La escuela es la institución social encargada de aportar nuevos modelos y construir la diversidad para movilizar y lograr cambios en y con el otro. Para ello tiene claro, o debería tenerlo, que las prácticas educativas no son estáticas, sino dinámicas, y deben ser transformadas a diario: lo que sirve hoy, puede no ser útil para mañana. Los saberes del docente, convertidos en contenidos escolares, deben ser sometidos a una revisión constante.
Cuando hablamos de contenido escolar hacemos referencia a aquellos conocimientos específicos de una disciplina, pero adecuados a un determinado grupo de niños y a su respectivo contexto. Es lo que Chevallard definió como transposición didáctica, es decir cómo un saber erudito, específico de una ciencia, debe tener ciertas transformaciones para ser enseñado de acuerdo con el contexto, el estudiante al que va dirigido y el docente que media entre ambos. Por ende, el docente ya no es el experto en certezas incuestionables, sino que es el mediador entre los alumnos y el conocimiento, es quien realiza una reelaboración del contenido escolar para presentarlo a los alumnos y quien puede promover en ellos la capacidad de diálogo reflexivo, de reconocer, juzgar y alterar las normas sociales que rigen su comportamiento y el de los demás. El viejo postulado "aprender a aprender", como necesidad y exigencia, debería ser la premisa para que los alumnos sean la lente mediante el cual el maestro diseña su clase para que logren disfrutar del conocimiento aprendido.
Ahora bien, si estos supuestos son la base de la escuela, cabe preguntarse: ¿por qué cada vez hay más niños que desertan del sistema escolar? O ¿por qué los ingresantes a las universidades fracasan?
Si bien se podría remitir a la veta económica como una de las causas de algunos de los problemas, la situación planteada busca otras miradas por sobre el hecho educativo. Hoy los alumnos se sienten ajenos a lo que se enseña en la escuela. Hay nuevos lenguajes que los estudiantes aprenden y se apropian con una rapidez inusual, además de la incapacidad del discurso adulto para convencer a los jóvenes y de la caducidad de algunas normas.
Es común escuchar a los jóvenes relatando "maneras de zafar" en la escuela. Los ejemplos son muchos. Uno de los que ya quedó un tanto perimido, aunque sigue siendo muy usado en las pruebas escritas, es la copia de un texto que se encuentra debajo del banco.
Una mención especial merecen los trabajos prácticos valorados como instrumentos de evaluación. La reproducción textual de Wikipedia o de "El rincón del vago" (directorio en la web de apuntes, trabajos, monografías de y para estudiantes), son algunos de los más usados en el sistema educativo por los estudiantes, casi una constante no sólo en el secundario, sino también en la universidad. Y, si bien muchos docentes, especialmente del nivel superior, acostumbran a googlear algunas frases escritas en los trabajos para descubrir analogías entre lo presentado y la web, muchos casos pasan desapercibidos y el trabajo es aprobado sin participación alguna del o de los estudiantes. Un caso muy comentado en los medio fue el de la ministra de Educación alemana, a quien denunciaron de plagio por su tesis que le permitió obtener su título de doctorado.
Sin embargo, hoy por hoy, las "estafas" son cada vez más sofisticadas e innovadoras, logrando burlar al docente, a través de invenciones cada vez más creativas sumado a los dispositivos electrónicos que van surgiendo. Tal es el caso de una máquina que toma una imagen de un documento, la almacena en un archivo PDF, luego, a través de un software que está integrado con el escáner o fotocopiadora, el documento cede a los usuarios la posibilidad de convertirlo en editable en Word, es decir, permite todos los cambios necesarios para burlar hasta el más capacitado. En definitiva, los chicos ya usan en sus primeros años de secundario una máquina que les permite copiar de un libro, editarlo fácilmente, sin perder tiempo de copiado, y presentar un trabajo práctico, por ejemplo, con sello propio reproducido totalmente de un libro o bajado íntegramente de Internet.
Frente a estas creaciones, se torna necesario pensar qué enseñamos cuando enseñamos y qué saberes valoramos en el aula. El aprendizaje memorístico tan denostado, aparece nuevamente con otro formato en la escuela actual. No "repiten como loros", pero "copian y pegan" textos que ni siquiera leen de antemano. Lejos de echar culpas a los estudiantes, deberíamos poner en cuestión qué se pretende que el alumno aprenda en biología, en química o en historia; si tan sólo datos aislados, atomizados o, por el contrario, desarrollar habilidades que le permitan una búsqueda exhaustiva en los distintos formatos a fin de reflexionar sobre una porción de la realidad.
Si la escuela es la encargada de aportar nuevos modelos, el reto es convertirla en un proyecto abierto, un espacio de diálogo y confluencia entre profesores y estudiantes, no sólo en una escucha paciente de alguien que tiene el saber o que dicta un trabajo a realizar en grupo. El desafío es pensarnos como docentes, en el marco de nuestra disciplina, para que los estudiantes le encuentren sentido a la materia, en particular y a la escuela, en general.
* Autora de "Escuelas reales en tiempos digitales"