Pasó la Copa América, que será recordada obviamente por la enorme alegría argentina, la decepción de Colombia y la despedida brillante de Ángel Di María, pero también por el desastre organizativo en un país que se presume de ser el mejor del mundo y que hizo agua por todos lados. Responsabilidades que por supuesto le caben también a la Conmebol, que no supo, no pudo o no quiso, o todas las cosas a la vez, terciar y disputar para cambiar muchas cuestiones que, al decir de los estadounidenses, fueron bien de tercer mundo.
Si algo le faltaba a una Copa América, que quedará como una gran mancha para un país imperial que además es sede del próximo Mundial, fue nada menos que el bochorno de la final. Ya venía todo caldeado por los incidentes luego de Uruguay-Colombia y todo colapsó en el partido decisivo.
La férrea seguridad de la que se precia Estados Unidos no solo flaqueó en el terrible atentado al expresidente y candidato Donald Trump el sábado, sino que un día después no supo organizar el ingreso de hinchas argentinos y colombianos juntos, que por suerte entre ellos no le agregaron rivalidad en un pésimo momento que los unió por igual.
La seguridad no supo impedir que simpatizantes sin entradas se arrimaran como si nada a las puertas de acceso, no hizo retenes a distancia y cuando se forzaron puertas ante la acumulación de público, todo explotó.
Después que se rompieran molinetes, cerraron esos accesos, comenzaron las corridas, empujones, agresiones, rostros ensangrentados, gente sofocada en medio de un calor infernal, mientras un cartel enorme en uno de los accesos anunciaba el insólito recital de Shakira para el entretiempo.
Un recital fuera de contexto en una final de Copa América
Recital que mereció un punto aparte. Que será muy atractivo para la cultura estadounidense, brillante en otro contexto, pero que para el público latino fanático del fútbol pareció sapo de otro pozo. Más en una final. Y que además demandó insólitos cinco minutos extra de entretiempo, cuando a varios técnicos los sancionaron por demorarse unos minutos en salir al complemento, entre ellos Scaloni.
Claro que para llegar a Shakira, hubo que demorar más de una hora y veinte minutos el inicio, los jugadores tuvieron que interrumpir el calentamiento previo y debieron habilitar todos los accesos para que entren todos, con entradas o sin ella, y se ubicaran en cualquier sector.
Esa decisión duró unos minutos hasta que ingresó el grueso del público atropellándose unos con otros. Cuando quedaron menos afuera, ahí la seguridad volvió a cerrar las puertas y muchos simpatizantes con entradas en la mano quedaron afuera, lo mismo que prensa acreditada.
Así, en esa condiciones, finalmente hubo espectáculo y hubo final. Pero este bochorno previo fue apenas la frutilla del postre. Decantó como la suma final de muchos cuestiones que ponen en discusión la capacidad del país de organizar eventos como este.
Es que a Estados Unidos solo le importa el show y los defectos los trata de disimular, como cuando la transmisión oficial omitió la pelea entre uruguayos y colombianos tras la semifinal, y en cambio apuntó al color de los hinchas pintados, a la fiesta que también estuvo. O a mostrar hasta el cansancio, en cada partido, el rostro siempre de sonrisa forzada del presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, que deberá dar explicaciones también por lo que pasó.
Como lo ocurrido con las canchas. Las que tan vehemente criticó Marcelo Bielsa después de la derrota en semifinales de Uruguay, pero sobre todo Lionel Scaloni después de la victoria del partido inaugural ante Canadá, donde llamó a las cosas por su nombre. Canchas de césped armadas sobre sintéticos, pelotas que no picaban, dimensiones que no condecían con la reglamentación.
Estados Unidos ni siquiera paró su liga de fútbol, porque ni de cerca es el deporte con más público y seguramente nunca lo será. Y demostró todas sus flaquezas para organizar un torneo de 16 selecciones de América. Precisamente, para el Mundial en su territorio (junto a México y Canadá) se agregará ese número de equipos a los 32: 48 en total. La sucesión de hechos bochornosos que mostró hasta en la misma final, pone en duda que el país que se precia de ejemplar, pueda dar la talla.