Me gasté todo el sueldo de la mercería para comprar cinta bebé, un rollo. Carísimo. Con eso me tejí el turbamiento espiritual que coteja mi futuro. Lo enrollé alrededor de mi cuerpo para que pareciera que soy una dama de aquellas como la foto que Nuncio tiene puesta en la pared de “La Valenciana” desde la inauguración. “Una mujer de la belle epoque”, como dice el dueño de mercería y póster.
Yo no estuve cuando se abrió este negocio, aparecí después cuando renunció Kata; es que Nuncio es tan jodido… De haberlo sabido me quedaba trabajando en las oficinas de Escasany que me hubiera dado mucho mayor relieve. Acá soy una simple vendedora. Allá hubiese sido considerada como una mujer de negocios. Una joyería, ¿qué más pedir? Aunque no pudiese asomar la nariz al salón de ventas, pero te veían salir todos los que tenían cita en la puerta de “La Favorita”, que eran muchos, demasiados. Gente esperando, gente sin saber qué hacer, entonces miraban pasar gente. Yo me vestía especialmente para salir de Escasany, sintiéndome la mismísima Grace Kelly, cuando todos la aplaudían en ese reino que no sé cómo se llama.
En Casa Escasany me habían puesto a prueba, fue una semana de gloria. Justo me avisaron que en “La Valenciana” te tomaban sí o sí. Parece ser que Nuncio es amigo de uno de los gerentes y le pidió: “Se me fue Kata que me comandaba todo. Estoy desesperado… ¿No tenés una empleada que sea ducha?”. Ducha no soy, pero sí bañera. Los viernes me tomo mi tiempo para lavar mi cuerpo con espuma y sales; eso es lo que aconsejan en la revista Claudia o Para Ti, mis mentoras.
Al envoltorio de cinta bebé, me lo hice para acudir a la primera clase que empiezo hoy. También estoy haciendo Slow Foxtrot en el gran salón del Club Español. Me invitó la Rosamari, mi amiga que consiguió un puesto en Casa Tía. Ella me avisa de todos los cursos que se dan a la redonda. Trabajar en el centro de la ciudad te da la posibilidad de asistir a cuanta propuesta artística o educativa aparezca en cartel. Bah, carteles no hacen, pero la Rosamari sabe todo. ¿Quién no va a Casa Tía y comenta algo mientras espera en las cajas? Ella se entera y anota. El mes pasado me trajo tanta oferta que no sabía cuál elegir. Me quedé con Slow Foxtrot y Tarjetería Española que se dan en el mismo lugar pero en distinto salón y horario; me ahorro traslado. No lo digo por dinero sino por energía. Todo es cerca, pero caminar después de una actividad física, cansa. Voy alternando; por suerte Tarjetería es después de baile, así me recupero. No me interesa mucho ese repujado, pero la Rosamari dice que para las fiestas voy a vender un montón. Con lo que falta para las fiestas… No voy a aguantar, por lo aburrido. Eso lo hago los lunes. Los martes voy a Ikebana en el Club Gimnasia y Esgrima. De ahí salgo y hago gimnasia rítmica con acompañamiento de bongós. Solo tengo que subir una escalera. Ahí es al revés, pero como el Ikebana me pone nerviosa, la gimnasia me ayuda a descargar la bronca de que los tallos de las flores se me rompan siempre.
“Tres alturas diferentes…”, dice la china. Bah, japonesa, pero con la Rosamari le decimos china porque es más abarcativo, por los ojos. Al principio, en una charla recontra aburrida, la china japonesa dijo que el Ikebana es un arte japonés. Pinchar las flores en ese aparatito me resulta difícil, no sé para qué hago este cursillo y no elegí el de magia que lo daban de mañana en el Cine Esmeralda… Ah, por el horario. Claro… Cómo iba a ir de mañana si trabajo en “La Valenciana”? Trabajo partido; bah, el horario es partido, yo estoy bien entera.
