Es la misma, claro, se pero se suele decir que está desmejorada. No es que se encuentre desmejorada. Es que se está yendo y no tiene ningún deseo de partir. Por eso, tal vez, la cara de quien se suicida. Puede ser una cara con pena, con resignación, pero detrás de eso se observa la serenidad de haber tomado una decisión que no es fácil. Puede ser un balazo en la cabeza o en el corazón, puede ser algún veneno que modifique la expresión. A lo mejor todo suicidio modifica la cara, pero no lo sabemos a ciencia cierta.
Lo mismo ocurre con aquellos que están condenados a muerte y esa escena, sea cual sea el método que se use, es más es espantosa que la de cualquier crimen, por abominable que sea. Sin duda que esos crímenes seriales de alguien como Jack el Destripador, son feroces, pero más feroz nos parece la burocrática tarea de preparar a un ser humano para aplicar la pena de muerte. Lo más gracioso es que se habla por todos los medios posibles de que la pena muerte se está humanizando.
Lo humano, de por sí, implica el respeto absoluto por toda forma de vida, por lo cual la pena de muerte es lo más alejado de lo humano.
Pero pensemos en quienes mueren de manera “natural”, es decir de alguna enfermedad o por la vejez.
Se asemejaría a una de las formas de la morbosidad, a la cual parecería que nos estamos acostumbrando, pero ya es regular que en algunos de comunicación suelan mostrarse escenas terribles luego de ocurrido cualquier tipo de accidente. Mientras más tenebroso es lo que puede observarse, más grande es el tamaño de la imagen. Y de ninguna manera, al menos en la actualidad, esas imágenes quieren ser como un testimonio de aquello que ha acontecido. Nada de eso. Se trata de buscar más y más personas que se interesen en eso. Por otra parte hay una repetición de esas escenas en la televisión y nada se hace para impedir esa forma de pornografía, mucho más enferma que aquella que tiene relación con lo sexual.
Por ejemplo, las fotografías de las atrocidades cometidas por los regímenes de origen fascista, entre otras, sí tuvieron un carácter testimonial. Que, sin duda, ayuda a que se sepa bien cuales horrores cometió el hombre contra otros hombres, sobre todo cuando hay cada vez más interesados en borrar el pasado, es decir, asesinando la historia, lo que por suerte no ha podido hacerse.
El pasado es irrefutable, y sabemos que borrar un solo hecho del ayer, borra todo lo otro que ha pasado. En uno de sus relatos Borges se refiere a ese tema. En febrero de 1943, Borges publica en la revista Sur “El milagro secreto”. Merece tener en cuenta lo que escribió Ana María Barrenechea sobre esa narración. Luego, distintas historias de la comparación del tiempo de Dios y del tiempo de los hombres, la ensayista nos dice: “A su vez, Borges encuentra que estas líneas temporales, paralelas y diacrónicas, son un eficaz disolvente del fluir de las horas y las recrea en la versión moderna de «El Milagro Secreto». Aunque primero eligió como epígrafe el milagro del monje y el pájaro, la historia de Hladík se acerca más al modelo de Mahoma, pues Dios le concede un año de existencia ante el pelotón que va a ajusticiarlo, un año que transcurre entre la orden de fuego y la ejecución de la orden. El plano de lo humano, es el paso de un segundo al segundo inmediato, (compárese la gota de lluvia, que resbala con el agua del jarro que está a punto de volcarse), y el ámbito del milagro es un largo año poblado de asombros, de esperanzas, de costumbres, de minucioso trabajo poético. El portento que la divinidad realiza, no es detener el tiempo, El Señor le concede un año en su pensar, coincidente con un segundo de la historia del mundo”.
Pensamos en esta historia de Borges, suponiendo que en la cara de aquel que se encuentra cercano a la muerte, no reflejara ese pedido al Señor de un milagro secreto. Por cierto, que el que muere tiene que conocer el texto de Borges o al menos lo todo lo que tiene de irrefutable el pasado.
Digamos que aquel que al morir se encuentra rodeado por su familia y los médicos. Los familiares han pedido que se desconecte el respirador que lo mantiene con vida, pero ese que está pronto a morir ha pedido su milagro secreto. No sabemos con certidumbre de qué trata el milagro, pero desde nuestra perspectiva, pensamos que bien podría de tratarse de que se le otorgue la posibilidad de terminar una serie de poemas que aún está incompleta o le permita repetir aquella noche de agosto cuando hizo el amor con una mujer cuyo nombre ignoramos.
En otras palabras que le permita, por más tiempo que el que en realidad tendrá, disfrutar de la vida, pues aunque vivir no se trate de un milagro secreto, el hecho de vivir es un milagro único.
La muerte no sabe
La muerte, tan brutal
como avasalladora,
Siente que le gustaría
conocer aquello
Que de ninguna manera
puede saber.
Cosas simples, como
la diferencia del gusto
Del membrillo y el
queso criollo.
Del té, del café y del mate.
Pero debe contentarse
con saborear
Los terrones de tierra,
Tan iguales uno a otro.