El vínculo de Eduardo Risso con la historieta comenzó cuando era muy chico. Aún no sabía leer y quedó maravillado con esos cuadritos llenos de dibujos y palabras que le abrieron un mundo. Ese universo que se respira en cada rincón de su estudio de paredes tapizadas con ilustraciones, revistas y libros de cómics y muñequitos de villanos y superhéroes. En un estante hay una figura de Batman y otra del Guasón: Risso dibujó para DC, la editorial norteamericana creadora de los personajes de Ciudad Gótica. En la biblioteca también asoman afiches de ediciones pasadas de la Crack Bang Boom (CBB), la convención rosarina de historieta de la que Risso es su fundador. Y más allá un muñequito en blanco y negro de El Eternauta, el personaje creado por Héctor Oesterheld. Precisamente hoy, 4 de septiembre, se celebra en la Argentina el Día de la Historieta, fecha en la que apareció el primer número de la revista Hora Cero en 1957, donde Oesterheld publicó originalmente El Eternauta, la historia de Juan Salvo y sus amigos.
“El Eternauta marcó un rumbo e hizo un quiebre en el cómic, en aquel momento no se pudo dilucidar pero ahora sí ya lo podemos saber. Hizo un quiebre fundamental en la manera de contar una historia”, dice Risso a La Capital. Y sobre Oesterheld sostiene: “Era de los pocos, después conocí a otros guionistas como Carlos Trillo o Robin Wood y alguno otro también, que tenía esa capacidad de trabajar en simultáneo con varios artistas y en historias de géneros distintos”.
La luz ilumina con fuerza su estudio y Risso repasa con negro las sombras de un dibujo. Nacido en Leones (Córdoba) y dibujante autodidacta, Risso trabajó en la editorial Columba, en Fierro y en DC, entre otras publicaciones. Con Ricardo Barreiro hizo Parque Chas, con Carlos Trillo en Bolita y Fulú (entre otros) y con Brian Azzarello en 100 balas y Moonshine. Ganador del prestigioso premio Eisner, hoy su nombre está entre los más destacados en el mundo de la historieta, un lenguaje al que considera como un recurso más que interesante para trabajar en las escuelas. “Qué mejor que aprender la historia de San Martín contada a través de los dibujos”, dice en medio de la charla. Y a los chicos interesados en este camino los invita a seguir su instinto y a formarse.
—¿Cuáles son los primeros recuerdos de tu vínculo de chico con la historieta?
—Son muy gratos porque descubrí una revista de historietas en la casa de un vecino. En mi casa no se leía eso en ese momento, entonces diría que fue un amor a primera vista. No recuerdo qué tipo de historieta era, pero me deslumbró lo que leía. Y no sabía leer todavía, porque tenía cinco años, fue antes de escolarizarme. A partir de allí fue comprarlo para ver si entendía a través de los dibujos, y después una vez que comencé a leer, tratar de emularlas dibujando mis propias historias. Lo disfrutaba mucho. No dejaba de ir a la escuela, no dejaba de jugar al fútbol, no dejaba nada. Pero a la tardecita, después de hacer mi tarea para el colegio me sentaba y dibujaba mientras esperaba la cena. Y después de la cena también siempre hacía una horita de dibujo, lo que fuera. Me encantaba.
—¿Qué historietas leías en tu infancia y adolescencia?
—Yo leía mucho lo que era la editorial Columba. Y después descubrí la editorial Récord. En Columba me marcaron mucho las historias que escribía Robin Wood, y por ende los dibujantes con los que él colaboraba. Me llamaba muchísimo la atención porque eran historias muy profundas y esos artistas de alguna manera también aportaban elementos que eran visiblemente muy creíbles. Esa era una forma también de generar un ojo clínico para aquellos a los que nos gusta dibujar.
—¿Cómo analizás el fenómeno cultural de Columba en los 60 y 70, que llegó a vender 2 millones de ejemplares mensuales entre las distintas revistas?
—Hablaste de fenómeno cultural y eso es fundamental. La cultura en ese momento en el país era muy alta. Entonces más allá de que el fenómeno se dio muy fuerte en la Argentina, había una raíz cultural que la sostenía. No te olvides que en la posguerra aquí abrevaron grandes talentos de Italia como Hugo Pratt, que prácticamente formó su carrera aquí para luego retornar a Europa y allí seguir haciendo su magnífico trabajo. Pero eso formó parte de una época que lamentablemente como todo en nuestro país fue decayendo. Pero siempre digo, parafraseando a un director técnico, que la base está. El único problema es que los tiempos de los hombres no son los mismos que los de las sociedades. Tenemos que vivir una evolución o involución para poder proyectarnos nuevamente. ¿Cuánto tiempo demanda? Nadie lo sabe. Depende pura y exclusivamente de nosotros.
—¿A quienes considerás maestros en tu trabajo?
