Y llegó el día que tanto esperé. Mi alegría no tuvo fin, ya que gracias a Hugo y Natalia Rodríguez, sus colaboradores, a la mística canalla, a los pastelitos de Capitán Bermúdez, Nair tuviste tu sillita. Con lágrimas en los ojos agradeciste a todos y a mí particularmente, Mi niña querida, me hiciste dar cuenta de que no tengo todo perdido y que todavía vale la pena vivir para soñar o cumplir tus sueños. Gracias pequeña por enseñarme que todo en la vida se debe aceptar y más aún agradecer lo mucho, lo poco o a veces lo que nada nos da la misma. Acepto ser tu abuela y más aún acepto tu ofrecimiento ya que me escribiste que no podías ofrecer nada más que amor y a tu familia, acepto todo y públicamente te digo, mi reina, que jamás te abandonaré. Acepto también a correr la carrera que me desafiaste con tu auto (como llamás a tu sillita) y prometo no hacer trampas, pero con la condición de que cuando hagamos las paradas nos digamos lo mucho que nos queremos, abrazarnos y comprometernos continuar esta gran locura de amor. Junto a quienes te amamos, tus compañeros de grado, tus seños recibiste tu silla y la hermosa computadora (donación de Samagna ) en manos de Pepito, el gran payaso de los Abuelos Sustitutos. Se sentía en el aire algo que sólo los que estábamos presentes pudimos notar, ya que entró en nuestras venas y nos sentíamos ganadores de la vida, pero... cuando tus ojos grandes verdes se llenaron de lágrimas sentimos todos la necesidad de gritarte que no aflojaras, que siempre te acompañaremos para seguir aprendiendo de ti. Gracias Nair.