El tema se llama "Lágrimas", es el que abre el último disco de Raúl Barboza, y su ubicación allí puede interpretarse como una declaración de principios. "Lágrimas" fue compuesto hace décadas por Francisco Casís, el arreglador del Cuarteto Santa Ana, leyenda del chamamé; esa tradición visita el acordeonista más célebre de la Argentina y lo hace, dice, "con otras intenciones". Su producción artística de los últimos treinta años (hace veintiocho que vive en París) denota, más que una exportación del chamamé, una disposición de éste, con sus géneros y matices, a recibir influencias. "Soy contemporáneo de mi música, como Isaco (Abitbol), como (Ernesto) Montiel (...) Muchas veces ando solo por el mundo, con mi acordeón y mi valija", comenta, y cita lugares ignotos en los cuales, sin prejuicios, pone a dialogar el chamamé con otras músicas del mundo. En el transcurso del diálogo con Escenario -al cual se presta con cordialidad y al que convierte en pocos minutos en un monólogo-, esos nombres (los de Abitbol, Montiel, Tránsito Cocomarola, entre otros) aparecen de manera recurrente: Barboza los tiene a mano como talismanes de un género musical cuyas fronteras estéticas, tanto ellos como él, contribuyeron a expandir.
Raúl Barboza (Buenos Aires, 1938, hijo de padres guaraníes) toca esta noche en Rosario, en Plataforma Lavardén, para presentar "Barboza Cuarteto", su último disco, junto a Nardo González en guitarra, Cacho Bernal en percusión y Roy Valenzuela en contrabajo. Su encuentro con Escenario comienza con una negación: desmiente que éste sea su disco número 70, como promocionan las notas de prensa de su propia agencia. "No, no, eso no es así. Hace 70 años que toco y entonces a alguien se le ocurrió eso quizás como un simbolismo, no sé. Yo empecé a tocar a los siete años y edité discos en Japón, Alemania, Canadá, Francia, ¿qué se yo? He grabado como acordeonista invitado con Mercedes Sosa, Cesária Evora, Los Chalchaleros, Ramona Galarza... Ni yo sé cuántos discos grabé. El número 70 no tiene significación".
"¿Sabe una cosa? -agrega- en realidad cuando termino de grabar un disco lo menos que hago es escuchar cómo está. Y esta vez tenía que volver con urgencia a Europa, y Nardo (González, el guitarrista) no estaba y entonces me acompañé en un tema con la guitarra, y no participé en la mezcla, sólo dejé unas instrucciones... Siempre que terminamos de grabar escucho los resultados musicales y ya estoy pensando en otras cosas...". Barboza es así, no para de hablar y de tener ocurrencias musicales. No puede, no quiere, detenerse. Cuenta que la noche anterior compuso un tema con el mencionado Nardo González y acota que dar a luz así una canción "es como conocer a una bella persona".
La profusión de proyectos, ilusiones y agendas de conciertos que tiñen de sentido su vida, a los 78 años, es idéntica a aquella que coloreó sus tiempos de niño, adolescente y joven: si a los siete ya tocaba el acordeón, a los nueve estaba participando en emisiones radiales junto a su padre; en 1950 tenía doce cuando grabó su primer disco con el grupo Irupé, y en 1953, con quince, prácticamente había recorrido la Argentina con su primer grupo.
Los primeros años de la década del 60 lo muestran en tres instancias decisivas: en el 61 hace su primera gira por el sur de Brasil (país al que emigraría siete años después), en el 62 participa de la música del filme "Los Inundados" (de Fernando Birri) compuesta por Ariel Ramírez, y en el 64 graba su primer disco para el sello Columbia.
