La imagen que Olds Pics publica en Twitter es muy fuerte: una pareja encaramada al muro de Berlín que se besa. Un símbolo imborrable de algo que no fue un tapialito cualquiera, o en todo caso arrancó así, pero después fueron engordándolo, haciéndolo más alto, poniéndole alambres con púas y transformándolo en algo letal. Los soviéticos lo construyeron como "protección antifascista", pero el mundo lo conoció como el muro de la vergüenza, esa marca que separó a familiares, a vecinos de una misma ciudad, a connacionales que habían compartido una bandera y una larga tradición como pueblo. Del lado occidental estaba tapado de consignas anticomunistas y el infaltable círculo con la huella de una paloma, del otro lado servía de pantalla a los cansados ojos de los guardias que impedían al paso subrepticio de quienes querían ganar la libertad. Una nación reducida a escombros que también cargaba con el oprobio de ser una de las responsables de decenas de millones de muertos todavía trataba de encontrarse en 1961, cuando se empezó la construcción. Cientos murieron tratando de atravesarlo. Una parte de Berlín se estacionó al costado del paso del tiempo, la otra, la occidental, comenzó un proceso de recuperación que la llevó a ser una de las pocas economías estables y fuertes de la actualidad. En ese camino generó suficientes riquezas como para amortiguar el gran golpe de absorber un aparato productivo obsoleto, puesto de rodillas durante décadas por la subordinación al gran hermano soviético. Esta historia terminó en 1989. Es tan conocida, figura en Wikipedia, está contada en ríos de tinta, ¿por qué tantas naciones se empeñan en olvidarla?