento pensamos en no cerrar la biblioteca, la remamos y pudimos hacer talleres en la vereda. Teníamos un eslogan que decía «La Cachilo contagia»”, rememora Claudia. La idea de ese eslogan era expresar que la biblioteca contagiaba alegría, lectura y esperanza. “Creo —dice— que de alguna manera en todas las crisis nos sostuvo y nos sostiene las ganas de contagiar lo que nosotros creemos. Creemos que la cultura y la lectura son un derecho y que los derechos se ejercen, no se piden de rodillas, por lo tanto los hacemos efectivos”.
A pesar de las crisis y con el paso del tiempo, la gente fue entendiendo que la biblioteca es parte de la vida del barrio. “Yo no me imagino el barrio sin La Cachilo y sin la belleza que va aportando”, dice Claudia, que desde una mirada fuertemente inclusiva afirma que desde que la biblioteca existe el barrio ha ejercido su derecho a la belleza, porque el espacio sabe que lo que le tiene que brindar a los vecinos tiene que ser bello y de calidad, algo que hoy se asume en el barrio como natural.
“Hay un reconocimiento de la gente que tiene que ver con las convicciones con las que fuimos transitando todos estos años, a pesar de los retrocesos y las crisis. Siempre las organizaciones populares que trabajan en los barrios la tienen que remar, precisamente porque no forman parte del establishment y también porque laburan para que la cultura sea un derecho”, sostiene Claudia en su balance, y en acuerdo con sus pares dice que siempre se apoyaron mutuamente en los momentos difíciles, que supieron generar compromisos colectivos que se sostienen en el tiempo, y que continuarán trabajando a pesar de las crisis para que todo sea posible.
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La biblioteca se encuentra vacía de actividades por la pandemia.
Foto: Silvina Salinas / La Capital
Los deseos
La pandemia ha dejado transitoriamente los espacios vacíos, pero aún desiertas, las salas plagadas de libros, juegos y colores parecen esperar con los brazos abiertos. A pesar de la distancia presencial la biblioteca nunca dejó de estar presente, apeló a todos los recursos necesarios y logró mantener el contacto y acompañar a todos sus miembros.
“Nosotros no somos sin la gente”, dice Víctor, para anticipar su deseo de que la crisis sanitaria se termine cuanto antes y poder retornar con las actividades. “Mi deseo es volver a sentir las voces de las chicas y los chicos, volver a la ronda de mates y que circule la palabra en presencia”, dice Laura, que anhela el encuentro con la gente, que según ella, es lo que le da vida a La Cachilo.
Jaquelín redobla la apuesta y expresa que su deseo es que la gente entienda que la lectura es un derecho: “La lectura forma parte de nuestra vida, nos ayuda a construirnos como personas, por eso deseo que la lectura como derecho forme parte de la agenda de quienes nos gobiernan”.
Actualmente La Cachilo congrega entre 40 y 50 personas que trabajan por el colectivo. El momento de las salas desiertas pasará, y ese océano de voluntades colmado de compromisos seguirá adelante con el empecinamiento que lo caracteriza, en la tarea de seguir ejerciendo derechos y repartir cuentos, colores y belleza a todos y a todas por igual.