Sergio Desza se enteró mirando la televisión que tropas argentinas habían desembarcado en Malvinas y supo que debía regresar al cuartel. En ese abril de 1982 tenía 19 años y había llegado a Rosario unos días antes para disfrutar de la licencia que le habían dado en la Compañía de Comandos y Servicios de Curuzú Cuatiá (Corrientes). No lo dudó. Tomó una bandera argentina, se subió a la terraza y la colgó de la antena de la TV. “No la bajen, cuando yo vuelva lo voy a hacer”, le dijo a sus padres y hermana. Después tomó el bolso y se fue enfundado en su uniforme de conscripto.
“Fue la última vez que lo vi” dice Gabriela, su hermana, 40 años después de aquella partida. No puede contener las lágrimas, pide disculpas una y otra vez. Habla pausado en la plaza que lleva el nombre de su hermano en el barrio Luz y Fuerza, en la zona norte de la ciudad.
Sergio fue uno de los últimos en caer abatido en Malvinas. Un bombardeo lo hirió mortalmente el mismo día en que se firmó la rendición argentina y culminó la guerra: el 14 de junio de 1982. Había sido destinado a la custodia de la casa del gobernador argentino en las islas, el general Mario Benjamín Menéndez.
La familia Desza siempre vivió en la zona norte. Primero en Alberdi y luego en Luz y Fuerza. Hijo de un empleado municipal y una ama de casa, Sergio siempre se distinguió por su altura, su pasión por las motos y el deporte. Y hasta fue guardavidas en La Florida, el parque Alem y las piletas del Sindicato de Luz y Fuerza.
Le llevaba cinco años a su hermana, quien lo recuerda como “un chico muy alegre”, una alegría que le valía el apodo de “el loco", como lo llamaban sus amigos.
Cursó la primaria en la escuela República de México y la secundaria en la Técnica Nº 7; y en 1981 le llegó el servicio militar. “Era tan alto, medía 1,85 metro, que lo destinaron al Regimiento de Granaderos a Caballo, pero por un problema de salud unos meses después lo mandaron a Corrientes”, indica Gabriela.
En la Compañía Comando y Servicios el joven rosarino fue destinado a tareas administrativas y en febrero del 82, cuando cumplió 19, vino a Rosario a disfrutar de su licencia sin imaginar siquiera la guerra que se avecinaba.
La partida
“No recuerdo bien si fue el 8 ó 9 de abril, pero aún lo veo poniendo la bandera en la antena en la terraza y diciéndonos a todos que sería él quien la sacaría de allí cuando regresara”, señala Gabriela.
Sus compañeros de regimiento recién pudieron contarles unos veinte años después que culminó la guerra qué le sucedió a Sergio ese fatídico 14 de junio. Es que las heridas psíquicas calaron muy hondo entre los excombatientes. Pero con el tiempo la familia conoció algunos detalles de ese último bombardeo en el que falleció, un día como hoy, hace 40 años. Y también fotos donde se lo ve sonriente un par de días antes en las calles de Puerto Argentino.
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Sergio Desza, en la puerta de la Compañía Comando y Servicios en Curuzú Cuatiá (Corrientes), donde cumplía el servicio militar cuando se desató la guerra.
Gentileza: familia Desza
Sergio mandó unas nueve cartas desde la isla. Gabriela las leyó hace muy poco. La tristeza se lo impidió durante casi dos décadas. Las atesoraba su mamá Mabel, quien durante años no creyó en la versión oficial sobre la muerte de su hijo. “Lo buscó durante mucho tiempo. Decía que tal vez estaba perdido. Fue muy triste, hasta que un día el padre Ignacio le dijo que lo dejara ir, que Sergio necesitaba descansar en paz, y recién ahí pudo elaborar el duelo”, cuenta Gabriela.
El dolor fue muy grande para Mabel y su vida se terminó apagando en febrero de 2021. En la mayoría de las cartas a Sergio se lo percibía de buen humor. Es más, hasta le contó a su familia que había encontrado una moto y estaba tratando de arreglarla para poder dar unas vueltas por la isla.
“Yo lo recuerdo en la moto. Le encantaba arreglarlas y salir a dar vueltas por el barrio”, señala Gabriela.
Su madre fue dos veces a Malvinas a visitar el cementerio de Darwin, donde está sepultado. En uno de esos viajes la acompañó Gabriela, quien aún se estremece al recordar los pozos que vio en la tierra producto de las bombas que cayeron en el lugar. “Es muy fuerte verlos, al igual que los trozos de artillería que están esparcidos por el campo”, asegura.
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Gabriela Desza, la hermana de Sergio, en la plaza que lleva el nombre del joven fallecido en Malvinas en la zona norte de la ciudad.
Foto: Sebastián Suárez Meccia / La Capital
Este martes le impondrán el nombre de Sergio a un pasaje del barrio Luz y Fuerza, donde ya hay una plaza que lo honra, y chicos de las escuelas de la zona pintarán murales para recordarlo.
Hoy, en la vieja antena de la casa familiar ya no flamea la bandera argentina. Sergio no pudo regresar a bajarla, pero nadie la tocó. Quedó allí durante años hasta que el viento y el sol la deshilacharon. Fue algo así como el recuerdo imborrable de ese pibe alegre, amante de las motos, que los vecinos veían feliz por las calles del barrio a fines de los 70. Un recuerdo que hoy sigue más intacto que nunca.