Todo indica que hacia fin de año la peor crisis europea desde la posguerra comenzará a ceder. Los cálculos más optimistas sostienen que ya han comenzado a observarse las primeras luces de la recuperación, pese a que millones de españoles no consiguen empleo o decenas de miles de griegos hayan caído en la miseria y todavía no se levantan.
Lo concreto es que Alemania y Francia, los motores de la Unión Europea, no han dejado caer el euro y han impuesto reglas severas de ajuste para enfrentar el descalabro que paradójicamente, como en el caso de Alemania, han contribuido a generar. Los bancos alemanes, por ejemplo en el caso de Grecia, prestaron durante la última década millones de euros a distintos gobiernos griegos para una alocada carrera armamentista, donde mucho dinero quedó en los bolsillos de funcionarios o militares corruptos. El resto fue a parar a grandes consorcios alemanes que fabrican submarinos y otras armas. El círculo se cerraba: los bancos alemanes prestaban dinero que volvía a las empresas del mismo país en compras de armas. Si Grecia quebraba, caían los bancos alemanes y las empresas de ese país tampoco cobraban.
El efecto de la burbuja financiera de 2008 que estalló en Estados Unidos y luego se trasladó a Europa lleva un lustro, un tiempo prudencial para que la crisis de los países más ricos se termine. Si Europa se recuperó después de la devastación que sufrió en la Segunda Guerra Mundial, no hay dudas que tarde o temprano volverá a convertirse nuevamente en una potencia económica.
Los norteamericanos, por su parte, dan señales todavía más claras de recuperación tras el desastre financiero que tuvo a Obama en jaque durante su primer mandato y ya sugieren que la tasa de interés comenzará a subir lentamente, con lo que volverán a "aspirar" todos los dólares que sobran en el mundo, y que no son pocos.
En el norte del globo, con sus indignados incluidos, vislumbran que la caída tocó fondo y que ahora vienen los años de rebote económico hacia arriba.
Pero en el sur, esas buenas noticias van a traer algunas complicaciones, sobre todo en aquellos países muy endeudados y con necesidades de inversión extranjera.
¿Las protestas de las últimas semanas en Brasil son las primeras señales de que la crisis se traslada a los países emergentes?
Brasil ha posibilitado durante los gobiernos de Lula y Dilma que millones de personas salgan de la marginalidad y que otros tantos asciendan socialmente y pueblen la clase media. Pero parece que no es suficiente ya que los cambios no han llegado a todos. Los indignados brasileños, con demandas distintas, sin un hilo conductor ni tampoco ideológico, parecen querer mostrarles a los gobernantes que hay mucho por cambiar y mejorar. El fútbol y la "cachaza" ya no alcanzan como narcóticos. Brasil está dentro de las diez primeras economías del mundo pero tiene millones de pobres. ¿Por qué?
Sus vecinos en América latina no tienen tampoco mucho para festejar. Paraguay es una seudodemocracia que en 48 horas echó a un presidente electo y Chile todavía lucha por el acceso de los más pobres a la educación superior. Ecuador no tiene moneda nacional y pese al discurso antiimperialista mantiene el dólar en su economía. Venezuela, ya sin Chávez, sigue viviendo exclusivamente de su petróleo, que sigue exportando a Estados Unidos, su principal enemigo.
Argentina, finalmente, se encuentra en una doble encrucijada: una economía que depende del precio internacional de su principal commodity, la soja, y un enfrentamiento político no visto en décadas que mantiene a oficialistas y opositores en un nivel de intolerancia mayúscula.
Muchas de las economías, como Perú o Colombia, por ejemplo, han mejorado notablemente en la última década pero las demandas sociales insatisfechas permanecen y en algunos casos se acentúan. ¿Se distribuye mal el ingreso? ¿La dirigencia política gobierna para las grandes corporaciones y las clases sociales privilegiadas? ¿Por qué Latinoamérica no ha podido terminar con el indigno flagelo de la pobreza estructural?
La respuesta a estos interrogantes requiere un abordaje multidisciplinario. Pero la reacción popular ante la inequidad de los contrastes sociales en esta parte del planeta es una señal de que no se toleran más postergaciones. Y también un alerta sobre la posibilidad del comienzo de una nueva y gran crisis política, social y económica.