"Me cansé en el 68: había grabado un disco con Octavio Osuna y dije que en la Argentina no grababa más. Y así me fui a Brasil, donde conocí a un acordeonista excepcional, Luis Carlos Borges. El chamamé en Brasil estaba como prohibido, lo tocaban con un ritmo de rasguido doble, pero entre todos ellos había un bandoneonista misionero que acompañaba a Zenair Maicá y ese sí tocaba chamamé. Yo repartía casetes de chamamé por todas las radios de Porto Alegre: músicas de Isaco, de Tránsito, de Montiel. En Brasil grabé un disco con el grupo Los Caminantes, junto al guitarrista Bartolomé Palermo".
VOLVER. El monólogo de Barboza repasa, incansable, su vida. Lo hace sin que nadie se lo pregunte, cuenta que volvió de Brasil en los setenta, que por entonces conoció a Ildo Patriarca, que se fue a la Unión Soviética cuatro meses, y a Japón, y que siempre fue y vino. Los años 70 lo consagraron en la Argentina: grabó con Mercedes Sosa, con Jairo, con Los Chalchaleros. En cualquier caso, ya su norte era sensiblemente diferente al que habían mirado los padres fundadores del chamamé: el ámbito de circulación que Barboza había elegido para su música era el escenario y no el baile.
"Mire, no reniego de eso en absoluto. Yo de chico tocaba en los bailes de chamamé -recuerda, y se pone serio-, como Montiel, como Isaco, como el Cuarteto Santa Ana. Después todo eso se comercializó como bailanta, y algunos de los que manejaban el negocio traían a unos músicos santiagueños... y claro que le pagaban mejor que siendo hacheros, pero todo era con una intención comercial. Yo respeto a todos los músicos. No tengo derecho a pensar sin respeto de alguien. Mi padre fue guitarrero acompañante y yo también, y había que cruzar zanjas para llegar a esos lugares para tocar. Pero íbamos y tocábamos con amor, y siento respeto por aquellos que tuvieron que dejar el hacha por la guitarra. Pero todo se comercializó. Mire, creo que no hay que incitar a la gente a que grite: hay que ser artista y que la música llegue al alma, y que de ahí sí salga, en todo caso, un sapucai.
Y después de tanto andar, ¿qué es lo que quiere hacer ahora Raúl?
—Quiero tocar con una sinfónica, quiero hacer un disco con todas las músicas de mi Argentina, porque, ¿sabe qué?: yo ya he sentido las fragancias de todas las flores de mi país, he probado todas las comidas. He realizado giras por China, Asia, Africa, ¿por qué no alargar las posibilidades de todas las cosas que la vida me ofreció haciendo discos diferentes? No es una sola cosa lo que quiero hacer.
¿Se considera un artista rebelde?
—En una época hice cosas como una forma de rebeldía contra el sistema comercial, que busca enriquecer sus bolsillos. En aquel momento, como rebeldía, recuerdo que había hecho un disco de tangos. Siempre me importó mi gente, que a veces no comprendía lo que yo quería hacer. Yo tocaba lo que sentía. Sin embargo ahora grabo "Lágrimas", un chamamé de Francisco Casís, del Cuarteto Santa Ana, pero lo hago con otras intenciones. Yo soy contemporáneo de mi música, como lo fue Isaco, como lo fue Montiel. Ellos modelaron su pasta. Mi padre modeló su pasta. Era guaraní e iletrado, pero no inculto: cuando habla un mayor, el hombre guaraní escucha. Soy un artista humilde al que nadie puede comprar con plata. Por eso me fui del país tantas veces: a Brasil, Japón, China, hasta que llegué a Francia.
Y en esos lugares siempre lo reciben con los brazos abiertos ?
—A veces ando solo con mi acordeón y mi valija. Salto continentes, cambio de comidas, de horarios. Y ya casi tengo 80 años... El público de Rosario me recibe con los brazos abiertos. Como el de Córdoba, el de Japón, el de China, el del Festival de Jazz de Montreaux en Suiza, o el de Montreal. Pero nunca pienso que la gente me aplaude a mí, es la música que reciben la que los hace poner de pie. Antes de subir al escenario le pido a los duendes que me quiten el "yoísmo" y me hagan ser como ese público que está allí escuchándome.