Después de la Segunda Guerra Mundial la devastada Alemania necesitó para su reconstrucción, además de millones de dólares del plan Marshall, mano de obra para sus industrias. Casi dos millones de turcos emigraron a las principales ciudades del país y hoy en el distrito de Kreuzberg, en Berlín, conocido como la pequeña Estambul, se concentra la mayor cantidad de inmigrantes de esa nacionalidad.
Durante esta semana, y continuará el mes próximo, se desarrollaron en Dresde (capital del Estado oriental de Saxony) las audiencias de un juicio contra el máximo dirigente de Pegida, Lutz Bachmann, (43 años) a quien se acusa de incitar el odio racial a través de las redes sociales.
Pegida, un acrónimo en alemán que significa Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, es un grupo nacido en esa reconstruida ciudad, que en febrero de 1945 fue destruida totalmente por un raid aéreo aliado de dos días que dejó decenas de miles de civiles muertos.
Bachmann es imputado por haber calificado a los refugiados de "ganado, basura e inmundicia" y podría ser condenado a entre tres meses y cinco años de prisión. Su situación judicial se complica porque años atrás, cuando todavía no se dedicaba a provocar a los refugiados musulmanes, había estado en prisión por varios robos y tenía una condena en suspenso por posesión de cocaína.
Como ilustra la foto de este artículo, Bachmann ingresó a la sala del tribunal con extraños lentes de sol con los que desafió a la opinión pública y pareció protestar contra lo que entiende es un acto de censura a sus opiniones contrarias a los musulmanes.
Pegida, nacida en 2014, concentra a un gran espectro de la ultraderecha alemana, a barrabravas de fútbol y seguramente a delincuentes como Bachmann. Es lo más parecido a la formación inicial de las patotas violentas del nacionalsocialismo alemán antes de acceder al gobierno y que llegaron con los años a contar con unidades de combate militar, las conocidas Wafen SS.
Pegida tiene ramas en otros países, como en Gran Bretaña, donde líderes xenófobos como Tommy Robinson, de la ultraderechista Liga de Defensa Inglesa, se han sumado a la organización.
Los dirigentes de Pegida sostienen que no son racistas ni xenófobos, que sólo luchan contra la influencia del islam en Europa y que valoran la cultura judeo-cristiana alemana. Incluso, en los afiches de promoción de sus multitudinarias marchas por distintas ciudades europeas, se muestra el dibujo que representa a una persona arrojando al tacho de basura la cruz esvástica junto a la medialuna y estrella musulmana. Sin embargo, Bachmann ha aparecido fotografiado con el típico bigote hitleriano en las tapas de los diarios alemanes.
Todo esto parece conformar una ensalada ideológica de dudosa autenticidad que, en realidad, esconde el odio al diferente y el anhelo eliminacionista como una búsqueda mágica para obtener respuestas ante la pérdida de valores y el sentido de la vida.
Humor e insulto. También hay otros casos actuales de gratuita islamofobia. Un cómico alemán, Jan Böhmermann, escribió y leyó una serie de poemas satíricos que insultaron al presidente turco Recep Erdogan. Lo acusó de practicar la zoofilia, golpear a menores, maltratar a discapacitados y dedicarse a la pedofilia, entre otras barbaridades impublicables.
Erdogan no se caracteriza precisamente por ser un mandatario democrático ya que cierra diarios opositores, no tolera la crítica y aún su país no ha reconocido el genocidio armenio a manos de los turcos a principios del siglo XX. Pero el insólito ataque de un humorista cruzó la raya y el propio gobierno alemán le ha dado vía libre a un proceso judicial en su contra.
Para el periodista germano Alexander Kudascheff, la sátira fue de "bajo nivel, pornográfica y vulgar y ni siquiera un lejano sultán debiera tolerarlo. No hay nada sutil. No es una burla. No existe una ironía con un significado profundo. Lo que hizo Jan Böhmermann fue basarse en Friedrich Nietzsche y mostrar que él filosofa con el martillo porque no es posible avizorar una lectura subyacente en sus palabras, sino que el ataque tiene un solo objetivo: destruir a la víctima", reflexionó.
Célula neonazi. Mucho antes de estos casos, en 2011, la policía alemana había desbaratado a la más importante célula neonazi desde el fin de la guerra, el NSU, por sus siglas en alemán de Nationalsozialistscher Untergrund (Clandestinidad Nacionalsocialista). Era un pequeño grupo de tres alemanes que asesinó entre 2000 y 2007 a ocho inmigrantes turcos, uno griego y a una mujer policía. Su criminal actividad culminó cuando dos de sus tres integrantes, Uwe Böhnhard (34 años) y Uwe Mundlos (38 años) fueron acorralados por la policía después del robo a un banco. No se entregaron y se suicidaron dentro de un vehículo. La tercera integrante de la célula, Beate Zschäpe, (38 años) apenas conocida la muerte de sus compañeros incendió intencionalmente la casa que compartía el trío en una ciudad del este de Alemania y se entregó a la policía. Su juicio ya lleva varios años y recién hace unos meses habló por primera vez y dijo sentirse moralmente culpable por no prevenir los diez asesinatos, de los que no se responsabilizó, a la vez que pidió perdón a las familias de las víctimas. Nadie le creyó.
Beate Zschäpe nació en el este alemán y dijo haber sufrido la ausencia del padre y de haber tenido una madre alcohólica. Conoció a los dos muchachos con el mismo nombre de Uwe en grupos juveniles de ultraderecha y fue amante de los dos en distintos momentos. Le espera, seguramente, una larga condena en prisión.
Además de esclarecerse la actividad criminal del grupo neonazi dedicado a asesinar inmigrantes, seguramente se conocerá en ese juicio cómo fue posible que los servicios de inteligencia alemanes no hayan podido ponerle freno al trío muchos años antes, ya que su inacción en el caso fue más que sospechosa.
Barrera antimusulmana. Los miles y miles de musulmanes que deben partir de sus lugares de origen para sobrevivir sufren, además del desarraigo, el rechazo y el odio de una parte de la población nativa. Los perciben como un peligro que, en realidad, esconde un odio visceral al extranjero, sea un terrorista o una familia trabajadora, como son la absoluta mayoría de los refugiados.
"Queremos decirles a los europeos que no somos terroristas, no somos yihadistas, somos gente normal con una vida normal antes de la guerra", dijo Nur, una microbióloga siria que junto a su familia fue acogida por El Vaticano.
Ramy, también sirio y profesor de historia refugiado por el Papa (que trajo a tres familias a la ciudad-Estado), explicó que su intención era transmitir una verdadera imagen de los musulmanes: "Los terroristas del ISIS son monstruos, no son humanos. Nosotros tenemos una religión de paz y amor", dijo.
La ola de atentados que viene sufriendo Europa abona el sentimiento antimusulmán al identificarse a todo el conjunto, indiscriminadamente, como sinónimo de terror. Es por eso que surgen como hongos estos grupos que no tienen la capacidad de diferenciar distintas situaciones básicas de pensamiento entre la lógica concreta y la formal. ¿Qué camino proponen estas mentes desvariadas ¿Dejar a esa miserable gente con miles de niños que mueran bajo las balas de la guerra o por el hambre? El mundo occidental tiene el deber moral de impedir que eso ocurra.