Gestionar desde una ONG requiere de la plenitud y coherencia humana para desarrollar una tarea razonable y diferenciada de los organismos oficiales. Pues el alma misma de una organización radica en este punto. La autonomía e ideología que permite sustraerse de todo el circo mediático, que puede llegar a atropellar toda una trayectoria de años dedicados a una tarea noble. Desde el inicio de la Fundación Esperanza de Vida, allá por el otoño del año 1986, que veo la interrelación entre los estados y las instituciones y la brecha inmensa en el entendimiento de las problemáticas sociales. Pues desde los escritorios burocráticos y con los fondos públicos disponibles es fácil pensar problemáticas sociales tan complejas, y otra cosa es el llevarla a cabo en el terreno y con las miserias cotidianas que necesitan ser resueltas. Cuando una ONG se relaciona de forma carnal con el Estado pierde perspectiva, gestión y credibilidad, pues nosotros estamos para cogestionar y para llevar adelante lo que el Estado abandonó o no se hace cargo. Los subsidios en millones por amabilidad política o por conveniencia sólo son pesadas cargas en el cuello de las instituciones, que sólo logran entorpecer aquello que nació intuitivo y solidario. La posibilidad de generar vínculos sensatos con el Estado tiene que tener la claridad de lo que se llevará a cabo y las responsabilidades bien definidas de cada cual. La tarea ineludible de una ONG que surgió de la vocación, producto de vivencias personales, y luego creció bajo el amparo humano de personas que adhirieron desde la solidaridad genuina, es gestionar con sus ideales no negociables, aquello por lo cual nació, defiende y se sostiene. Mientras que la tarea del Estado es enriquecer desde lo profesional, económico y social esa labor privada para que se desarrolle con garantías de seriedad y eficacia. En estos términos es posible que las crisis sociales que nos definen actualmente, puedan encontrar salidas ciertas ante una humanidad que se desploma en su egoísmo y especulación espeluznante.