Italo Calvino dedicó un ensayo al inmenso Groucho Marx, "El puro cigarro de Groucho", donde pinta al comediante desde uno de sus costados.
Italo Calvino dedicó un ensayo al inmenso Groucho Marx, "El puro cigarro de Groucho", donde pinta al comediante desde uno de sus costados.
Esa página de Calvino nos hace pensar posiblemente por alguna astilla de vidrio de colores metida en los intersticios de mi cerebro si es que tengo tal cosa o de ella ha quedado solamente un poco, la suficiente para decir cosas como "te amo", "te añoro", "me gusta el té verde", "cada vez más me gusta el jazz de los años veinte" y de un salto Coltrane y compañía. Quiero una milanesa con huevo frito. No puedo. Entonces un buen vaso de whisky o de grapa. Me dicen, con prudencia, con límites, palabras que no existen en mi diccionario de vida pero sí con seguridad existirán en el diccionario de mi muerte.
He dejado sin terminar a quien me recuerda Calvino. Buster Keaton lo adivina: a Nicolás Olivari o a Leonardo Sciascia. ¿Por qué? No lo sé, pero no me interesa. Leo a Onetti y a García Márquez y recuerdo a Faulkner; leo a Severo Sarduy y pienso en Hemingway. Si leo a Borges no pienso en nadie. Lo mismo me pasa con Alejo Carpentier. Y más aún si me entrego a las páginas de José Lezama Lima o de César Vallejo.
Pero hablamos del cigarro puro de Groucho Marx. Calvino dice que "ese uno" de los hermanos Marx se disfrazaba con los atributos externos del prestigio, del éxito, de la autoridad, del saber vivir; pero a renglón seguido Groucho mismo desnuda el mito del éxito, demostrando todo lo que de bellaco lleva consigo la afirmación social. Groucho —cigarro, mostacho, anteojos, caminar inclinado— juega con las cartas descubiertas, el desinterés de quien sabe que todas las victorias se convierten en humo.
Calvino, como Olivari o Sciascia, como Borges o Agamben, como Francisco Ayala o Alfonso Reyes, se interesan, y mucho, por el cine, pero no forman una parte demasiado extensa de su obra.
Ayala escribe sobre Greta Garbo: dice que la luz cruda de los quirófanos que son los estudios de cine se descubre en ella la presencia terrible de una fatalidad. "Es el demonio de la carne, el espíritu de la carne". Ella es la mujer fatal, pero continúa inocente, víctima. Nicolás Olivari habla de la voz de Greta Garbo. "Su inefable voz ruda y quieta y a veces tan ondulante, como un campo de amapolas movido por un cinturón de viento. Su inefable voz ríspida, percutida por el sarcasmo, y por un gran cansancio de vivir. Su inefable voz que arranca, como de una cuerda musical, de su clítoris hermafrodita".
Era porque su voz era lo que mencionaba Borges, al hablar del doblaje: podía afirmar que con el mismo actrices y actores se transformaban en monstruos. Cambiar la voz era cambiar una de sus esencias. En todo caso hubieran sido más creativos que el doblaje lo hicieran Nini Marshall y Pepe Iglesias "El Zorro". Las películas se transformarían de dramas a comedias, pero no habría monstruos deplorables.
Roberto Arlt solamente habla de la carta de un ingeniero, probablemente apócrifo, lo que no tiene mucha importancia, que la escribe diciendo que su mujer se quiere parecer a Greta Garbo. Y a la una de la madrugada le dice: "¿Sabés que yo tengo el mentón parecido a la Garbo?".
Por mi parte me alegro que King Kong vuelva a la pantalla. La historia de ese inmenso mono enamorado perdidamente de pequeñas y bellas rubias, es una versión un tanto diferente de "La bella y la bestia" de Jean Cocteau. Esta última, es, diríamos, de un sofisticado erotismo. King Kong es de una insoportable tensión sexual. Sobre todo porque la realización del acto amoroso parece imposible, pero vaya a saber uno. También las rubias se apasionan por King Kong. La primera fue de 1933. El nombre del mono no fue dado a conocer. La rubia era Fray Gras. La segunda es de 1976. Otra vez el anonimato para el mono. Jessica Lange era la rubia, con más ternura que la Gras. La tercera insiste en no dar nombre al mono. La rubia es Naomi Watts. No he nombrado los directores por ahora quiero solamente quedarme con el amor entre el mono y la rubia. Me recuerdan el metejón de aquella reina de Creta con el toro, del cual surgió el Minotauro, el de "La casa de Asterión", el mejor de los minotauros que podemos llegar a imaginar.
Dicho sea de paso, hay dos películas que tienen por protagonistas a King Kong. En una se enfrenta a Godzilla. En la otra existe una Lady Kong, pero como no la vimos no sabemos si se trata de una mona de tamaño similar o de una rubia más alta. Podemos pasarlas por alto, no tienen demasiada o ninguna importancia. Son cosas que King Kong hizo porque andaba necesitando un poco de dinero.
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Nadie debe suponer que la prohibición de fumar en bares, lugares públicos y otras yerbas provocará problemas como los que provocó la funesta ley seca en los Estados Unidos que lo único que produjo de bueno fueron las películas de gangsters, ciertas novelas y personajes que se recuerdan mas que quienes prolijamente quisieron impedir desde un puritanismo ridículo que la gente tomara.
