—Algo tendrán cada una de esas canciones. Algo tendrá el agua cuándo la bendicen. Pero entrar en conversar qué tiene cada una de ellas nos llevaría mucho tiempo. Por ejemplo, la versión de “Lucía”, con Pablo Milanés, en una versión solamente a guitarra. Otro tanto en la versión de “No hago otra cosa que pensar en tí”, que hago con Paquita la del Barrio, busco sacar a la Paquita más del barrio. Y cuando hago “Las malas compañías”, con los Les Luthiers, me interesan justamente los instrumentos y el humor de Les Luthiers. Ellos, haciendo el arreglo con sus instrumentos absolutamente extraordinarios.
—Y eligió “Aquellas pequeñas cosas”, con Mercedes Sosa.
—Con Mercedes aprovecho una grabación vieja. Hubiera querido volver a grabarla, pero no se dio. No quise que faltara, y afortunadamente teníamos una grabación reciente.
—Desde muy joven, vino a Latinoamérica, ¿veía que su destino era todo el mundo hispanoparlante, y no sólo España?
—No he sido un hombre tan visionario, me he dedicado al día a día. No he tenido grandes visiones, no he hecho grandes proyectos, y eso también me permitió no sufrir grandes decepciones. He ido caminando a paso de hombre, y tuve la fortuna de coincidir en tiempos y en lugares determinados, que me obligaron a definirme y por lo tanto a crecer. Cuando hago un nuevo trabajo (discográfico) tengo la excusa perfecta para recorrer todos esos lugares donde me siento hijo.
—Según pasan los años, cuando regresa a esos lugares que se considera “hijo”, ¿siente que todo sigue igual, o que cambió bastante, y que usted es otro y que el sitio que lo acoge también es otro?
—No soy especial, vivo bien. Tengo algunos leves reproches que hacerme, pero vivo en armonía con todos los Serrat que fui a lo largo del tiempo.
—¿Tiene alguno de esos leves reproches que quiera contar?
—Nooo, yo no me traiciono a mí mismo y no me botoneo (risas).
—¿Y los aciertos?
—Fueron por casualidad, empezando por mi padre y mi madre, que yo no hice nada por tenerlos. Otro tanto con los amigos que fui encontrando a lo largo de la vida.
—Habla de sus padres, que fueron trabajadores en la Barcelona de la posguerra. ¿Cómo recuerda a ese niño en tiempos de carencias materiales, que se formó también con los saberes que otorga la calle?
—Positivamente. Cada vez que pienso en un niño en la calle en Barcelona, en 1944, no tiene nada que ver con un niño en la calle de Buenos Aires, en 2014. La guerra dejó mucho dolor, pero también mucha solidaridad. Tuve padres cuidadosos, y una vida escasa. No tuve ducha de agua caliente en mi casa, hasta que fui mayor. Pero nos ingeniábamos para hacernos de alguna sociedad deportiva que tuviera duchas con agua caliente. Y, con todo, éramos felices.
—¿Cómo sucedió el momento en que ese niño, en la escasez de la posguerra, que juega en la calle y no tiene ducha de agua caliente, al poco tiempo comienza a conectarse con gigantes de la poesía, como Rafael Alberti, Antonio Machado, Miguel Hernández y Federico García Lorca?
—La poesía me llegó en la post adolescencia, la juventud. Y con mis primeras novias lectoras, las que iban a la universidad. Ellas me enseñaron que existía la poesía. En el barrio teníamos otro tipo de lectura, aventuras, historietas. Pero no he echado de menos una buena biblioteca en mi casa.
—¿Le parece razonable tener algún tipo de nostalgia con ese pasado pre televisivo, donde la lectura gráfica tenía toda la centralidad?
—No me preocupa si es razonable o no; digo que trato de no sembrar la nostalgia en la puerta de mi casa, ni creo que el pasado fuera mejor. Pero sí suele ocurrir que mis sentidos encuentran trampas y caen en ellas. Una imagen, olores, tactos, sabores; y ahí me dejo llevar. Y en medio de esa maravilla me digo a mí mismo “ya vendrán a rescatarme”.
