Puerto Príncipe. Enviado Especial.— Puerto Príncipe y sus suburbios se ven menos miserables desde la altura. Pero a medida que el avión se acerca a la pista del Aeropuerto Internacional Toussaint L'Overture el "paisaje" urbano y social es estremecedor. Es que cuando apenas aterriza se pueden contemplar por la ventanilla centenares de viviendas precarias de ladrillos de arena y techos de zinc y calles caóticas y polvorientas repletas de gente que bordea el perímetro de la más que modesta terminal. Esta imagen de bienvenida a Haití la da Citi Soleil, el barrio más pobre del país más pobre de América, una zona que se extiende desde el aeropuerto hasta la bahía de esta capital, sobre el mar Caribe. "Citi Soleil es el barrio más peligroso de Haití, la situación acá es muy frágil. Durante el día está considerada una zona amarilla donde hay que patrullar con muchísimo cuidado, y durante la noche se transforma en una zona roja, muy peligrosa, donde operan distintas bandas delictivas y pandillas". El capitán de fragata Roberto Facundo Morán, jefe de prensa del contingente argentino de cascos azules desplegados en la misión de paz en Haití, realiza esta afirmación mientras recorre junto a este enviado las calles de Puerto Príncipe en una cuatro por cuatro blanca identificada con las siglas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Los haitianos padecen la pobreza más indignante, y no sólo los 85.000 damnificados por el devastador terremoto de 2010 que siguen aún bajo tiendas de campaña en campos de desplazados. El 80 por ciento de la población vive con 1,3 dólares diarios y el 50 por ciento está desocupada.
¿Cuánta gente vive en Citi Soleil? Nadie lo sabe, es que nadie se atreve a contarlos. Pero se habla de unas 300.000 personas, todas en condiciones muy precarias. Lo que sí es seguro es que una gran parte de sus habitantes son niños (el 41 por ciento de los 10 millones de haitianos tiene menos de 18 años).
En este inmenso barrio, como en casi la totalidad de Haití (salvo en Pétionville, en la parte alta de Puerto Príncipe, donde reside la clase alta que vive en una isla de privilegios en un mar de miseria en un país donde casi no hay clase media), asedian el hambre, el hacinamiento, la violencia, el desempleo, la suciedad y las carencias materiales de toda índole. Gran parte de la gente vive en casas de cemento a medio construir con un agujero en el exterior que hace las veces de inodoro. No hay red de agua potable, cloacas, disposición de residuos, la energía eléctrica es extremadamente limitada (muchísimas casas directamente no tienen luz), el alumbrado público es inexistente, gran parte de las calles son de ripio y el servicio de salud es extremadamente precario. En Haití no hay casi nada, no se garantizan ni los servicios esenciales. Es que lo que principalmente falta en este país es Estado. Y así es difícil que las cosas salgan bien. Un dato lo ejemplifica: el 90 por ciento de las escuelas son privadas, manejadas por comunidades, organizaciones religiosas y entidades no gubernamentales en un intento por paliar la ausencia de lo público. Y esto en un país donde el analfabetismo llega al 50 por ciento, las escuelas secundarias matriculan solamente al 20 por ciento de la población elegible, la tasa de mortalidad infantil sigue siendo escandalosa (70 por cada 1.000 nacidos vivos; como referencia la vecina República Dominicana, país también pobre, tiene 21,3) y tan sólo la mitad de los niños está vacunada.
Y como si no fueran suficientes las "plagas" que soporta, Haití fue sacudida hace cinco años por un sismo que duró 38 segundos fatales. Fue de una magnitud de 7 grados en la escala de Richter (el más devastador de la historia de este país), y mató a unas 316.000 personas, produjo 350.000 heridos y dejó sin casa a un millón y medio de haitianos. Y a pesar de la voluntad expresada por la comunidad internacional para ayudar a este país caribeño a sobreponerse de la tragedia, se ha avanzado poco en relación con las demandas existentes. Antes del terremoto Haití era el país más pobre y desigual del hemisferio occidental. Hoy sigue siéndolo.
La principal fuente de energía de los haitianos es la madera (se cocina con carbón vegetal), y así la población se consumió los árboles y los bosques del país ya casi son inexistentes. Un dato clave que puede explicar otro de los frecuentes desastres naturales que sufre Haití: las inundaciones.
