No sé si es la virtud del acostumbramiento o el pecado de la falta de asombro. Lo cierto es que tenemos asumido que cada vez que nos detenemos con el auto en un semáforo, debemos decir "no", al menos seis veces. Tres al limpiador de vidrios, dos al ex combatiente y una más al pobre malabarista devenido en animalito circense. Incorporamos a nuestras vidas la denigración de esta gente, que se siente tristemente conforme con el lugar que ocupa en esta sociedad. Existe un acuerdo tácito: nosotros no percibimos su indignidad y ellos no se consideran indignos. Ante este cuadro aparece siempre la duda de dar o no. Particularmente creo que dar significa seguir sustentando esta situación. He escuchado distintas posturas: "Yo llevo caramelos" (limpieza de conciencia por 20 centavos), "Vos viste la rubiecita la cara bonita que tenía—" (racismo, discriminación). La solución definitiva es no dar. Es el único camino para que las autoridades tomen cartas en el asunto y devuelvan la dignidad a esta gente.