Han transcurrido cuatro meses desde el juicio al sacerdote católico Christian von Wernich y, hasta la fecha, salvo un tibio comunicado de la autoridad eclesiástica, el torturador sigue gozando de todas las atribuciones de su condición sacerdotal. La posición de la autoridad eclesiástica es poco clara, por decir lo menos. Por un lado no se cansa de afirmar el derecho a la vida en todos sus aspectos y por otro echa un manto de silencio sobre la actuación del reo. El obispo Martín de Elizalde manifiesta que todavía no ha llegado la ocasión para trasladar al fuero eclesiástico las sanciones que podrían caberle a von Wernich. Este fue juzgado por graves violaciones a los derechos humanos, que fueron probadas en juicio ajustado a derecho, algo de que no gozaron sus víctimas. El silencio y la omisión de la jerarquía católica permite una lectura de complicidad con este particular y curioso sacerdote torturador.