Con tanto curso encima soy una sapiencia caminando. De 8 a 12 y de 15 a 19 horas. En el horario de entremedio, para no volverme al barrio, nos vamos con la Rosamari a calle San Luis, que está siempre abierto. No para comprar, sino para chismear. A los de calle San Luis les decimos turcos, para generalizar, aunque algunos son rusos y otros judíos, y la mayoría sirio-libanés, eso dice el diario La Capital en una nota de color muy linda sobre la calle San Luis. Nos comemos un sangüiche en uno de los negocios que son re baratos; aunque ahí no te podés pescar ningún tipo de plata, esos caminan por calle Córdoba y almuerzan en bares caros. A esos vamos a la salida de los cursillos. Casi siempre a Remember, que queda cerca del Español. Una vez nos invitó un tipo de ahí al restorán del club, allí mismo, abajo. Un olor a comida que no nos pudimos negar: buseca, que no se bien lo que es, pero con el hambre que teníamos nos morfamos todos. El tipo hablaba como en las películas de Marisol. Ni le prestamos atención. Era viejo, tenía como cuarenta años, aburrido. Nos fuimos ni bien comimos el postre: isla flotante. Me imaginaba La Florida en bandeja, pero no. Era un flan. Tanto nombre al pedo.
Los miércoles opté por algo más tranquilo. Es mitad de semana y dan la novela. No sea cosa que me la pierda. Sólo hago el curso de peluquería en lo de Felipe Sinópoli, bah, lo hice un tiempito porque enseguida me pasé a las clases de Emilio Silver que son mucho mejor y te da varios diplomas. Son dos horitas y llego justo para cenar. Algún día tengo que comenzar a almorzar en casa y no en un bar con la Rosamari, que ya nos confunden con que somos hermanas, o peor, pareja. Un horror… ¿Cómo se puede pensar eso? La gente es retorcida. No digo nada de las que van a pedir cosas en la mercería. ¿Cómo se les ocurre que va a venir la cinta Gros, ya enroscada? Eso lo tiene que hacer una. Si lo sabré… Para eso hago el curso de los jueves, al que me mandó Nuncio. Voy por obligación: “Tenés que saber costura fina, Elda. Acá te piden cosas y a veces tenés que dar consejos para vender más…”. Costura fina es un embole, no tengo paciencia ni para enhebrar la aguja, tan finita para bordar con hilo de colores una cinta y retorcerla.
“Punto flojo, recuerden… Para después tirar y que se frunza…”, dice la profesora, una vieja amargada que no debe saber ni lo que es un hombre, tanta aguja y dedal lo que debe tener fruncida es la cachucha. Qué al pedo me parece todo eso. Pero Nuncio tiene razón, al fin de cuenta yo le hice un favor yendo a trabajar ahí, y él me hace el favor de que aprenda algo que jamás hubiera elegido. Por suerte, después de ahí me voy a judo que saca la mufa y el endurecimiento que me queda en la espalda de andar enhebrando.
Los viernes con la Rosamari decidimos hacer algo movido para después salir. Casi siempre vamos a Profesor Plum que nos queda cerca, en el barrio, como quien dice. Aunque las dos vivimos en Echesortu. Bah, yo. Ella dice que vive en ese barrio, pero para mí después de Boulevard Seguí se llama de otra manera. Es una pelea constante que tenemos las dos. Yo la dejo hacer, total no nos vamos a matar por eso. Nos conocemos de chiquitas cuando practicábamos patín en el Club Echesortu.
La Rosamari siguió patinando -sin patines-. Se pega cada resbalón en la vida que después tengo que andar yo sacándola de los pozos en que se mete. Dos por tres falta a los cursillos porque se va al “París” con algún tipo que le resulta casado. Así le va. La última vez la esposa del hombre la sacó de los pelos. Un papelón. Tuve que ir yo a llevarle ropa porque estaba desnuda en el Parque Francés, como la estatua que está en el medio de la fuente, tan sola y desdichada como la Rosamari. Yo me reservo para un candidato firme y adinerado. No es que no me acueste con candidatos que valgan la pena, no como la Rosamari, pero cuando me case llegaré virgen. La amargada que me enseña costura fina, dicen que te cose un hilito para que parezca el himen. Te sangra y todo cuando te lo rompe el novio, que seguro está medio borracho por la fiesta y ni se da cuenta.
Para conseguir futuros buenos maridos sigo pasando por La Favorita, tan lejos no me queda. Hago como que salgo de Escasany y voy mirando alguno que me doy cuenta lo plantaron. Le pregunto una pavada poniendo la cara de Iris Marga cuando lo mira a Alfredo Alcón. A veces me invitan a Sorocabana para tomar un café. En la barra. Ahí no tienen mesas. No hay mucho para charlar tan incómoda en esos bancos altos sin respaldo. Casi siempre me dejan ahí plantada porque la cita que tenían apareció de lejos y ellos corren a buscarla. Termino pagando los dos cafés.
