En 2013 hubo una secuencia de homicidios sin parangón en la historia de Rosario. En ese momento los hechos más estremecedores, esos que atrajeron a la ciudad a periodistas de todo el mundo, eran una parte no mayoritaria de los asesinatos: los apuntados como de tipo mafioso, que responden a la conocida tipología de ser ejecutados por sicarios, concretados con una ferocidad extrema que a menudo culminaban con más de una víctima, en el marco de disputas de bandas enemigas y con blancos elegidos deliberadamente y no al azar.
La tasa de homicidios en Rosario desaceleró de las 22 muertes cada 100 mil habitantes del año 2013 a las 13,5 de 2017 con lo que la situación ahora no es la misma. Lo que sí es parecido es que aquellas cualidades impactantes de los crímenes de entonces se repiten y enfocan una vez más la atención sobre la ciudad. Es un hecho que los medios nacionales e internacionales vuelven a hablar de Rosario porque los asesinatos que arrancaron en enero son encarnizados y brutales. En enero de 2018 hubo el mismo número de homicidios que en enero de 2013: fueron 21 hechos entonces y ahora.
Frente a ello surgen varias preguntas. ¿Hay en Santa Fe inteligencia criminal posible que pueda advertir, conocer o anticipar los movimientos de estas bandas, de manera de reducir los daños? En las fiscalías del MPA, en la central criminal OJO implementada por el Ministerio de Seguridad de Santa Fe, en la Secretaría de Análisis y Articulación de Procesos, en el gabinete coordinado entre Nación y provincia ¿es o no viable generar información de calidad para prevenir los movimientos de estos grupos de enorme violencia?
Una primera respuesta es que cuando existen grupos criminales que tuvieron durante años sostén en las fuerzas de seguridad que están decididos a actuar, sin importar la cárcel ni la eliminación física para cumplir sus metas, es poco lo que se puede hacer. Cuando era ministro de Seguridad bonaerense León Arslanián afirmaba que era imposible frenar todo el tiempo a quien se propone a toda costa producir un homicidio.
Ayer varios fiscales de homicidios señalaban que hay abundante información expuesta en recientes audiencias públicas de Tribunales que evidencian cómo operan y están compuestas algunas de estas bandas. Eso pasó cuando fueron imputados Andy Caminos, Tubi Segovia, Alan Funes. No obstante ese caudal de datos aún rudimentariamente sistematizados, los brazos ejecutores de estos actores siguen actuando con ellos en prisión. Una pista es porque se entreveran con ellos —dicen tanto en la PDI como en el MPA— figuras de estructuras criminales de tiempos no tan lejanos.
El aporte de testigos para investigaciones criminales sigue siendo relevante en todo el mundo. Pero en Rosario quien intente esclarecer crímenes graves por esa vía marcha hacia una segura frustración. Primero por el peligro comprobado que supone hablar en entornos como las zonas donde surgen estas disputas donde los vecinos quedan solos y a expensas los agresores. Pero además porque a los mismos involucrados no les interesa hablar ni ser resguardados para evitar ser víctimas de estos hechos. Ni a los Funes ni a los Caminos ni a los Cantero les importa dirimir sus pugnas por los carriles institucionales.
Sin resolver
Pero además los delitos de mayor complejidad o resonancia en Santa Fe quedan sin esclarecer. Los hechos más importantes en los que asoman bandas criminales más complejas no están resueltos. Casos como el crimen de Luis Medina y el posterior homicidio de su suegro; el atentado contra el furgón penitenciario en la autopista que llevaba a Coronda a los acusados de matar a Claudio "Pájaro" Cantero; las muertes de los padres de esos acusados; el triple asesinato de noviembre frente a la cárcel de Piñero en el mismo lugar donde ayer acribillaron a Jonatan Funes.
Lo que alimenta las vacilaciones es que esos hechos que sí tuvieron detenciones —Andy y Alexis Caminos, Lautaro y Alan Funes, y Tubi Segovia— no limitan la reproducción en espiral de la violencia. Incluso en varios hechos de los referidos arriba los fiscales conocen a los interesados en propiciar los eventos y hasta a algunos de sus autores pero fallan en la evidencia para acusarlos.
Este caudal de sangre sin freno que rebrotó hacia el final de 2017 incita a que se hable de Rosario no sin motivos como pasó en 2013. La idea de una violencia ingobernable no puede producir tentaciones autoritarias. En el medio de los grupos focalizados que se atacan hay mucha gente vulnerable que vuelve a vivir cautiva del terror y que puede ser víctima de la violencia por hablar de ella y también por no hablar. En el medio falta un debate sobre cómo se trabaja en Rosario con la inteligencia criminal y qué se hace con esa información para, ya que la violencia es ineliminable en sociedades desiguales, mantenerla en niveles lógicos.