En el auto, sobre el asiento del acompañante, descansan una libreta y una birome que se mezclan con el guión que debe repasar para el día siguiente. En su mesa de luz hay otra libreta, y en el comedor, otra más. Esas son las huellas que Gonzalo Heredia (36) va dejando por donde pasa. Con ese mundo de palabras escritas a mano convive el reconocido actor y galán mientras graba las exitosas tiras de las que suele formar parte como figura principal.
"Un personaje, para mí, es una excusa". Con esta premisa jugó Heredia a la hora de encarar su primer proyecto narrativo, Construcción de la mentira (Alto Pogo 2017), una novela de corte existencialista que narra en primera persona el acontecer diario de un actor de televisión mientras graba una tira en horario central haciendo flashback de su infancia y adolescencia, que nada tienen que ver con ese mundo de abdominales marcados en el que vive junto a su esposa e hijo. Si la trama remite en algo a la vida del actor es precisamente porque Heredia se animó a tensar cuanto pudo ese límite de persona-personaje.
La novela propone un viaje al interior del mundo del espectáculo. Sin embargo, lo que en un principio se intuye como una historia pasatista se vuelve una disección de la tiranía de lo visible, de la obligación de tener que estar online en todos los aspectos de la vida. E irónicamente, el novelista da cuenta de ese enorme vacío que envuelve a una persona a la que todos consumen como personaje.
—Desde los catorce, quince años. Empecé "escribiendo" en el taller mecánico de mi papá. Lo digo entre comillas para señalar que sólo era el acto de sentarme, agarrar un pedazo de papel: (sobre papel madera, catálogo de repuestos, manual de mecánica), y poner en orden palabras que conocía para, mínimamente, acercarme a lo que sentía o quería decir en ese momento. Ahora que me acuerdo, también le escribí un poema a una ex novia. Esa quizás haya sido la primera necesidad real de escritura. Yo tendría trece, y ella, doce. Me portaba mal, muy mal con ella. Y un día, sentado en el escritorio de mi pieza, después de haberle hablado por teléfono, agarré un panfleto amarillo que había sobre la mesa, creo que era de una pizzería, y escribí. Le escribí. La llamé y se lo leí.
—¿Fuiste a algún taller de escritura?
—La novela la escribí en el taller de Virginia Cosin. Primero fui a clases individuales y después grupales. También hice la carrera de narrativa en Casa de Letras.
—¿Eso te animó a publicar?
—Lo que me dio el taller fue técnica, pero no sé si fue eso lo que me animó a publicar.
—¿Cómo se gestó el libro?
—Hay diferentes etapas. La primera fue la de lectura. Leí muchas cosas, desde Foster Wallace hasta Onetti, para saber que tenía algo para contar o que había una historia que me daba vueltas en la cabeza. Ahí aparecieron tres imágenes puntuales. La primera, un actor sobre un escenario frente al público, monologando. Intenta ser verdadero. ¿Le creen, o por el simple hecho de estar en un escenario todo es actuación? La segunda es el mismo actor solo en su casa, frente al espejo. ¿Puede dejar de actuar cuando nadie lo ve, o lo sigue haciendo para sus propios ojos? ¿Se creería su propia actuación? Y la última es una especie de diva, sentada en un camarín derruido. Lucha contra el paso del tiempo. A partir de esas imágenes empecé a tirar hilos. Lo demás fue sentarme todos los días entre seis y ocho horas, y escribir. Los apuntes a mano, acopio de material. Después el desgrase de todo eso también a mano en un único cuaderno. Y ese cuaderno pasado a la computadora, puntualizando las escenas. Y para lo último, reescribir, reescribir, reescribir.
—¿Cuánto tiempo te llevó, entonces, el trabajo de producción de la novela?
—Lo primero que escribí fue un monólogo. Y desde eso hasta la entrega de la versión final, casi cuatro años.
—¿En qué momento de tus ocupados días escribís?
—Desparramo libretas por los lugares que transito. Tengo una en la mesita de luz, otra en el auto, una en la mochila, también el cuaderno de apuntes, otra en el escritorio. Son como tramperas que dejo para cazar eso que a veces viene.
—Entonces escribís a mano...
—Sí. No concibo la escritura de otra forma.
—La novela tiene mucho poder descriptivo. Por ejemplo, en un momento decís: "Una gota de rímel espesa atrapada en la punta de la pestaña". ¿Creés que el hecho de trabajar en televisión y cine te ayudó a darles forma a esos pequeños detalles visuales?