—Como autodidacta todo lo que pasaba frente a mí y me podía ayudar a formarme lo tomaba. Pero básicamente siempre recuerdo con mucho cariño a Alberto Breccia, con quien tuve la oportunidad de hacer un curso de seis meses. Muy cortito pero que me abrió la cabeza. De afuera podemos tomar a Moebius y a Sergio Toppi. En ese momento no veíamos tanto el mercado americano, sino que nos influenciaban más los europeos.
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“Siempre recuerdo con mucho cariño a Alberto Breccia, con quien tuve la oportunidad de hacer un curso que me abrió la cabeza”, cuenta Risso.
Foto: Sebastián Suárez Meccia / La Capital
—¿Cuál es tu mirada sobre el actual fenómeno de los superhéroes?
—Soy un atrevido al decir esto porque no conozco mucho, porque desde ya que no los leo, pero tengo la sensación que la figura del superhéroe fue in crescendo básicamente porque entra masivamente a través del cine. Yo incluso me encuentro gratamente sorprendido por lo que me brindan muchas de esas películas, ya que no conozco en profundidad esos personajes de haberlos leído. Pero también es cierto que hay un abuso de parte de las compañías por usufructuar esos personajes. Llega un momento que los empiezan a agotar en sí mismos. Hacen una película, tienen éxito y en vez de hacer otra con otro personaje vuelven a lo mismo, tienen que exprimir al máximo y llega un momento que no da para mucho más. Es una jugada que tienen, que desde el punto de vista económico les reditúa muy bien, pero a futuro no sé qué tan bien le puede ir.
—Además de dibujante sos coordinador e impulsor de la CBB, donde van chicos y grandes y no hay un corte generacional.
—A eso apostamos cuando soñamos la Crack Bang Boom. Era mi idea principal. No podemos hacer un evento que no podamos proyectar en el tiempo. Y si queremos hacerlo tenemos que pensar en varias generaciones. Que se vaya transmitiendo ese amor por los cómics. Ya sea porque empiezan a ver al cosplayer —los que se disfrazan de personajes de cómic, el cine o videojuegos— y después quieren saber de dónde viene ese personaje a través de un libro o lo que sea. Para nosotros eso sirve. Tiene que servir para motorizar la industria porque si no hay ese feedback con el público no hay forma que la industria se renueve tampoco. Es muy loable que hayamos podido lograr ese paso generacional.
—En la CBB se ven a chicos y jóvenes mostrando sus trabajos. Y también en centros culturales barriales hay talleres de cómics o dibujos. ¿Que podés decir de los aportes de estos lenguajes?
—Es fundamental. En algún momento, y voy a retrotraerme a los años 70, en algún país se usó el cómic para que los chicos aprendieran a leer. Mirá si será importante. Los chicos aprenden a dibujar antes que a leer y escribir, es algo casi natural. Yo mismo tanto en la primaria como en la secundaria tenía amigos que dibujaban al mismo nivel que yo, con la diferencia que yo seguí ahondando en ese camino. Pero es importantísimo. Qué mejor que aprender la historia de San Martín contada a través de los dibujos. Es fundamental. Esto está ligado a la cultura y a la educación. Por eso también la idea de la CBB es que no se puede hacer de manera privada. Tiene que estar comprometido el Estado también, involucrarse.
—Me quedé con algo que decías de la historieta como recurso para el aula. ¿Recomendás a los docentes que por ahí no están familiarizados con este lenguaje a llegar a sus alumnos a través de una historieta o una novela gráfica?
—Sí, todo lo que sea arte tiene que llegar al alumno. Yo mismo como autodidacta me he nutrido del cine y de las artes plásticas y tomé un montón de cosas que no aprendí de la historieta. A un alumno le tiene que llegar todo para que pueda discernir. Escuchaba a alguien que sabiamente decía que hay que acercar, sobre todo a los más jóvenes, a la cultura y desde todo punto de vista. Que conozcan lo que es el teatro, el cine, la televisión, la novela, la historieta. Cultura general. Después que elija lo que le gusta, pero acercarle eso para que sepa. Eso hace que uno crezca.
—Sos referente para muchos chicos. ¿Qué recomendación le darías a quienes recién se inician en el dibujo de historietas?
—Lo primero que me sale decir es que sigan el instinto. No necesariamente tiene que ser historieta, pero si les gusta esto que sigan adelante. Hay que formarse. El mundo hoy está abierto de par en par para los nóveles. Eso quiere decir que van a salir a competir con todo el resto del mundo. ¿Qué significa eso? Que hay que prepararse muy bien para no llegar con pies de barro, hay que llegar con pie sólido, mostrarse sólido con lo que uno va a mostrar. Después las puertas se empiezan a abrir solas una vez que uno le muestra que puede sostener lo que hace a través del tiempo, con sus trabajos y compromiso. No hay editor que no quiera tener un nuevo talento dentro de su mundo editorial. Para eso se han hecho las Comic-Con, porque querían conocer nuevos talentos. Los están buscando todo el tiempo. Pero tiene que ser alguien que rompa los moldes. Porque para copiar a otro hay una legión a la vuelta de la esquina y a 12 mil kilómetros de distancia quizás tienen a alguien que realmente hace algo bueno.