Los días interminables
A la adolescente, que vive en Funes y va a la escuela en Fisherton, le habían diagnosticado leucemia linfoblástica aguda tipo T, un cáncer difícil de transitar y con un pronóstico no muy alentador. La inesperada noticia llegó en noviembre de 2019, cuando tenía 11 años.
El trasplante, de un donante relacionado o proveniente de un banco de sangre, era la mejor opción para mejorar su delicada situación.
Entre los familiares directos que se estudiaron, Valentino fue el compatible y, a pesar de que para los padres fue una decisión difícil, por la edad del niño, avanzaron. La enfermedad de Agustina no daba tregua, no había tiempo y esa donación era la verdadera esperanza.
Lo cierto es que el pequeño no ofreció ninguna resistencia y fue tranquilo al procedimiento que, en su caso, se prolongó por dos días (tres horas cada jornada). Le colocaron dos vías (por medio de catéteres) y de ese modo los profesionales pudieron extraer una buena cantidad de células madre de la sangre de Valentino para que luego las recibiera Agustina, con la expectativa de que recompusiera su médula dañada. Lo que afortunadamente sucedió.
“No me dolió nada y no fue feo”, dice el nene, que hoy tiene 6 años, y que cada vez comprende con más claridad todo lo que pasaron.
El diagnóstico
En 2020, a Agustina _una chica imparable de 11 años que iba a la escuela ( “Al Integral”), que hacía gimnasia artística en el club San Telmo, que se estaba preparando para la competencia nacional de esa disciplina y regresaba de un campamento_ la vida le cambió por completo, en pocas horas.
“Estaba re cansada y volví de ese viaje llena de moretones. También tenía unas manchitas rojas en las piernas que después supe que se llaman petequias, por un problema en las plaquetas, pero nunca pensé que fuera algo grave”, cuenta en una charla con La Capital en su casa funense.
Julieta, su mamá, interviene: “Tenía ganglios inflamados, demasiado. Habíamos hecho una consulta con el pediatra, pero en ese momento nos dijo que esperábamos unas semanas y volviésemos, aunque de repente el cuadro empeoró”.
En uno de esos días, mientras seguía con su rutina escolar y deportiva, Agustina le comentó a la mamá que tenía una llaga (o algo similar) en la boca.
“La miré y era como un agujero. Entonces no dudé en llevarla a la guardia del sanatorio. Venía el fin de semana y no quería que se complicara más. Era un sábado, llovía mucho. Ese día empezó la pesadilla...”, dice Julieta.
Agustina, súper locuaz, es la que lleva la voz cantante durante la entrevista, en la que por momentos participan todos.
Ella tiene presentes cada uno de los instantes cruciales, recuerda todo lo que le dijeron, cómo, en qué lugar.
El impacto
“Fuimos a una guardia y como había tanta gente y yo estaba demasiado cansada me senté a esperar en el piso. Ahí me revisan, me hacen análisis y, bueno, después, todo lo demás: ir a otro sanatorio a internarme de urgencia. Yo lo único que quería era irme a mi casa”.
Entre esas frases inolvidables están las de sus padres, sus compañeros y los médicos. Y en especial la del ex concejal Lisandro Lichu Zeno, que también superó la leucemia gracias a un trasplante donde el donante fue uno de sus hermanos.
Es que Lichu, enterado de la situación de Agustina, la visitó cuando estaba internada, y su presencia fue un enorme alivio para la adolescente y su familia.
“Ahí me fui enterando de lo que realmente tenía. Saber que él lo había superado, que estaba bien, incluso cuándo tuvo una recaída fue importante para mí”.
Aunque los médicos le pedían a los padres de Agustina que le dijeran lo antes posible cuál era el diagnóstico, hablar de cáncer no les resultó fácil.
Su mamá lo reconoce: “No sabía cómo hacerlo. No tenía muchos días porque se le iba a empezar a caer el pelo ya que había comenzado con la quimioterapia. Cuando la veía un poco mejor decía: no puedo ahora; si estaba re bajoneada menos”.
Al fin juntó valor y le puso a la enfermedad la palabra difícil: cáncer.
“Cuando pude decírselo fue un alivio. Desde ahí decidimos hablar con todas las letras, nombrar a las cosas como son”, detalla.
Tan instalada está en la sociedad la relación entre cáncer y muerte que Agustina, con solo 11 años, pensó en algo en esos primeros días de internación en terapia y luego en sala general: “Espero tener cualquier cosa, menos cáncer”.
Lo cierto es que en el cáncer infantil, del que se diagnostican 4 casos por día en menores de 15 años, más del 70% se cura.
En la leucemia, solo el 25% de los enfermos cuenta con un donante compatible, los demás deben recurrir al banco mundial, de allí que sea tan importante que todas las personas se registren para ser potenciales donantes.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
La donación
Los Olivero Finochietti viajaron a Buenos Aires. El Hospital Austral fue el escenario del trasplante. La familia se mudó a una casa cercana. “No podíamos estar a más de 10 minutos del hospital, esa era la condición que pusieron los médicos”, cuenta la mamá.
A los 12 días del procedimiento, mientras Agustina estaba en una habitación completamente aislada, “la médula prendió”.
“Ufff, esos fueron los días más largos y duros. Los del aislamiento total. Y cuando funcionó lo de la médula sentí un dolor en la espalda tremendo. Fue bravo, pero a veces el dolor sirve. No sé si lo que estaba pasando en mí era vida, pero en ese dolor yo me empecé a recuperar”, dice, con la emoción a flor de piel, mientras su hermana Martina la mira con los ojos repletos de lágrimas.
En noviembre de 2019 la diagnosticaron, el 12 de mayo de 2020 se hizo el trasplante y el 29 de mayo le dieron el alta. El 15 de julio finalmente regresaron a su casa. Durante esos meses esta familia atravesó un universo. O varios. El verdadero “un antes y un después” que incluyó atravesar todo ese proceso durante lo peor de la pandemia de Covid.
“Hoy tengo una vida re normal. Sigo con gimnasia artística, no paro y estoy programando el año que viene un viaje para mis 15. Voy a ir con mi hermana Martina. ¡Tengo unas ganas!”.
Los cuatro, acompañados por sus dos perros (que no se pierden ninguna instancia de la nota), se preparan para las fotos. Agustina y Valentino saltan en una cama elástica. Martina se suma al juego. Los tres se ríen, ante la mirada atenta y emocionada de su madre.
Ya no quedan dudas sobre quién es el verdadero Gran Hermano.