El cineasta y senador argentino Fernando "Pino" Solanas aún recuerda aquella Berlinale de 2004 en la que el ex activista estudiantil Joschka Fischer, en ese entonces vicecanciller de Alemania, le entregó el Oso de Oro honorario a su trayectoria. Ahora, más de diez años después, Solanas está de regreso en la capital alemana donde estrenó ayer en la prestigiosa sección "Berlinale Special" su documental "Viaje a los pueblos fumigados" en el que describe la "sojización" y concentración de capitales en el campo argentino y el empleo indiscriminado de pesticidas y herbicidas como el glifosato.
—Antes de que su película se estrenara en la Berlinale, usted fue víctima de varios ataques virulentos en Twitter. ¿Cómo vivió esto?
—Es un poco para tomárselo en broma porque nadie había visto la película todavía. El solo título movió a una cantidad de ataques (risas). Acá hay intereses muy fuertes, muy importantes detrás del negocio agrario con la agricultura transgénica, que lleva además asociada una batería de fungicidas y herbicidas, entre ellos el famoso glifosato. Son cifras millonarias.
—El uso del glifosato trasciende a la Argentina. Hace pocos meses, también la UE extendió cinco años la licencia para su uso. ¿Qué lectura hace de esto?
—Hoy se usa el glifosato en casi todos los países con agriculturas intensivas. En la India ha hecho verdaderos estragos. En los países de la UE estaba más demorado, pero en los que hay bajos controles y más desinformación, como en los de América del Sur, es tremendo.
—¿Cómo modificó la estructura social del campo argentino el modelo sojero?
—En los años 90, el campo sufrió una reconversión muy grande, porque los pequeños propietarios y agricultores tomaron créditos en dólares, subieron las tasas, no pudieron pagar y sus campos fueron rematados. Y se produjo así una gran concentración de la tierra y todo eso provocó un empobrecimiento grande. Se perdieron más de 100.000 pequeños agricultores. Entonces cuando apareció la soja y los precios internacionales de estos commodities eran favorables, tuvo un éxito descomunal. Provocó una verdadera transformación social.
—¿Es una cuestión de voluntad política?
—Por supuesto. A través de las retenciones, la sojización es uno de los rubros que financia el tesoro nacional. De ese volumen económico enorme -más de 30.000 millones de dólares solo de la soja- se alimenta buena parte de la cadena agrícola. Con la búsqueda de mayor rentabilidad se voltearon los bosques nativos y en tierras que no valían nada se sembró soja, poroto, maíz, con un uso grande de agrotóxicos. Y ahora se ven las inundaciones en (las provincias de) Salta, Jujuy y Tucumán, que son consecuencia de haber volteado esos bosques nativos, que absorbían 10 veces más el agua.
—¿Hay conciencia en la ciudadanía sobre la gravedad de esto?
—Ninguna, y esa es una de las razones por las que he elegido hacer esta película. La Pampa argentina alimentaba su ganado y producía cereales de los de mayor calidad del mundo. Pero la búsqueda de mayor rédito castigó el suelo y los químicos mataron su rentabilidad. El suelo es un organismo vivo. Siempre se dijo que un campo que no tiene lombrices es un campo muerto. Cuando esto comenzó, se tiraban dos o tres litros de glifosato por hectárea; como los organismos vivos se hicieron resistentes, entonces hoy se emplean cinco, seis litros. Y si son resistentes, a pesar de la prohibición internacional de usar DDT, o endosulfán, se los usa igual. Esto produjo accidentes y envenenamientos. Y ahora el campo está en crisis porque los agricultores no pueden costear los costos de insumos en dólares. Ese es el gran negocio de los fabricantes de semillas transgénicas.
—¿Cómo es esa cadena?
—El chacarero toma la semilla y los insumos y los paga con la cosecha. Así queda enganchado en una rueda de deudas muy difícil. Y además las consecuencias en la salud son muy graves. La fumigación camina con el viento. La verdura y las hortalizas son las que más reciben el bombardeo de las fumigaciones. Una inocente ensalada recibe de 10 a 20 fungicidas o pesticidas. Hoy se compra por los ojos sin saber cómo se produjo, el público no tiene información.
—¿Cómo pueden defenderse los ciudadanos ante esta situación?
—Los ciudadanos tienen que informarse, no tienen que ser idiotas que se dejen llevar por lo que dice la publicidad. Este modelo se introdujo con millones de dólares invertidos en publicidad (...) En Argentina la verdura llega al mercado concentrador a las cuatro, cinco de la mañana. A las seis, siete de la mañana, los verduleros ya compraron su verdura para vender en sus comercios. No hay ningún control.