Una crónica publicada hace poco tiempo (*) rescataba este diálogo mantenido entre la directora de una escuela primaria de La Habana y un grupo de docentes que la visitaba: "«El sello fuerte de estas escuelas está en el trabajo con las familias». ¿Qué pasa si un padre o madre no colabora? (pregunta alguien que integra el grupo de visitantes). La directora y unas maestras extrañadas ante la pregunta responden «No está la posibilidad, es una obligación de la familia asistir, trabajar con la escuela, además siempre tienen interés. El eje de nuestra tarea es el de escuela-familia-comunidad»".
¿Qué rescato de este diálogo? Dos afirmaciones contundentes: "El sello fuerte de las escuelas es trabajar el eje familias-escuelas" y "No existe la posibilidad de no trabajar con la escuela, es una obligación de las familias". Me sorprende gratamente la contundencia de la respuesta de la directora: "No existe esta posibilidad..."
Recorro mi larga trayectoria docente y reflexiono que este eje "Familias-escuelas trabajando sobre un tema común" constituye para mí una asignatura pendiente, y no por haber bajado los brazos. Acude a mi memoria el artículo que escribí sobre este tema en los lejanos 60, en uno de los primeros números de la Revista Hacer, dirigida por Fernando Prieto. En distintas escuelas (Nº 664 de San Lorenzo y Nº 59 y Nº 83 de Rosario), y desde los años 80 en adelante, organicé actividades con las familias, más allá de lo administrativo y pautado reglamentariamente. Me interesaba contactarme con la padres y madres, para trabajar sobre temas del momento, que cambiaban según los tiempos y los contextos en los que las escuelas estaban insertas: desde las vacunas imprescindibles hasta los efectos tóxicos del tabaquismo y el alcoholismo; también hablamos de Malvinas, del Sida, de educación sexual, entre otros temas. Siempre con la ayuda de mis compañeras del equipo directivo, de algunas docentes comprometidas y con profesionales que adhirieron a los proyectos con compromiso y responsabilidad.
Recuerdo que en todas las reuniones previas al desarrollo de la actividad programada, no faltaba alguien que preguntara: "¿Y si no viene nadie? A lo que rápidamente respondía: "La hacemos con un solo padre/madre o con medio". Nunca tuvimos que suspender una reunión, a pesar de que los porcentajes de presentes no siempre fueron estimulantes.
Trabajo integral
Me pregunto a la distancia: ¿Qué pretendíamos en esos viejos tiempos? Teníamos una mirada un tanto ingenua (a la luz de la complejidad que presenta el tema hoy). Hablábamos de la importancia de trabajar integradamente, para que los padres y las familias se abrieran a los grandes temas, conocieran y se informaran acerca de las problemáticas que agitaban la opinión pública del momento, que enriquecieran el diálogo con sus hijos, que se modificaran actitudes y se superaran prejuicios. En esos primeros años creíamos que el "conocer" y el "saber" lograban el "milagro" de transformar el "querer" y el "poder hacer" en consecuencia a lo trasmitido. Hablábamos de la necesidad de trabajar integradamente, de alcanzar a construir un discurso común.
Posteriormente esta preocupación se amplió a los docentes que trabajaban en contextos de pobreza; el interés se extendió a unir esfuerzos con docentes y familias en contextos privados en múltiples aspectos: la temática exclusión-inclusión comenzó a interpelarnos con más fuerza que nunca.
Las investigaciones realizadas con un equipo conformado con colegas, directivos y docentes en un jardín de infantes del barrio Las Flores, nos acercó a la problemática de los docentes, las familias y los niños de esos contextos desfavorecidos y nos abrió a interesantes bibliografías especificas. El contacto estrecho mantenido con las integrantes del equipo y las docentes, las experiencias vividas, las reflexiones compartidas, las conclusiones, las posibles acciones a considerar, intensificaron nuestras convicciones sobre la importancia de la cultura familiar y social como estructurantes básicos de subjetividades singulares.
Volviendo a mi asignatura pendiente de lograr que en las escuelas se trabaje fuertemente con las familias en forma sistemática, con sólidos marcos teóricos consensuados, más allá del voluntarismo docente y con compromiso del gobierno de turno, rescato las convicciones con las que abordamos el tema allá por los '60 y '70, quizás un tanto simplistas, pero valoro mucho más nuestras intuiciones. Allá a lo lejos, intuíamos que algo les pasaba a los pibes... en el corazón... en la inefable psiquis... en el cuerpo... cuando vivían con estrés crónico, con maltrato, con hambre, con carencia afectiva, con pobreza. Hoy tenemos investigaciones que así lo comprueban.
Variables
El eje familias-escuelas en el presente debiera atender a ciertas variables, como:
.Comprender que no sólo el nivel inicial debe preocuparse por trabajar con las familias para armar programas de acompañamiento (como muchas instituciones lo vienen haciendo). Esta tarea no es exclusiva de los primeros mil días de desarrollo cerebral, sino que las investigaciones científicas han demostrado que también la pubertad es relevante; lo que supone comprometer a los docentes de las escuelas medias, especialmente insertas en contextos de múltiples pobrezas.
.Seguir proponiendo a las familias que escuchen, hablen, dialoguen, argumenten, canten, jueguen, creen situaciones de exploración y solución de problemas, den espacios para crear, practiquen diversidad de amistades, se abran a la realidad circundante con juicios críticos y reflexivos, y que todas estas prácticas formen parte de la crianza que pongan en marcha.
.Comprender que las acciones no sólo deben realizarse en un solo grupo etario y que las soluciones no vienen sólo de lo que la escuela haga, pero que sin ella tampoco serán suficientes.
.Superar la idea de que las acciones de un solo sector son transformadoras. Lo son si están insertas en proyectos más globales e integradores y deben incluir a padres, familias y vecinos; van más allá de lo que las escuelas hagan o dejen de hacer: involucra a políticas integrales multimodulares, del campo de la educación, de la salud, de las prácticas económicas y productivas y hasta la conservación ambiental y el diseño urbano.
Mi utopía incumplida de lograr que el eje familias-escuelas se asemeje a la metáfora de la yunta (tronco que unido a las cabeza de los bueyes tira para el mismo lado el arado y lo hace avanza en misma dirección), dista mucho de los deseos de los primeros años. Hoy tengo una mirada más holística, integradora, interdisciplinaria, menos voluntarista y más exigente hacia aquellas instituciones (nacionales, provinciales, privadas) que puedan aportar a hacerla realidad.
Dalmar Fay
Psicóloga y ex docente (1960-2010) (*) "En nuestras escuelas las niñas y niños son felices".
Suplemento Educación,
La Capital, 18 de febrero de 2017.