Jueves 12 de enero. Junto al mar. Extinguidas, en el teatro Atlas, con más de la mitad de las butacas cubiertas (hay que atraer más de 1.200 personas para llenarlo) sirve para cubrir la noche del verano. Se oyen aplausos y "uy, te acordás...". Casi todos los espectadores son contemporáneos de las famosas sobre el escenario. Famosas. Eso fueron. En este encuentro recitan cuitas y secretos. Eso es todo, o casi todo lo que aparece en el escenario: "Fuimos famosas y queremos mostrarnos nuevamente".
De esto trata la obra, vienen a mostrarse. La excusa es un encuentro en un spa que las reúne, allí hablarán de sus vidas. No contarán cuestiones muy terribles o muy desconocidas. Hay, en toda la obra, un guiño de amistad. Entre ellas y con los espectadores. Los que van a verlas las quieren. Tenemos una idea del porqué.
Debemos nombrarlas: Adriana Aguirre, Noemí Alan, Luisa Albinoni (era del elenco original y no está), Patricia Dal, Silvia Peyrou, Mimí Pons, Beatriz Salomon, Sandra Smith, Naanim Timoyko y Pata Villanueva.
Transcribo una frase de la colega Catalina Dlugi. "El público que asiste es también protagonista: corean con el elenco letras de publicidades, preguntan cosas, chismean muchas veces sin compasión pero porque olvidaron mirarse, y en general celebran un rito atractivo e hipnótico. Sienten una profunda empatía con las mujeres arriba del escenario. Una corriente visceral que tiene que ver con la misma energía que uno pone en sobrevivir".
Detengámonos en este punto. Estas chicas han sido íconos de los 70/80. Tapas de revistas, almanaques, fotos, películas, escenarios y vidas escandalosas en diversas proporciones. En esta propuesta, que no tiene un nudo dramático tradicional, cada una de ellas avanza en el escenario (al modo stand up, ese desenfreno de la catarsis que tanto rédito deja) y cuenta sus endechas, sus triunfos, sus desgracias, justifica sus desastres, reconoce la distancia entre aquellos cuerpos y estos que hoy ostentan y recitan una frase: "Aquí estamos, seguimos pisando un escenario" (ellas dicen pisando fuerte y tal vez no sea casual que en su jingle a "Chiquita Legrand" le canten: pisando fuerte llegó...la Legrand).
No hay, de ningún modo, un criterio teatral que resuelva, como pide el clasicismo de las puestas, lo que ofertan. Van, vienen, aceptan que les miren sus abdómenes, sus pechos, sus piernas (los tacos altos son fundamentales, es una puesta de tacos altos y largas piernas) y no se puede, con rigor, quitar los ojos de lo que sucede.
Hay un intercambio con el público que es visible y secreto. Se transa el presente que ostentan ellas y aceptan en las butacas. Es un vaivén de energías positivas, bizarro, cercano al ridículo y tremendamente tierno, honesto. Eso son las famosas y la gente en las butacas. Eso. Ese es uno. Hay otro intercambio mas fuerte, mas cruel, porque lo que aparece en el escenario es la fama a la que adhirió un país, nosotros, hace 20 o 30 años (hay variantes, pero nadie con menos de 55 años pisa ese escenario).
Las esperan al final, se abrazan, se besan, se encuentran. Esa es la palabra. Encuentro. El espectador se encuentra consigo en este espectáculo. Debemos preguntarnos, con la misma sinceridad brutal con la que cuentan algunos de sus líos policiales, si al encontrarnos con estas mujeres no estamos frente a la razón de algunos feroces desencuentros argentinos. Fueron "ídolas". Cuando compramos, cuando odiamos, cuando amamos, cuando votamos es con estos espejos que ellas fueron, que ellas son. Argentina es aquello y esto. Conclusión: Muscari es peligroso. Destripa, con el balbuceo de estas mujeres, la sociedad argentina (la chatura urbana, la de los miserables cordones suburbanos) y, erróneamente, creemos que es bizarro e inofensivo. Todo lo contrario.
En el 1932 Miguel Andrade escribió la letra de un tango ("Vieja viola"). "Es que la gola se va y la fama es puro cuento... Andando mal y sin vento todo, todo se acabó. Hoy solo queda el recuerdo de pasadas alegrías pero estas vos, viola mía, hasta que me vaya yo...".
Sol. Do.