El centro en auto en 20 minutos y el mal de la doble fila
Atravesar el centro y parte del microcentro rosarino en pleno mediodía de miércoles requiere una alta cuota de paciencia, aun cuando el aire acondicionado pueda ser considerado una ventaja que ayude a paliar un condimento extra: el calor. Autos en doble fila, carga y descarga fuera de horario y salidas escolares ayudan poco a la convivencia con los otros actores en circulación: peatones, colectivos, motos, bicicletas y ahora también monopatines.
Oroño y Salta. 11.59. En ese punto y horario se inicia el recorrido que transitará Salta hasta Entre Ríos, atravesará por esa calle el microcentro, bajará hacia el río por San Luis hasta su final en Alem y desde allí hasta Pellegrini, más de 40 cuadras, dos cruces con peatonales y menos de una decena de semáforos.
Pero eso no es todo: autos en doble fila por doquier complican en avance y se multiplican en las zonas escolares. Doble fila sobre el Colegio San José, alguno más en la cuadra de Entre Ríos frente al San Bartolomé y una ralentización de la circulación sobre Alem por el estacionamiento a 45 grados entre San Luis y San Juan abonada por la salida de los alumnos de La Salle cien metros más adelante.
La presencia sobre la calzada de quienes sobreviven del rejunte del cartón también obliga a prestar atención y más si están detenidos junto a los contenedores. Y el mal estado de algunas de las barreras físicas utilizadas para demarcar las bicisendas -sobre todo en la calle San Luis donde los colectivos les pasan por arriba una y otra vez- tampoco ayuda.
Lo cierto es que así, al punto de llegada en la esquina de Alem y Pellegrini, se arriba unos 20 minutos más tarde, todo depende de los segundos que demore el semáforo en ponerse en verde. Como sea, el auto parece estar lejos de ser la mejor alternativa.
El colectivo y su récord impensado de 16 minutos
Por la cercanía del tramo elegido para recorrer la bicisenda, la línea que hace un trayecto más fiel a la misma es la 106. Si bien termina en Laprida, la zona en la que realiza el desvío del tramo original no es donde más se complicó el tránsito. Y el tiempo, inimaginable teniendo en cuenta todos los obstáculos que tiene que esquivar semejante vehículo, fue de 16 minutos desde Salta y Oroño hasta Pellegrini y Laprida.
El colectivo iba con aire y las ventanillas abiertas, cumpliendo con los protocolos. Es algo por lo que se brega constantemente, aunque suene contradictorio: en épocas de pandemia, ventilación obligatoria; pero sin olvidarse de intentar climatizar lo mejor posible las unidades.
Solo en una cuadra se tuvo que demorar más de la cuenta, precisamente en un colegio: el San José. De hecho, tuvo que esperar dos semáforos porque la calle estaba más angosta por dos motivos: autos estacionados y el eterno problema de la doble fila, con el que un solo auto basta para embotellar todo el tránsito por varios minutos.
Esto se replicó en Entre Ríos al 400, donde está una de las salidas del San Bartolomé. De hecho, se infringe una ordenanza que existe hace siete años pero que, por lo que se ve, no tiene un cumplimento sostenido: la 9.174, de 2014, que prohíbe el estacionamiento en todas las cuadras en las que funcionen establecimientos escolares, en el radio comprendido entre Francia, Pellegrini y el río Paraná, entre las 7 y las 18.
Sobre San Lorenzo, cuadra que toma luego de doblar en Entre Ríos, no hubo ningún inconveniente que ralentice el andar de la unidad, aunque sí se pudo ver en algunas intersecciones con calles que van hacia el sur cómo autos particulares invadían el carril exclusivo reservado para el transporte público, así como taxis que, para apurar el paso, se pasaban al carril por el que deben ir los automóviles particulares.
Llegando a destino, después de un viaje que no tuvo mayores sobresaltos, hubo otro ejemplo de otra de las irregularidades más marcadas: la carga y descarga fuera de horario, en Laprida al 1600 e invadiendo el carril exclusivo para el transporte público, justo en una cuadra en la que la calzada se angosta por la vereda ensanchada en la esquina con Pellegrini para favorecer el tránsito de peatones.
Un viaje en bicicleta tarda casi 20 minutos
Atravesar el microcentro de la ciudad en bicicleta un mediodía hábil desde Salta y bulevar Oroño hasta el cruce de avenida Pellegrini y Alem insume casi 20 minutos. Un tiempo nada despreciable para poco más de cuatro kilómetros, si se tienen en cuenta otros medios de transporte como los colectivos urbanos o los autos particulares, que pueden afrontar las lógicas demoras que impone el tránsito.
El trayecto, al menos el miércoles de esta semana, no tuvo mayores trastornos, pero si riesgos. Los mayores, en los 19 minutos 59 segundos que duró el viaje, fueron los tramos de ciclovía con pozos, depresiones y parches desnivelados que pueden llevar a realizar maniobras que inestabilizan el andar y ponen en riesgo la integridad física de los ciclistas.
Pero uno de los mayores trastornos, sino el más visto en todo el recorrido, fueron los autos particulares, camiones de obras o de repartos estacionados sobre la derecha en lugares y horarios prohibidos, lo que angosta la calzada.
