Por Matías Loja
Leer el contexto de aquellos años es necesario para entender como actuó sobre esos pibes y pibas el puño del horror. Cómo fue que cientos de adolescentes casi niños fueron arrancados de sus casas y nunca más vueltos a ver.
En los primeros años de la democracia se construyó la historia que los habían chupado por el mero hecho de movilizarse por el medio boleto secundario. Es cierto que un año antes esos chicos y chicas habían encabezado manifestaciones y tomas de escuelas para pedir por el beneficio en el transporte. Pero como bien señalan los militantes sobrevivientes de aquellos años, el compromiso era mucho mayor. Eran jóvenes que en su mayoría militaban en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), que también realizaban tareas de voluntariado. Y que ya en su corta edad llevaban sobre sus espaldas una fuerte participación política. "En la sociedad quedó instalado que había sido la marcha por el boleto estudiantil, pero el problema era que militábamos y con eso relaciono nuestra detención", dijo alguna vez Emilce Moler.
Fue una generación que creció atravesada por un fuerte proceso de politización. Para la dictadura, la escuela era un "nido de subversión". Por eso es que, como bien señala Samanta Salvatori en Efemérides en la memoria, la escuela, "antes espacio atravesado por el activismo político y la movilización, se transformó en un blanco prioritario de la represión". Con alumnos y docentes perseguidos y desaparecidos. Y también con directores y preceptores "marcadores" de esos "pimpollos de subversión".
La ola de secuestros de adolescentes había comenzado un par de meses antes y en distintas ciudades del país. Jorge Palombo estaba en la UES de Rosario y hace dos años contó a este diario que entre mediados del 76 y los primeros meses del 77 hubo "una verdadera redada", donde cayeron "decenas de compañeros de la UES y muchos están muertos". Como muchos otros militantes de la ciduad, Palombo estuvo detenido en el Servicio de Informaciones, donde se encontró "con chicos de 15, 16 y 17 años". La de Rosario fue una larga Noche de los Lápices y se estima que en todo el país la lista de adolescentes desaparecidos en la dictadura asciende a los 340.
Claudia Falcone tenía 16 años recién cumplidos cuando la secuestraron. No había alcanzado a cambiar el DNI, por eso todavía usaba la cédula de la infancia. En una carta publicada en la biografía de Leonardo Marcote sobre la joven desaparecida, su sobrino escribió: "No creo en ningún cielo que nos reúna, y por eso no espero nuestro abrazo. Pero han dicho por allí que el único cementerio es la memoria, y ahí sí que estos canallas la tienen difícil: deberán lidiar con tu eternidad ¡Hasta la victoria siempre, Tía! Te amo, Juano".