Tenemos una conexión privilegiada con la montaña y elegimos para escalar este año al volcán San Francisco, de 6.018 metros sobre el nivel del mar (msnm). Integra la Ruta de los Seismiles, en la provincia de Catamarca. Es una de las regiones de más elevación de la Cordillera de los Andes, unas 20 cumbres superan los 6.000 msnm. Es una "montaña fría" que domina el escenario con su cumbre nevada.
Detallo el comienzo de la aventura. El primer día nos encontramos con Sergio (geólogo, guía de montaña e integrante de la patrulla de rescate en alta montaña) en Fiambalá, "La Puerta de Los Seismiles". Intercambiamos experiencias, chequeamos equipamiento y acordamos el itinerario para comenzar con nuestra aclimatación.
El segundo día desayunamos y nos dirigimos en vehículo por la ruta nacional 60, hasta la altura de 2.300 msnm, donde realizamos una caminata pausada por una quebrada. El particular juego de colores de las montañas constituye el soporte principal del paisaje, los tonos logrados con luces y sombras pone en relieve el arte real que ofrece la naturaleza. Sergio nos informaba sobre el origen de las piedras, la formación de los cordones montañosos, era como estar en una clase de geología, impresionante sus conocimientos.
Continuando con la aclimatación el tercer día nos dirigimos al Refugio Pastos Largos, 3.050 msnm. El viento incesante creaba un freno en ascensos. En el trayecto apreciamos burros salvajes, vicuñas y diferentes especies de aves. El cuarto día, previo paso por la Aduana, nos dirigimos al Refugio Las Grutas (4.050 msnm) que pertenece a Vialidad Provincial. Nos instalamos en uno de los domos y tras un almuerzo liviano iniciamos el ascenso al Cerro Falso Morocho (4.640 msnm), esta caminata nos llevó siete horas. La "apacheta indígena" (montículo de piedras colocadas en forma cónica una sobre la otra, como ofrenda realizada por los pueblos indígenas de los Andes de América del Sur a la Pachamama, en las cuestas difíciles de los caminos), dominaba la cumbre.
Ya de regreso compartimos la cena con otro grupo de montañistas. El quinto día, luego del desayuno partimos al Balcón del Bertrán (5.100 msnm), trekking que nos ayudó muchísimo con la aclimatación. El viento continua. El sexto día fue descanso. La ventana climática indicaba que el jueves seria el día ideal para el intento a cumbre, porque los vientos serían más leves.
Nos trasladamos en vehículo hasta Laguna Verde, queda a mitad camino entre aduana argentina y chilena. El color del agua es verde-turquesa, con las orillas blancas por la salinidad del suelo. En este lugar, al cobijo de los altos acantilados, se instalan los campamentos de los montañistas que ascenderán al Volcán Ojos del Salado (6.893 msnm), el más alto del mundo. Obviamente hicimos contacto con algunos de ellos y compartimos la emoción de lo mismo que amamos, las montañas.
El séptimo es el gran día. Casi no dormimos por la adrenalina y la ansiedad. Nos levantamos a las tres AM, todo estaba muy silencioso y oscuro. Desayunamos y a las cinco iniciamos el "ataque a cumbre". Muy abrigados, con las linternas frontales iluminando un terreno con muchas piedras al principio, caminábamos con cuidado, moviendo los dedos de las manos y pies para no congelarnos. Hacia 20 grados bajo cero y el viento se hacía sentir, no tan fuerte como los días anteriores. El guía nos indicaba las "apachetas" que señalaban el rumbo de alguna manera. El cromatismo sereno del amanecer en esas alturas, fue mágico. En las "paradas técnicas" teníamos que estar en constante movimiento para no sufrir congelamiento.
El ascenso por la "Diagonal", sendero que cruza toda la cara norte del volcán, se me hacía cada vez más dificultoso. Los dedos de las manos ya no los sentía, a pesar que tenía doble guante, mitón y cubre mitón; el MAM (mal agudo de la montaña) se expresaba, presión en la frente y en las sienes. Le pregunte al guía a qué altura estábamos, su reloj que marcaba 5.575 msnm. Faltaban 5 horas más hasta la cumbre y otras tantas de regreso. Yo sentí que esa era mi cumbre, y Sergio considerando el principio de hipotermia que yo presentaba, tomó la decisión de regresar. Sabía perfectamente que si seguía empeoraría, no podía arriesgarme.
Miré la cima con lágrimas en los ojos, y luego sonreí, sentí que tuve coraje, que puse todo. Estuve cerca del cielo. La música que me acompañó en el descenso: "Un lugar tranquilo". Amo las montañas, porque es una aventura, desafío, adrenalina y vida.