Recordemos algunos de los resultados de la ley seca que rigió durante unos catorce años en los Estados Unidos a partir de las 12.10 del 16 de Enero de 1934. John Kramer, el nuevo comisionado de la prohibición, proclamaba que la ley será obedecida en las ciudades grandes y pequeñas, y ahí donde sea desobedecida se hará cumplir. Esta prohibición incluía numerosas leyes, pues era la enmienda número 18 a la Constitución de los Estados Unidos lo que estaba en juego. Una de esas leyes, bien conocida, era la ley Volstead.
Por cierto que estas prohibiciones tuvieron por resultado que en ese período los norteamericanos bebieran mas que nunca. Hacia 1926, solamente en Nueva York existían 100.000 tabernas, ilegales por supuesto. Alguien llamó a la ley un "noble experimento". Para combatir las bandas criminales dedicadas al tráfico de droga y alcohol, eran necesario, se calculaba, un ejército de cerca de 300.000 hombres. En realidad muchos suponen que los gangsters lo dominaban todo, incluso a la gente del gobierno. Los únicos vencedores fueron "Los intocables". Pero solamente por televisión. Se puso en evidencia la hipocresía: la ley que quería combatir el alcoholismo encendió una mecha, la de la obsesión por las bebidas embriagantes.
Aquella ley fue hecha por quienes de esa manera creían promover la sobriedad, la moral y las buenas costumbres. En realidad lograron cosas como la matanza del día de San Valentín y la fama que sobre todo les dio el cine a Bonnie y Clyde, Al Capone, John Dillinger, entre otros. Uno de los análisis mas completos de ese tiempo de la "prohibición" se encuentra en un libro indispensable para entender esa época en los Estados Unidos: "Apenas ayer", de Frederick Lewis Allen.
Por supuesto que las distintas leyes que prohíben el tabaco en distintos países del mundo, no pretenden hacer algo demasiado noble, como imponer buenas costumbres. Lo que parecen prometernos no es la inmortalidad (no pueden) sino algo parecido a una mejor forma de morir y acaso una prolongación de la vida, ya por otra parte prolongada, salvo para las abominables guerras de este siglo, para el fenomenal crecimiento del sida, por ejemplo, en Africa, y la tasa de mortalidad por hambre en tantos lugares que da vergüenza nombrarlos.
Pero creo que existen posibilidades que ocurran cosas no deseadas. He notado que ya en algunos bares donde se cumple estrictamente la ley, vi sentarse clientes, pedir un café y cuando se enteraban que no podían fumar, levantarse y mandarse mudar. En la mayoría de las ciudades del mundo ese que se llama civilizado, hay salones especiales para fumadores, en especial para los de habanos. Incluso esos salones existían también en casas privadas de la llamada clase alta, lo mismo que el salón de billares.
Como la mayoría sabe que una prohibición trae la otra, llegaremos a extremos absurdos por razones absurdas. Ahora, por ejemplo, en esta ciudad no solamente no se puede fumar en los bares y lugares públicos sino que después de las once de la noche los kioscos que quedan abiertos no pueden vender alcohol. No importa la edad: el otro día en tres quioscos se me negó la pecaminosa compra de una petaca de whisky.
Se me ocurre pensar en que comenzarán a surgir locales semi clandestinos donde se pueda fumar y que se ponga de moda la venta en contrabando de cigarrillos. Mientras las prohibiciones mencionadas parecen llenar de beatitud a quienes las imponen se debe estar pensando seriamente en restringir aún mas las libertades de que aún disponemos.
Mientras tanto no se han dispuesto prohibiciones para impedir todo aquello que en realidad mata. Las muertes por accidente de tránsito en todo el mundo suman una cantidad que se cuenta entre las mayores. Pero ningún gobierno se animará a prohibir la circulación de los automotores por las calles, caminos o autopistas. Y recomendar que la bicicleta y el monopatín son menos nocivos.
Tampoco los siniestros manejos de las industrias farmacéuticas que llevan a que el sida que diezma Africa no pueda ni tan siquiera ser atemperado. En realidad les importa un rábano. Por supuesto que existen fundamentalistas de todo tipo que serían felices si pudieran eliminar las relaciones sexuales. Todo lo que se prohíbe, pero solamente en parte, se debe a que los grandes intereses económicos no son vulnerados. Solamente un poco, nada más. No me cuesta imaginar un mundo en el cual vivir, más que un privilegio, sea una condena. Da la impresión que la burla de que somos objeto no es percibido claramente. Se prohíbe en nombre de ese placer que causa a un poder enfermo de estupidez el sólo hecho de prohibir. Se prohíbe lo menos nocivo, no aquello que puede llegar a destruirnos.
El retroceso de la humanidad en estos últimos años es notable. La apetencia por un mundo en donde prevalezca lo espiritual parece algo que alguna vez tuvo vigencia en el pasado. Si Auschwitz y si Hiroshima y Nagasaki existieran todavía se les prohibiría fumar a los condenados pero no se terminaría con los hornos crematorios y se seguiría probando la eficacia de destrucción de la fuerza atómica. El mundo se parece cada vez a la imagen que nos dieron Kafka, Huxley, Orwell y siempre habrá un primo Levi arrojándose al espacio para anular el todo.