Me causa desazón, fastidio y muchas dudas el observar a diario cómo madres y padres descuidan tan fácilmente el futuro de sus hijos, tanto en lo educacional, lo social y laboral. Chicos repetidores, sin compromiso, que son abandonados a corta edad a su propia responsabilidad. Estos progenitores, seguramente desmotivados por no haber podido lograr sus objetivos, literalmente tiraron la toalla. A estos padres les pido un último esfuerzo, para darles un porvenir digno a sus hijos y a su propia vejez: concentren toda su energía en la única esperanza posible, los niños y jóvenes. Tengo una historia: hace cuarenta y pico de años, después del cordobazo, rodrigazo y otras crisis, en una humilde esquina de un barrio extremo de la ciudad, con una escoba de paja barriendo la vereda estaba Carmela o Doña Carmen, como la conocían los vecinos, bajo un paraíso y apoyados en un tronco varios cajones de zapallitos, tomates y mandarinas; ella tarareaba una canción y atendía a los clientes. Pero claro, antes de eso ya había enviado a sus hijos a la escuela y tomado unos mates con su esposo, que hacía un reparto de almacén por la zona rural en el carro. Carmela no era culta, nacida en una quinta, hija de peones de la misma, apenas llegó a cuarto grado y al campo a trabajar la tierra; ya más adolescente, fue empleada doméstica. En algunas de esas cosas noto la diferencia entre saber e ignorar, siempre decía: "Pueblo ignorante, mano de obra barata para los explotadores". Luchó, pidió becas, ahorraba monedas para colectivos y libros, no vacaciones, no restaurante ni rotisería. Lo importante era alimento, salud y educación, hasta se dio el lujo de enviar a sus hijos a una escuela privada en pos de un mejor nivel educativo. Carmela tuvo tres hijos y más tarde una hija, de los cuales dos son profesionales, otro es autónomo de la construcción y la más chica es abanderada en el último año de magisterio. Y el postre: cinco nietos universitarios. Todo es logro de ella, sin teléfono, sin planes, sólo sus objetivos, su perseverancia y su tenacidad. Doña Carmen "sí" lo hizo, y nosotros ¿por qué no? Quisiera que esta historia real sea el incentivo necesario para no bajar los brazos, nada está perdido, depende de nosotros cuándo termina la lucha, el tiempo es nuestro, los chicos pueden y quieren.