Como su literatura, el regreso de Julio Cortázar al país tuvo un aliento de melancolía y de magia. El escritor no había retornado en una década. Pero algo de manera imprevista lo impulsó a volver el 28 de noviembre de 1983. Faltaban doce días para el final de la dictadura. El clima en las calles era de algarabía y la expectativa por el inicio de la vida democrática enorme.
Carlos Gabetta fue uno de los tantos sorprendidos por el retorno. Acaso más que muchos porque el periodista rosarino lo frecuentaba al escritor en París que vivía allí desde 1952. Ambos habían hablado una semana antes, los dos allí, donde Cortázar le había comentado que tenía ganas de volver “ahora que todo va cambiando” pero que tenía compromisos como jurado en el Festival de Cine de La Habana en diciembre.
Por eso el periodista se quedó perplejo cuando una noche de inicios de diciembre, al salir de ver la misma película en el cine, quedaron por casualidad uno frente al otro. Lo contó un año después en una crónica muy emotiva en El periodista. Ese encuentro fue el 6 de diciembre de 1983. Cuatro días después asumía Alfonsín la presidencia. Lo que sigue es un tramo de esa vivencia en la crónica.
“Charlábamos en la vereda, mientras él esperaba a Jacques Deprés, el corresponsal de Le Monde, a quien había prometido una entrevista. Y de pronto, empezó a pasar frente a nosotros una manifestación por los derechos humanos. Unas seiscientas u ochocientas personas, en su mayoría jóvenes. Un fotógrafo lo reconoció y disparó su flash; alguien gritó: “¡Ahí está Cortázar!” y ya no hubo manifestación, sino un tumulto a su alrededor. “¿Viniste a quedarte, Julio”, “Gracias Julio, gracias por todo”, le decían chicos que tenían diez años cuando él pudo visitar la Argentina por penúltima vez en 1973, y que empezaron con la literatura y la política mientras sus libros y él mismo estaban prohibidos.
“Yo quería ser la Maga, u Oliveira, o Cronopio”, decían los ya no tan jóvenes. Muchos se dispersaron por las librerías siempre abiertas de calle Corrientes y volvieron con sus libros agitando lapiceros y hasta hubo alguien –que se presentó como “el quiosquero de enfrente”– que ante la exclamación de Julio, “pero che, éste es de Carlos Fuentes”, respondió “perdone Julio, es ya no quedaba ni uno suyo…”.
Luego ambos fueron a un bar. “Julio estaba emocionado, agitado. Y entonces llegó hasta nosotros, esquivando las mesas como una mariposa, una mujer de unos dieciocho años que le estiró un ramo de jazmines, balbuceó algo ininteligible y se esfumó entre rubores. Julio se quedó un rato con el ramo en las manos, la cabeza gacha. Luego lo acercó a su nariz, aspiró y nos tendió las flores con una expresión de maravilla. “Huelan esto... jazmines del país. Con esta fragancia, no existen en ninguna otra parte”. Lo acompañé hasta su hotel a las dos de la mañana, atravesando solitarias calles de Buenos Aires. Luego de despedirnos en la puerta, lo vi dirigirse hacia el ascensor. Estaba visiblemente cansado, pero feliz, y llevaba en las manos el ramo de jazmines”.
Cortázar estuvo en Buenos Aires apenas ocho días. Murió en Paris el 12 de febrero de 1984, a tres meses de ese encuentro, que ni Gabetta ni la gente que caminaba al descubrirlo supieron que sería el último.