—Una carta del lector Federico Lande. Experiencias de la vida cotidiana,
titula el mail que me envió y dice así: "Cotidiando. El semáforo se pone en rojo. El taxista se
queja, pero frena. Está de mal humor. Como no tenía ganas de charlar, decido esquivar su posible
mirada del espejo retrovisor y miro hacia mi derecha. Al lado nuestro un auto rojo, un 206. Dentro,
una señora de unos cuarenta. En el asiento del acompañante, un perrito de raza. Ella le habla y lo
acaricia aprovechando el minuto que da el semáforo. Justo entre medio de los dos autos camina una
nena de unos seis años; seria, descalza y con la piel sucia. Le pide una moneda. La señora no la
mira a los ojos y parece ni escuchar su pedido; en realidad cuando vio que iba hacia ella ya giraba
su cabeza hacia la izquierda y hacia la derecha. La nena le pide otra vez la moneda. La señora pone
las dos manos en el volante y mira hacia delante. La nena gira. Me mira. La miro. La miro y giro mi
cabeza hacia la izquierda y hacia la derecha. El semáforo se pone en verde y evito su segundo
pedido. El taxi arranca. No tenía monedas para darle. En realidad eran para pagarle al taxista y no
tener que escuchar su queja cuando me baje".
—Estas palabras de Federico son, como el mismo lo
expresa en el mail, su catarsis. Catarsis que todos de una forma u otra debemos realizar cada día
ante las experiencias que vivimos, que nos duelen y que, incluso, nos hacen reflexionar. Federico
en su breve texto nos pone frente a muchas facetas de una realidad. La verdad es que no quiero
reparar en algunas de ellas, como la de la señora que dice "no" a la pequeña, mientras acaricia a
su perrito de raza que viaja junto a ella privilegiadamente y recibiendo su cariño. No la juzgo,
¿cuántos de nosotros volteamos hacia izquierda y derecha nuestro corazón frente a tantas
circunstancias adversas por las que atraviesa nuestro prójimo?
—He reflexionado bastante sobre esto de "me da una
moneda". No sé si el dar monedas es un bien o es un mal que se le hace a estos pequeños. Por un
lado, uno piensa en las consecuencias de no llevar a casa nada (a veces palizas de sus padres),
otras veces pienso que convalidando el hecho mediante el dar se los arroja a la cultura de no ser
nada, sino sólo mendigos con probabilidades de ingresar en el camino del delito. Una moneda, por
otro lado, nada remedia y sólo sirve para un fugaz momento de fruición, de satisfacción, del chico
que recibe. El que da, por otra parte, (no siempre, no todos los casos, claro) imagina una obra de
bien, cree expiar alguna culpa, aunque en el fondo nada resuelve y nada expía. Un amigo, hace un
tiempo, me ha dicho algo que debería poner en práctica y no lo hice aún, lo confieso: "Yo compro
caramelos y cuando me piden les pregunto el nombre. Les doy el caramelo mientras los llamo por su
nombre y les doy una palmada, creo que ese gesto les hace recordar que son personas, que tienen yo,
que valen". Lo más importante, lo más valioso que le podamos dar a estos chicos es nuestro
compromiso de decirles a los líderes (hay diversas formas): Señores, basta de mirar para otro lado
acariciando sus lujos, mientras tantos seres humanos padecen la humillación del yo encarcelado,
hambreado, apenado, condenado a la nada. Usted lo ha hecho al escribir esta carta Federico. ¡Buen
año para todos! Ah..., y no sólo esperen maná del cielo, también pueden amasar su propio pan.