A pesar de los estragos causados por la posmodernidad y el triunfo aplastante del universo massmediático, el nombre de Albert Camus (1913-1960) continúa siendo, para muchos, sinónimo preciso de una combinación inusual entre talento, rigor y ética.
A pesar de los estragos causados por la posmodernidad y el triunfo aplastante del universo massmediático, el nombre de Albert Camus (1913-1960) continúa siendo, para muchos, sinónimo preciso de una combinación inusual entre talento, rigor y ética.
El gran narrador, dramaturgo y ensayista nacido en Argelia, pero que representa uno de los pináculos de la literatura en lengua francesa, dejó una obra en la cual se debe abrevar si aquello que se busca es pureza.
Novelas como El extranjero, La peste, La caída y la póstuma El primer hombre, relatos como los incluidos en El exilio y el reino, obras teatrales como Los justos, Calígula, Estado de sitio y El malentendido, ensayos como los que se agrupan en El verano y Bodas, textos de notable espesor filosófico como El mito de Sísifo y El hombre rebelde, además de los inolvidables Carnets, constituyen un corpus al que se torna necesario volver, una y otra vez, en este mundo donde ya no quedan escritores —ni acaso hombres— de semejante calibre.
En este extraño libro que se reseña, el narrador y poeta italiano Giovanni Catelli intenta dilucidar el misterio que aún persiste en torno de la muerte de Camus, en un brutal accidente automovilístico.
Un soleado mediodía de 1960, todo terminó de pronto y para siempre: el veloz Facel Vega en que viajaba el escritor, y que conducía su gran amigo y prestigioso editor Michel Gallimard, despistó de manera imprevista en una larga recta en las cercanías de París y se estrelló contra un grupo de plátanos. Camus falleció en el acto, con el cuello quebrado. Gallimard sobrevivió breve tiempo a sus heridas. Las dos mujeres que iban atrás, esposa y nuera del conductor del vehículo, salieron ilesas.
A partir del testimonio que dejó un narrador checo llamado Jan Zábrana, en un vasto libro de memorias, Catelli intenta probar que la muerte del novelista no fue accidental, sino que fue asesinado por agentes de la KGB soviética.
En el afán de probar lo incomprobable, Catelli husmea sin pausa. Encuentra posibles pistas, teoriza, se obstina, acaso fantasea. Sin embargo, consigue su objetivo: al dar fin a la obra, el lector comparte su sospecha.
Ágil y ameno, Camus debe morir se lee como si fuera una novela de espionaje. A aquellos que conocen la vida del escritor, y su insobornable compromiso con la causa de los débiles y oprimidos, así como su intransigencia sin fisuras ante las presiones de cualquier índole, no les resultará inverosímil —insistimos— la tesis del italiano, usual participante en reuniones poéticas en el interior argentino. Por el contrario: la sistemática y demoledora crítica que Camus llevó adelante contra la invasión soviética a Hungría en 1956, sumada a las tenaces (y decisivas) gestiones que realizó para que el Nobel de literatura de 1958 le fuera otorgado a Boris Pasternak, autor de ese gran éxito mundial que fue Doctor Zhivago, prohibida en la URSS, no le habían granjeado precisamente la simpatía de la Nomenklatura.
Todo va sumándose, así, hasta transformarse en una avalancha. Indicio tras indicio, crece la macabra posibilidad: alguien dañó los neumáticos del Facel durante una parada nocturna. Y al día siguiente, el escritor inició su último viaje. Ese que, a pesar del horror en que acabó, no logró separarlo de todos los que lo aman.
Investigación. Camus debe morir, de Giovanni Catelli. Barenhaus, 176 páginas, $315