El "trimestre de oro", como el economista Miguel Bein bautizó al período en el que convergen la liquidación de agrodólares con la negociación de aumentos salariales, viene con una carga importante de conflictos.
El "trimestre de oro", como el economista Miguel Bein bautizó al período en el que convergen la liquidación de agrodólares con la negociación de aumentos salariales, viene con una carga importante de conflictos.
No por el lado financiero, donde la puja distributiva parece haber amainado. Sí por el lado de la discusión paritaria. La negociación de los principales gremios privados se enredó en un juego de expectativas en el que las variables más objetivas, como el ingreso que se discute a nivel de cada rama, la capacidad de negociación y la necesidad de recuperar el salario frente a la pérdida de poder adquisitivo del año pasado, enfrentan el condicionamiento subjetivo de las especulaciones sobre la inflación futura, los posibles cambios en el impuesto a las ganancias, la evolución del nivel de actividad y las apuestas por el resultado de las elecciones.
En este escenario, tal como fue señalado aquí en su momento, los acuerdos cortos se instalan como una alternativa. Esta herramienta fue utilizada masivamente en años anteriores, como en 2009, para no quedar expuesto frente a cambios de escenario económico. Como contrapartida, no en pocos casos se trata de estrategias defensivas que terminan convirtiéndose en un ancla cuando se discute el porcentaje final.
Mientras tanto, la negociación salarial de los metalúrgicos, que el gobierno busca imponer como caso testigo, no avanza. Los bancarios ya anunciaron un cronograma de medidas de fuerza, los aceiteros están a punto de reanudar su plan de lucha en un contexto agitado por la conflictividad que los problemas logístico generan en el cordón industrial, y también lanzaron protestas sindicatos del sector público como los docentes universitarios.
La pelea de los gremios para recuperar poder adquisitivo luego de un año feroz, como el 2014, choca contra las expectativas empresarias de una fuerte restauración política y la cada vez más intensa intervención del gobierno para adelantarles esa gestión contener la pauta de aumento salarial.
Informalmente, trascendió la orden del Ejecutivo de evitar que el número 3 figure en porcentaje final, lo cual de no ser sólo una coartada política implicaría la necesidad de retroceder frente a los acuerdos públicos y privados que ya se cerraron en este año.
El secretario de Comercio, Augusto Costa, aseguró que la inflación de 2015 no superará el 20 por ciento, mientras las consultoras privadas menos ideologizadas de la city hablan de un 24 por ciento.
El nivel de actividad económica, otra variable importante en esta discusión, muestra un piso en la caída pero todavía con una gran dispersión de indicadores según el sector que se mida.
Enancado en este horizonte de desaceleración del aumento de precios, el efecto disciplinador de una economía todavía a media máquina y en la negociación de los sindicatos más afines, el gobierno asocia nuevamente a los trabajadores a la tarea de estabilizar la economía.
En el actual estado de la puja distributiva, con tanto organismo internacional y tanta gran y pequeña burguesía enojada contra los "desequilibrios económicos", la clase política garantiza que será el salario el que se volverá a sacrificar en aras del bienestar del bienestar empresario. Si uno de los sindicalistas más estrechamente ligados al gobierno kirchnerista, como el titular de la Uocra, Gerardo Martínez, no mandó verdura, el combo cerraría entre las Paso y las elecciones generales con una suba del mínimo del impuesto a las ganancias.
Oros dirigentes inflamables, como los de la confederación del transporte, renovarán a mediados de mayo, su plan de lucha contra el impuesto a las ganancias. Mientras tanto, juegan el juego que más le gusta. Presentarse ante la política como los conductores de la proto CGT unificada. El encuentro que mantuvieron la semana pasada con el ascendente Challenger de la burguesía Mauricio Macri fue una señal poderosa. El tono de una eventual alianza fue explicitado por un sindicalista del sector de transporte ferroviario, cuando se quejó de que los trabajadores que viajan en tren están pagando una tarifa muy barata.
Al jefe de gobierno porteño, proclamado líder "del cambio", la foto con los caciques tradicionales le permitió mostrar a los factores reales de poder que las promesas indeterminadas de renovación de la política son sólo eso. Y que es capaz, bajo la percepción política de un cambio de época, de recrear aquella alianza de clases que el menemismo ató en los 90 para sostener con consenso social el programa de reparación a los niños ricos que tienen tristeza.
Más que "cambio", se trata de un regreso a principios de los 90. Al mejor momento del conservadorismo político, copiando sin cortapisas los programas y los nombres de esa larga década. Es Miguel Del Sel, con la desinhibición que entusiasma al público electoral, el que expone sin caretas su plan de retorno al reutemismo, el formato territorial del menemismo, al presentar una y otra vez como su equipo a las viejas glorias de esa época. No hay allí improvisación, ni ignorancia ni voto castigo. Tampoco el nacimiento de un supuesto nuevo liberalismo champán, con jóvenes valores que vienen a sellar un ciclo de malvado populismo Hay un programa para reponer un régimen político y económico que reinó en la provincia durante al menos 20 años. Y que, aun con pocas palabras, se está expresando en forma más clara que las definiciones de sus principales adversarios.