La fragilidad del Estado haitiano es tal que empujó en 2004 a la ONU a implementar una misión de paz de cascos azules para intentar estabilizar la situación institucional y de seguridad y fomentar el desarrollo tras el golpe que destituyó al entonces presidente Jean-Bertrand Aristide provocando un caos político. Argentina integra desde sus inicios esta misión y actualmente tiene desplegados 561 efectivos, pero a partir de fines de abril próximo retirará sus tropas en consonancia con una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que dispuso disminuir la presencia militar multinacional en este país.
Haití sí que es un caso paradójico. Es hoy un país extremadamente débil que vive en un infierno social, pero tiene sus orígenes en una epopeya, y ésta con todas las letras: se constituyó como nación tras una singular revolución social protagonizada por los esclavos contra los colonizadores franceses convirtiéndose en el primer caso de la historia universal de una rebelión exitosa contra esta forma de explotación. Así, en 1804 declaró su independencia transformándose además en la primera nación de Latinoamérica en hacerlo. Por todo esto pagó su precio: fue duramente marginada por las potencias europeas.
El 95 por ciento de la población de Haití desciende de negros africanos y el restante 5 por ciento es mestiza o blanca (criollos europeos). Y la mayoría practica el vudú, una religión que se originó a partir de las creencias que poseían los pueblos que fueron trasladados como esclavos desde Africa. En las calles de Puerto Príncipe se escuchan por igual los dos idiomas oficiales, el francés y el criollo haitiano, una lengua basada en el francés y que contiene influencias africanas y vocabulario del español.
En un paredón cercano al aeropuerto llama la atención un graffiti que reza: "El dinero no es agua, pero te limpia". Es que los "excluidos" de Haití, o sea más del 80 por ciento de la población, se las arreglan como pueden para sobrevivir, la mayoría en la economía informal. Changas, venta ambulante, lustradores de zapatos, intercambio de cualquier tipo de mercadería o directamente piden limosna. Así es en Haití, el que tiene frutas (mango o banana, principalmente) se sienta al borde de una calle y lo vende, y lo mismo ocurre con el que junta un par de zapatos, unas remeras, bolsas de arroz o poroto, muebles y hasta neumáticos usados. Las calles son un inmenso mercado.
Pero la gran mayoría de los habitantes de Haití vive de las remesas de sus familiares que residen en el exterior y de las donaciones internacionales que se canalizan a través de las mil ONG's que trabajan en este país. Más de la mitad del dinero que corre por las calles de la isla lo aporta la diáspora haitiana, instalada en su mayoría en República Dominicana (se calcula que hay 1.100.000 haitianos) y Estados Unidos (600.000). Son haitianos que huyeron del país durante la ocupación norteamericana (1915-1934), la dictadura de los Duvalier (1964-1986) y en las últimas décadas expulsados por las atroces condiciones de vida que se mantienen en el tiempo. "Lo primero que me sorprendió al llegar a Haití es que se ven muy pocas personas mayores", señala el capitán Morán, y seguidamente lo explica con un dato: la esperanza de vida es de sólo 61 años (el 19 por ciento de la población no sobrepasa los 40 años de vida).
En Puerto Príncipe todo pero todo parece carcomido por el sol, la intemperie y el olvido. La basura se apila en la vía pública en montañas donde se alimentan cabritos. La falta de infraestructura y de calles en condiciones de desplazarse (todas con zanjas a los costados y muy pocas con veredas) hace que recorrer 500 metros en vehículo demande más de quince minutos sin exagerar. La multitud de gente que se ve en la calle está sin hacer nada. Simplemente está. Sale de su casa para rebuscarse la vida.
Agonía. El sol cae en Puerto Príncipe. Ese mismo sol caribeño que quemó durante todo el día. El reloj marca las 19 hora local (21 de Argentina) y el termómetro apenas bajó a 25 grados. Las calles, todavía repletas de gente, comienzan poco a poco a quedarse a oscuras por falta de alumbrado público. En una esquina de la céntrica Rue Delmas pasa una mujer llevando en la cabeza un tacho de pintura lleno de agua potable (todo en Haití se lleva sobre la cabeza y el agua potable se vende por litro). Pero entre tanta pobreza y en medio de calles polvorientas y mugrientas, sorprende el impecable y pulcro vestido blanco que lleva. Una imagen que termina de corroborar que en la miseria de Haití todos los detalles parecen un lujo.