—Como artista, ¿tiene alguna preocupación en el sentido de producir y ofrecer nuevas cosas?
—Como artista, y también como persona, lo nuevo lo puedes encontrar quedándote quieto. No necesitas ir de prisa hacia adelante. La moda es lo más banal, lo que hoy está de moda, mañana no. Y luego vuelve. Cuando me siento vacío de música o literatura, vuelvo a Quevedo (poeta español, siglo XVI). Y me vuelvo a emocionar. Por lo tanto no vivo tan amargado en la búsqueda de lo nuevo. Me conformaría encontrar en lo que hago una música conmovedora, aunque no se enfoque en el concepto de lo nuevo.
—Hablando de lo nuevo, ¿el siglo XX, hasta los años 70, fue una época inigualable? Hoy, pareciera que no hay más grandes poetas y grandes cantautores.
—Hay poetas, hay muchos, pero de algo tienen que vivir. Los poetas cantaban en las cortes, publicaban en los periódicos, vendían libros. Hoy la poesía escrita no vende muchos ejemplares.
—Cuando va a Rosario y encuentra que su amigo Roberto Fontanarrosa ya no está. ¿Es otra la ciudad?, ¿cómo se lleva con eso?
—Caminar por la ciudad, la naturalidad de esos lugares que fueron imprescindibles en la compañía del Negro, ha dejado de serlo. Las ciudades no son piedras, son personas, sentimientos. Pero no podemos estar eternamente haciendo el recorrido del entierro.
—Pienso en esas fotos míticas, con Fontanarrosa, usted y los amigos de la Mesa de los Galanes, sentados a una mesa larga en la casa del Negro, en el barrio de Alberdi. ¿Cómo nació esa entrañable comunión?
—En la derrota (risas)
—¿Cómo en la derrota?
—Empezamos nuestra amistad en un boliche, en Barcelona, la noche de la derrota de Argentina con Bélgica, en el primer partido del Mundial 82. Estuvimos (César) Menotti, Fontanarrosa y yo.
—El día que debutó Diego (Maradona), una derrota inesperada. Toda la Argentina esperaba más de ése equipo de Menotti.
—Sí, pero así y todo el equipo se vino arriba. Luego pasaron otros accidentes, pero no es el tema de ésta nota.
—Sin embargo, y volviendo a su amistad con Fontanarrosa, no todo fue fútbol en ése vínculo.
—Bueno, hubo toda una generación de dibujantes, Caloi, Crist y muchos más que fuimos muy hermanados. Nos encontrábamos en Rosario, pero también en Madrid, Barcelona, o en Roma, donde sea. Todos habíamos sufrido de algún modo la censura.
—Su disco cuádruple, “Antología desordenada”, va acompañado de una producción gráfica muy importante. De cien páginas. ¿Qué volcó de su vida en ese material?
—No es un racconto profesional, son personajes, discusiones desordenadas. Pero debo decir que falta la parte más divertida, entretenida, lo amoroso, lo sexual, de eso no hay nada.
—Tal vez se lo esté guardando para un segundo libro?
—De momento, no tengo ningún interés. Me ha ido muy bien guardando silencio y portándome como un caballero (risas). Tampoco el libro refiere a mi vida política.
—Segundos antes de comenzar esta entrevista, dejó un ejemplar del diario El País, que estaba mirando. ¿Cuánto interés le sigue produciendo el acontecimiento político, en España, en la Argentina o en Latinoamérica?
—Bueno, me informo en defensa propia. Me interesa saber qué sucede, y cómo sucede. Y cómo se comporta la clase política y económica. Y soy solidario con la gente también en defensa propia. Somos parte de una sociedad, y nada nos sucede individualmente.
—Algunos luchadores políticos de la izquierda latinoamericana, que apenas emergían cuando usted vino por primera vez a esta tierra (finales de los 60) hoy son presidentes. ¿Cómo lo toma?
—Alguno presidente, y muchos muertos. La gran tragedia de Latinoamérica. Si todos ellos estuvieran vivos, quién sabe cómo podríamos estar hoy día.