Siempre se dice que en los chicos reside el futuro de la Argentina. Claro que si la formación de nuestra niñez no está orientada por ejemplos de inteligencia y nobleza procedentes de los mayores; si la familia no vuelve a ser la institución señera que fue hace muchas décadas, el porvenir del país no aparece como venturoso. Mientras se logra el anhelado resultado de sacar a miles de chicos de la miseria y la calle, a los que tienen la suerte de concurrir a la escuela, además de la narración rutinaria de los días de Mayo, Tucumán y la gesta sanmartiniana, hay que inculcarles una clara noción de libertad y de igualdad; hay que forjarles un sentimiento de pertenencia auténtico, no declamado. Un sentimiento donde anide la valoración por cuestiones como la problemática aborigen y ecológica. Deben conocer la verdadera dimensión de nuestros próceres, que no fueron dioses, ni santos inmaculados, sino hombres con ideales como los de Mayo, como los de Julio; hombres con determinación y coraje que dejaron la impronta de su epopeya. Hombres como San Martín, Belgrano, Güemes y Andresito Guacurarí, quienes (entre otros), se jugaron la vida por un sueño que las sucesivas generaciones no supieron hacer realidad. En ese sentido, me parece auspiciosa la intención de resaltar acontecimientos como las contiendas de “La angostura del quebracho” y de “La vuelta de Obligado”; no por el día no laborable que ello implica, sino por el rescate de hechos nacionales que la asignatura historia olvidó en la escuela primaria y secundaria. Los niños y muchos mayores se enteraron de la significación de tales acontecimientos por la implementación de un feriado; en lo sucesivo, chicos y jóvenes deberían aprender esos y otros sucesos de nuestro pasado histórico, en las aulas. A nosotros, los adultos de la actualidad, nos corresponde sembrar en la mente fértil y en el puro corazón de los niños los valores de aquellos “pioneros del patriotismo”; así como los de científicos argentinos cuyas obras nos llenan de orgullo. Creo que a los escolares se les debe infundir un sentir nacido en las mejores tradiciones argentinas; que se les meta en el alma y vaya germinando en el surco fecundo de esa temprana edad. Sería una manera de cerrar las puertas a la consustanciación con una forma de ser ajena a la que en otros tiempos nos distinguió; a un estilo de vida que no es mejor por el hecho de pertenecer a potencias mundiales. Así podríamos reconstruir una identidad que merezca nuevamente el respeto del mundo. Me parece que de los grandes países hay que tomar su sabiduría y desechar todo aquello que no nos sirve. En la historia y la cultura nacional, ejemplos para darle a los pibes no faltan: de grandeza, imaginación, valentía, idoneidad y renunciamiento.