A esta altura a Central se le está haciendo costumbre poner la mejilla. Lo de anoche fue una acabada muestra, fácilmente graficable. Cuando Bastía anotó el segundo gol del partido, el árbitro Fernando Rapallini hizo sonar su silbato. Faltaba más de un minuto de los cinco adicionados. Qué reprochar a esa altura si la cosa no daba para más. Ya con el 0-1 estaba lejos la chance del empate. Para qué jugar entonces esos 70 segundos que quedaron en el tintero. Si eso no alcanza para ponerle palabras a lo que fue el partido de Central de ayer.
El ímpetu que el equipo de Russo le metió al partido fue efímero, endeble. La sana intención de ir con la pelota en el pie y buscar por esa vía fue saludable. El problema es que no se sostuvo en el tiempo. Y el mazazo fue ese cabezazo de Vittor en el primer palo que puso a la Crema en ventaja. A partir de ahí fue más desconcierto que buenas intenciones. Igual Central tuvo lo suyo como para poder marcar la diferencia de entrada. En eso también falló, lo que no es poco.
De ese remate de Barrientos que se estrelló en el travesaño (2’), de ese centro de Becker que Abreu no pudo conectar de volea con su pierna derecha (12’), de ese disparo del propio Barrientos que terminó yendo a las manos del arquero (15’) pudo llegar la estocada para el Canalla ante un Rafaela que sufría más de la cuenta, pero que tenía una carta de sorpresa en la manga.
Porque fue casi sin proponérselo eso de ponerse en ventaja. Una muy mala cobertura en la pelota detenida permitió que Vittor metiera un tremendo cabezazo, de imposible resolución para Caranta. Impensado para lo que ofrecía uno y otro.
Pero claro, las emociones comenzaron a hacer de las suyas y por eso la Crema tuvo todo para aprovechar su momento, aunque también falló. Federico González, Montiel y Jonathan Ferrari gozaron de sus chances. A esa altura era desconcierto en el fondo y fragilidad allá arriba con un Abreu aislado y un Becker improductivo.
Un partido que no se jugaba. Se sufría. Y eso se manifestaba en el juego. Con imprecisiones, con ausencia sociedades productivas. Por eso la manija del partido comenzaba a ser Bastía y no algún jugador canalla. Toda una señal.
Los ingresos de Valencia y Montoya (Berra ya había entrado en el primer tiempo) no tuvieron la injerencia en el partido que buscó Russo.
Porque el pelotazo seguía siendo la principal arma en un segundo tiempo en el que sólo apareció un cabezazo de Abreu tras un centro milimétrico de Ferrari. Poquísimo para unos 45 minutos que ameritaban algún estiletazo de buen fútbol, de alguna que otra señal de reacción, de un mínimo de solvencia individual y colectiva.
La impotencia fue la bandera que se terminó levantando. Y cuando eso sucede las consecuencias se pagan. Y Central las pagó. Porque jugó apenas un ratito y cuando lo golpearon acusó un golpe del que nunca pudo reponerse.
Un golpe más en medio de tantos. Otro paso atrás en el juego y el resultado.