Los viernes nos vamos apenas salimos de nuestros trabajos para danza árabe, eso nos da movimiento de caderas, que nos sirve para la noche en Profesor Plum o Rojo 7000, si tenemos suerte que alguno nos transporte. Es lejos y ninguna de las dos tenemos auto; si lo tuviéramos no sabríamos manejarlo. Para danza árabe en vez del Sirio Libanés -que no sé por qué dan árabe si son libaneses- nos anotamos en el Club Echesortu que nos queda cerca para ducharnos. Vamos a casa o de la Rosamari, que queda más lejos. Nos prestamos ropa y arrancamos otra vez para el centro. Nos sentamos en las Siete Colinas y cuando tenemos más plata en Augustus. Si estamos secas nos vamos al Telégrafo y pedimos un trago largo para las dos mientras miramos todo por alrededor a ver si alguien se da cuenta que aprendimos a mover las caderas -y el vientre-. Es lo que más me perturba.
La vez que nos dijeron que íbamos a Rojo 7000 se desviaron para Ava Miriva. Qué esplendor… Carteles de neón como en las películas de Elvis. Creíamos que era una discoteca, pero no. Un motel era. Ya que estábamos aproveché. El tipo tenía un autazo: un Valiant III. No sea cosa que fuera mi futuro marido. El problema fue que en vez de la cadera me puse a mover el vientre. No paré de ir al baño. No sé que mierda le pondrán al trago largo que me tomé yo sola porque la Rosamari ni lo probó. Al tipo le dio asco y se fue al Valiant III. Tuvimos que esperar a la Rosamari que acabase con el otro tipo, en la otra habitación. Nos fuimos calladitos. A mí amiga no le conté lo que había pasado; pero de ahí en adelante nunca más danza árabe. Preferí jugar a las bochas mientras la Rosamari seguía con los contoneos.
El cursillo de esta noche es nuevo, por eso quiero ver cómo me va con la cinta bebé enroscada en el cuerpo. Dicen que si te ajustás el cuerpo por dentro los movimientos salen más auténticos, como decía la de yoga donde iba en Mitre al ocho. “Adentro, adentro. Todo es adentro…”. Yo me aburría tanto que me la pasaba mirando para afuera para ver si pasaba el rubiecito ese que trabaja en Juven's.
De la ventana se veía justo el Bar Junior. Cuando estaba ahí me retiraba de la clase haciéndome la que me había bajado la regla; total nadie se daba cuenta porque estaban todas en la luna, con los ojos para arriba o cerrados. Una vez me metí en el Bar Junior, para ver al rubiecito. Me pedí el Menditegui tan rico y tan caro. Como no tenía la revista Claudia ni el Vosotras, me puse a leer en La Capital una nota tan larga como mi espera, sobre Rosario y sus tantas posibilidades de ser Capital de la Argentina. Mucho no me podía concentrar, estaba muy pendiente del rubiecito, pero me esforzaba en memorizar la nota sobre Rosario, para tener tema de conversación cuando salgo con muchachos cultos.
Al rubiecito de Juven's nunca lo pude pescar. Cuando bajaba, él se iba. Ni un saludo. Una vez fui a comprar una corbata para que me atendiese. Justo cuando venía hacia mí lo llamaron por teléfono y me atendió el morocho viejo. No tengo suerte, pero sí trabajo en el centro. Si me hubiera quedado de portera en la Pestalozzi ni un curso tendría encima. En barrio Echesortu no ofrecen nada novedoso; a mí me gusta cultivarme, progresar. Tengo nervios por la actividad que empiezo hoy después del trabajo. No sé bien qué es. L.S.D, dicen. Un baile nuevo, parece. Por eso me vendo toda con cinta bebé. Para que no me compren… Já me salió un chiste. Nuncio dice que soy divertida, pero yo por dentro sufro toda.
_La chica esa que me mandaste no vino más… Encontré este diario suyo. ¿No la viste?.
_No, Nuncio. Acá en Casa Escasany la veíamos pasar casi todo los días… Venía por Sarmiento hacia Córdoba… La veíamos por la vidriera.
_¿No tenés otra chica ducha que pueda reemplazarla en La Valenciana?.