—No lo sé. Imaginé que los ojos del narrador eran como una especie de cámara: se prende y se narra lo que está pasando, se apaga y se termina el párrafo. Hacía zoom y describía al personaje desde el macro y con un zoom out se veía a sí mismo como dentro de una maqueta. Me ayudó imaginarlo de esa forma para tirar de los hilos y desenrollar.
—¿Y escribiste alguna vez un guión de cine?
—Nunca. Hace unos años que estamos con Fernando Musa, embarcados en un proyecto que es el de llevar Ladrilleros, la novela de Selva Almada, al cine. Sólo hicimos la adaptación. No sé, quizás en algún momento escriba un guión.
—A lo largo de todo el texto está la reflexión sobre la actuación y de un modo para nada indulgente: "Actuar como una forma de mentir", "actúa el mejor personaje que le sale: ella misma", "le digo que yo creo que actúo todo el tiempo". ¿Por qué?
—En la novela se habla de actuar pero no en un solo sentido. Se deshilacha la palabra. Se la toma toda. Es lo que pasa por debajo, la segunda historia que se cuenta. Dijeron que es una novela existencialista y estoy de acuerdo. Cuando empecé a escribirla, no tenía idea que iba a ir para ese lado, pero sucedió. Por eso la necesidad de que el protagonista sea actor. Para hablar sobre todas las capas en las que se "actúa", de cómo y dónde usamos las máscaras sociales. Hubo dos ensayos que leí sobre esto y me ayudaron mucho: La presentación de la persona en la vida cotidiana, de Erving Goffman, y La intimidad como espectáculo, de Paula Sibilia.
—El humor está planteado de una manera sutil. ¿Buscaste eso?
—Sí, eso fue buscado. Elegí contar ese mundo desde esa óptica. Desde la ironía, la acidez. Construir escenas de un patetismo tal que en un momento nos compadezcamos porque recordamos que son personas también. Era de la única forma que me interesaba narrar el mundo del espectáculo. Como si todo ese universo fuera de plástico.
—Un punto importante es la doble vida de los personajes, que tiene quizás su extremo en la figura del padre del personaje principal que tenía otra familia.
—En la construcción de la interioridad del protagonista, me parecía fundamental que no tuviera parámetros para medir nada. Que no tuviera referencias. Y me parecía muy rico hacerlo naufragar en la paternidad. ¿Cómo hace para ser padre si no tuvo uno y todo lo que recuerda de él son escenas que se inventó? Y ahí apareció esto de lo que heredamos de nuestras familias. Había algo de las repeticiones familiares que me gustaba contar. Muy a pesar nuestro, uno se encuentra copiando. El padre del narrador tenía otra familia, una doble vida y el protagonista, en la novela, empieza a darse cuenta de esto. Empieza a ser consciente de estar dentro de algo que no eligió, pero que quizás esté a tiempo de cambiarlo.
—Trabajás en dos programas de radio y también hacés "La gente anda leyendo" (recomendaciones de libros en las redes). ¿Cómo llegás a los libros que recomendás, y qué te interesa especialmente?
—Armando la red literaria, como decía Abelardo Castillo. Uno me lleva a otro. Por ejemplo, hace poco leí La vida invisible, de Sylvia Iparraguirre, en el que habla de su vida como lectora. En un momento repasa títulos y nombra El matadero, de Echeverría. Y me di cuenta de que lo tenía en la biblioteca y nunca lo había leído. Siempre tuve ganas pero nunca lo había hecho, y entonces fui y leí. De eso pasé a Echeverría, de Martín Caparrós. Esa es una red literaria. Se arman familias: Saer, Robbe-Grillet, Sarraute, Butor, Zola, Cambaceres, Mansilla.
—¿Cómo definirías a la escritura?
—Es un trabajo de resistencia, constancia y fe.
Bio
Gonzalo Ezequiel Heredia nació en Munro, Buenos Aires, en marzo de 1982. No terminó el secundario. Estudió teatro en Comunicanto, La Barraca y en la Escuela de Teatro de Buenos Aires. Trabajó como actor en televisión, cine y teatro. Participa en el programa radial "Notas al pie", en FM Radio Cultura, y hace una columna en el programa "Días como estos", en Radio Metro. También es parte del recomendador de libros @lagenteandaleyendo.