Diana Kleiner tenía poco más de 50 años cuando corrió por primera vez. Leonor, su profesora de gimnasia, le propuso un día agilizar una caminata y ella le respondió, contundente, que estaba loca. Sin embargo, lo hizo. Fueron diez metros en las calles de barrio Alberdi; diez metros que oficiaron de puntapié inicial para no frenar nunca más. Diana tiene ahora 65 y sigue (re) corriendo cada mañana las calles de su barrio y ciudad. Pero no son las únicas. Sus pies ya estuvieron en París y en Berlín, en Río de Janeiro y en Punta Cana. Ya fueron por los seis kilómetros, los veintiún y hasta los cuarenta y dos. Corrieron por la montaña, la ciudad y la playa. Empezaron por diez minutos sin parar y llegaron a estar cinco horas. La mujer, que también es artista plástica, enumera hazañas, rehabilitaciones, encontronazos con el azar. Cada historia termina de la misma manera: un triunfo. "Lo que a mí me importa es hacerlo. Yo disfruto superarme", sostiene.
"Ahí era una piba", dice señalando una serie de fotos que luce en su taller, donde se la ve sonriente, levantando medallas. Se ríe. La luz del sol entra con fuerza desde un ventanal y todos los recovecos del taller que tiene en su casa quedan expuestos.
No es tan difícil, sin embargo, encontrarse con esas fotos, con los trofeos y las medallas que recolectó la maratonista. Son muchas, demasiadas para lo que se podría pensar al enterarse de que esta mujer tiene 65 años y corre desde que era una piba de cincuenta. Son más aún cuando Kleiner cuenta que a los 38 tuvo un pequeño tumor en una mama, que luego sufrió una osteopenia grave que llegó a producirle fracturas espontáneas de costilla, que se fracturó el sacro.
La mujer, sin embargo, naturaliza su vida y hasta cuestiona la entrevista. "Si hay gente que tiene mejor tiempo. Si hay gente de mi edad que también corre. Si todos y todas tienen sus historias personales". Termina aceptando. Esta vez le toca contar a ella y sabe qué es lo más importante que tiene para destacar: la satisfacción que da superarse.
Emociones
"Tuve una época que corría por correr, sin objetivos. Uno de esos domingos a la mañana salí y vi mucha gente que pasaba corriendo por el parque Alem. Le presté atención: había un señor atado a otro, como los ciegos. Y vi gente en sillas de rueda. Me quedé caminando, siguiéndolos y llorando. Fue el momento en que me di cuenta de que si ellos podían, yo también. Esas cosas son las que más rescato, la emoción que da poder hacer lo que te propones", relata mientras toma café.
No fue ese su primer impulso para correr. La mujer va más lejos en el tiempo, a sus 38 años, el diagnóstico de un cáncer de mama y su recuperación de la enfermedad. "Lo que yo tenía era la necesidad de hacer algo físico y algo que me despejara la mente", recuerda.
Leonor, su profesora de gimnasia, fue la primera que la llevó más allá de las clases en casa. Primero fue salir a caminar. Después, correr diez metros. Lo que siguió ya está dicho: empezar a crecer.
El debut
La primera carrera que corrió Diana fue el 28 de mayo de 2006. Fueron seis kilómetros acompañada por su entrenador de ese momento, Cristian. Los kilómetros empezaron a sumarse con el paso del tiempo. Siguieron los ocho, los diez, los veintiuno, los veintiocho. Y los 42.
Entre cada objetivo que se propuso, lidió con múltiples lesiones. "Tuve una osteopenia grave y, a pesar de eso, corría. Un día me fracturé una costilla y dejé de correr. Me entró una depresión terrible", recuerda.
Cuenta que su médico le dijo que su problema era la costumbre a la endorfina, la hormona "de la felicidad", que ya no estaba teniendo por la falta de ejercicio. "El me dijo que me pusiera una faja y saliera a correr. Lo hice. Al tercer día, la faja voló. Me sobrepuse al dolor. Así fue siempre: me caía, me tropezaba, me fracturaba espontáneamente. Y siempre me sobrepuse, porque ya tenía la experiencia de la primera vez", recuerda.
Los diez años que lleva corriendo pasaron pateando distintas provincias y terrenos del país y el mundo. La primera carrera internacional fue en 2008, en París. "Fue una carrera sólo de mujeres, éramos diez mil", exclama.
El día anterior al maratón, se cayó en la estación del metro. Corrió con un esguince de tobillo, bajo la lluvia. "Y no fui renga. Cuando largó la carrera, me olvidé". Los cuarenta y dos kilómetros fueron objetivo cuatro veces: en 2013 y 2016 en Berlín, Alemania; en 2015 en París; y en 2012 en Nueva York. Esta última se suspendió por un huracán.
El 29 de enero cumplirá 66. Ese día va a ser el turno de correr media maratón en Miami. "Son las distancias que quiero hacer de ahora en más. Y hasta que pueda.
El único momento en el que no pienso es en cuando deje de correr. Será hasta que el cuerpo diga basta, no creo que la cabeza me vaya a frenar".
La necesidad de mirar alrededor
"¿Lo disfrutaste?" La pregunta siguió a la llegada de Diana a su primera meta, la de seis kilómetros. Contestó que no. Asegura que empezó a disfrutar de los maratones una vez que también se entrenó para eso. Pero admite que todavía se pone nerviosa. Aunque, todo pasa cuando larga. Destaca que uno de los cambios más grandes que tuvo corriendo fue cuando pudo empezar a mirar lo que pasaba alrededor. Eso la llevó a disfrutar desde el amanecer rosarino hasta el tour de 42 kilómetros por Berlín. "Me siento libre. Puedo ir charlando, escuchando música. Pero también me gusta ir mirando. El maratón de Berlín me llevó cinco horas. El tiempo no me importa, sólo salir y llegar. Esa es mi satisfacción".