De los tantos anacronismos que traspasan la ciudad de Rosario, con la mirada cómplice o ex profeso distraída de urbanistas (¿urbanistas?), quizás el más molesto y perturbador del ánimo ciudadano sea la playa de maniobras del NCA. ¿La ubica estimado lector.? Allí mismo donde hoy debería estar estacionando el tren bala, ese por el que pagamos cash, usted y yo claro, las comisiones y los asesoramientos, aquél del crédito fácil y barato. Bueno allí, los herederos de la otrora orgullosa Fraternidad, rompen la armonía de la noche y perturban el descanso de los vecinos a puro chirrido de fierros obsoletos y mal lubricados. Pero el plato fuerte son los bocinazos. Las bocinas deben ser lo único moderno y paradójicamente lo mas antiguo. Seguro que los artefactos son de última generación a juzgar por la innecesaria potencia de su sonido. Pero como sistema de comunicación son un espanto. Como es un espanto la velocidad con que se desplazan las locomotoras dentro del predio. Y el mayor espanto es la falta de idoneidad de los conductores. Tocan innecesariamente las bocinas, en forma reiterada, cuando los vecinos pretendemos dormir. Ahora que los mendigos y proxenetas de la política suplican por votos, quisiera ver al menos a uno que silencie las bocinas e impulse sacar la espantosa playa de maniobras que corta la ciudad por el medio en las horas más dispares. Además, ¿quién fiscaliza la cantidad de vagones en cada formación? Es tan sencillo como ponerse en un paso a nivel o poner un contador automático para ver como cada día esta seudoempresa transgrede el compromiso con el Estado y con cada ciudadano. ¿El gremio? Bien, gracias, brilla por su ausencia. Va a aparecer cuando ocurra una catástrofe. Como en el Sarmiento.