Esa dinámica obliga al resto del tránsito a eludirlos hacia la izquierda, a realizar maniobras con margen “finito”, que en muchos casos posiciona las ruedas delanteras casi sobre las bicisendas. Así se advierte en calle Salta, cuya bicisenda tiene separaciones levadizas de hormigón. Pero ese panorama se agudiza en Entre Ríos, una arteria más angosta que achica el margen por volquetes y vehículos estacionados sobre la derecha.
En el tramo de esa calle hasta San Luis, el tránsito se recuesta peligrosamente sobre todos los colectivos, en el carril destinado a los ciclistas. Por centímetros no hay accidentes.
Una conducta que también altera la dinámica vial son los autos que se detienen sobre la senda peatonal en cada esquina. Al cruzar, los peatones deben esquivar las trompas de los rodados peligrosamente, y se les dificulta observar la circulación de las bicicletas. En algunos casos, las obras en construcción que no colocan pasarelas obligan a las personas que circulan por la vereda a "bajar" el cordón, con lo cual invaden la ciclovía.
En calle San Luis al este, el sendero para las bicis casi no está demarcado. Tiene peligrosas ondulaciones del pavimento y pozos en la intersección con San Martín que obligan a agarrarse bien de manubrio.
El tránsito se afloja por San Luis más allá de Laprida. La ciclovía de Alem, en relación a las cuadras anteriores, es la más tranquila, y tal vez la menos transitada. No hay una gran caudal de autos, pero se repite el problema de vehículos en doble fila o mal ubicados.
La conducta general de los conductores de autos en relación a los ciclistas es de respeto, dando lugar al derecho de paso. En rigor, también se vieron muchos ciclistas sin casco y con poco apego a detenerse cuando el semáforo está en rojo.
Cruzar el centro en moto y entre los "influencers al volante"
La moto es el vehículo más veloz y ágil para desplazarse en las ciudades, también el más peligroso. Atravesar el centro de Rosario es un dolor de cabeza, aun para los motociclistas, que tienen que hacer malabares para avanzar, y no morir en el intento, en medio del enjambre de autos, utilitarios y colectivos que se apiñan en calzadas reducidas por el estacionamiento en doble fila, la circulación de carritos de cartoneros y, en la zona bancaria, por camiones de caudales que suben y bajan las sacas de dinero rodeados de celosos operativos de seguridad.
Desde Oroño y Salta hasta Alem y Pellegrini, en el horario pico del mediodía, inclusive a un conductor experimentado, se hace difícil no demorar menos de 15 minutos en cubrir el recorrido. Salta, que a primera vista parece ser la vía más rápida, desde Oroño hasta Entre Ríos es un infierno, porque no solo es un embudo porque de dos manos cómodas pasa a una y media, con una bicisenda demarcada con mojones de cemento, sino que con cada semáforo -y en ese tramo hay tres: España, Roca y Corrientes- el tránsito se congestiona.
El tránsito fluye con más rapidez por Entre Ríos y aun por San Luis, que hasta San Martín tiene un movimiento incesante al mediodía y demanda un cuidado extremo para que los peatones, que cruzan entre los autos, donde les viene en gana y de espaldas a la circulación de la calle, no obliguen a hacer una maniobra riesgosa para evitar llevarlos puestos. Después, la calle vuelve a estrangularse y con fortuna se puede avanzar a paso de hombre. Ni animarse a avanzar haciendo slalom entre los vehículos consigue que se baje el tiempo, hay que armarse de paciencia y esperar el turno para avanzar, si se cumplen las reglas, claro, porque la gran mayoría de los deliverys circulan por la bicisenda y evitan los embotellamientos. Se arriesgan y le complican la vida a los ciclistas, que cuando menos lo esperan son sorprendidos por el ronroneo del caño de escape de una moto a sus espaldas y una ráfaga de viento cuando les dan el sorpasso.
También están los conductores que manejan hablando por celular, chequeando las redes sociales, mandando mensajitos de WhatsApp, con el pucho en los labios y la cabeza en cualquier parte. En moto, donde la carrocería es el cuerpo, hay que prestar mucha atención, más que nada a las cocheras porque los automovilistas salen como Pancho por su casa y, en plan influencers, con el móvil en la mano.
Cruzar el centro en moto debería ser más rápido, más ágil, pero son tantos los obstáculos que, si se quiere evitar un mal trago, lo mejor es ir “piano, piano”. Para no demorar de más hay que tener suerte de no pasar frente a una escuela en el horario de entrada o salida de los alumnos. Es un pandemonio de autos estacionados en doble fila y de padres cruzando la calle por cualquier lado con los hijos tomados de la mano. La Salle, en Alem y Mendoza, es un ejemplo típico del “sálvese quien pueda” de los papis y las mamis cuando buscan a los chicos. Un par de cuadras al sur, también por Alem, hay un “bonus track”, la entrada del Hospital Provincial, donde a diario llegan taxis, ambulancias y autos con pacientes y estacionan donde quieren y donde pueden. La ley de la calle.
Producción periodística: Eugenia Langone, Claudio González, Ricardo Luque y Tomás Barrandeguy