“Me gusta asociar a la cooperativa con la mujer”. Categórica y cargada de múltiples sentidos fue frase de Edith Encinas, presidenta de la Federación Autogestión, Cooperativismo y Trabajo (Actra) y fundadora y socia de la cooperativa La Cabaña, quien explicó: “Las cooperativas todos los días tienen que demostrar que son viables, exitosas, y pueden estar en el mercado compitiendo con grandes empresas en una forma justa, con calidad y precio. Nosotras, las mujeres, también a diario debemos demostrar lo que somos capaces de ser y de hacer”, resumió.
“En la economía social, solidaria y popular el protagonismo de las mujeres es muy grande, pero cuando vamos a las organizaciones tradicionales como las fundaciones, mutuales, cooperativas, eso decrece y los espacios de decisión y de poder son tomados por los varones”, planteó Sánchez Miñarro, quien coordina distintos programas a nivel local y planteó que la participación de las mujeres en los mismos pasó de un 75% entre 2016/2017 para llegar a casi el 100% este año en plena pandemia y con cursos virtuales.
La transversalidad del movimiento feminista viene socavando las estructuras anquilosadas y las organizaciones de la economía social no quedaron al margen. Tradicionalmente paridas a partir de valores democráticos y solidarios que dan disputa ante las desigualdades económicas, muchas de ellas reproducen en su interior inequidades de género.
“Las organizaciones de la economía social son una expresión de democracia organizacional en el sentido de que proponen igualdad, equidad en las formas de producción, de distribución y responden a una lógica autogestiva, pero no necesariamente esos criterios llevan perspectiva de género”, señaló María de los Angeles Dicapua, directora del Centro de Investigaciones y Estudios del Trabajo (Ciet) de la Facultad de Ciencia Política y RRII, porque “en general, los agentes que componen este campo fueron formados en hábitos de una sociedad capitalista donde el marcado patriarcado y la división de estereotipos entre masculinidad y feminidad, hacen que se conviertan en reproductores de aquello a lo cual deberían oponerse”, dijo la investigadora.
Sin voz ni voto
Y más allá de las apreciaciones subjetivas, los números son incontrastables. Un trabajo que realizó el Cietm en 2017 en Santa Fe sobre un universo de socias de 620 cooperativas pertenecientes a la Federacion Santafesina de Cooperativas de Electricidad, Obras y Servicios Públicos (Fescoe) y a la Federación de Cooperativas de Trabajo de la República Argentina (Fecootra), muestra que sólo el 8% de las consultadas había ocupado alguna vez un cargo en la comisión directiva de las cooperativas. Además, el 76% de esas mujeres socias _incluso en muchos casos siendo cooperativas de trabajo_ no había participado nunca en las asambleas.
“Algo nos hacía mucho ruido y era el hecho de que más allá de que la participación era baja, la imagen que cada una de ellas tenía sus organizaciones era muy positiva”, dijo Dicapua y planteó que las mujeres consultadas expresaban que su cooperativa era “solidaria entre los socios, eran eficientes, estaban abiertas a la participación o integradas a la comunidad”. Las razones de esa baja participación también mostraron una de las caras más invisibilizadas: la desigual distribución de las tareas de cuidado entre varones y mujeres, una bandera de lucha de los feminismos en los últimos tiempos.
“La mayoría mujeres encuestadas, un 88% estaba comprendida en el rango de población activa entre 26 y 65 años y el 80% de ellas convivían con su grupo familiar”, agregó la investigadora. En tanto, un 72% de ellas tenían hijos menores, lo implica la necesidad de hacerse cargo de manutención y cuidados.
Al indagar las razones de la baja participación en la actividad de sus cooperativas u organizaciones de la economía social, un 32% señaló que era por la falta de tiempo personal para hacerlo, y, en segundo lugar, algo íntimamente relacionado con la primera respuesta, porque desconocían la existencia de las comisiones donde podían participar. Tan sólo un 12% manifestó tener falta de interés en estas actividades.
“La escasa participación tiene que ver con que deben hacerse cargo en forma prioritaria de esas tareas de cuidado. Sin las cuales, no habría ningún socio o socia de esa cooperativa que podría ir a trabajar al otro día”, dijo Dicapua y planteó como desafío “la sobrecarga de estas tareas sobre estas compañeras que forman parte de las cooperativas muestra que allí aparece un grave problema que tenemos que poner en primer plano: el concepto de sostenibilidad de la vida”.
"La baja participación de las mujeres en los cargos de las cooperativas en la gran mayoría es por falta de tiempo personal "La baja participación de las mujeres en los cargos de las cooperativas en la gran mayoría es por falta de tiempo personal
Sánchez Miñarro explicó que la experiencia de la Escuela de Emprendimientos Sociales muestra algo similar cuando se trata de estas actividades que también están inscriptas dentro de la economía social. Allí las mujeres se enfrentan a “una tensión” que se genera por la sobrecarga doble o triple que representa hacerse cargo del trabajo doméstico y reproductivo, del productivo que le exige el emprendimiento e incluso el organizativo dentro de las cooperativas que forman, algo que se profundizó con la pandemia.
Pero también, “hay una subestimación del valor de su trabajo, de su conocimiento” por parte de ellas mismas que les impide valorizarlo económicamente cuando fijan un precio a su producto o servicio.
Conocimiento situado
Por eso, para Dicapua, la gran deuda pendiente a la hora de avanzar en resolver estas desigualdades ya sea a la hora de armar políticas públicas sobre el sector o al pensar en reorganizar los estatutos de las organizaciones de la economía social es contar con “conocimiento situado” sobre “situaciones concretas desde una perspectiva de género de las relaciones de poder entre varones y mujeres” en esta área.
Ese desconocimiento cabal sobre lo que ocurre en los territorios lleva a naturalizar que, por ejemplo, sean las mujeres las que deban hacerse cargo mayoritariamente de tareas de cuidado que con criterio social encaran muchas organizaciones, como el trabajo barrial en comedores comunitarios, ollas populares, la atención a ancianos, enfermos y niños, todos agudizados en la pandemia.
Nuevos liderazgos
Pero, por otro lado, ese nuevo espacio de disputa feminista hace un aporte singular, novedoso y hasta superador sobre la forma de entender la economía, las relaciones laborales e incluso los liderazgos.
“Las mujeres tenemos y cumplimos roles diferentes. Tenemos una forma singular de asumir determinados cargos, desde nuestra femineidad le ponemos una mirada más humana, más compasiva, más cariñosa. Y esto nos diferencia del varón a la hora de resolver problemas. Somos más prácticas y rápidas y tenemos mucha facilidad para reconstruirnos”, dijo Encinas quien llegó a presidir la empresa recuperada La Cabaña y pasó además por los cargos de tesorera y de secretaria. “Muchas veces nos pasa que cuando estamos en un cargo que en general es ocupado por un hombre, tomamos esos patrones masculinos y tratamos de replicarlos en la toma de decisiones y ese es un error”, continuó Encinas.
En ese sentido, Dicapua planteó que “desde los feminismos hay que pensar otras formas de poder, adoptando la sororidad y evitando ver a las otras mujeres como una competidora y generando relaciones asimétricas”.
Esa nueva forma de entender los vínculos personales y laborales son para Sánchez Miñarro un hecho consumado. Planteó que las mujeres que participan de los programas municipales como “Rosario Cuida tu Idea” o “Juntas hacemos economía” comparten miradas comunes y diferentes a las que dominan el mercado. “Son mujeres que no entienden el emprender como fin en sí mismo, sino como una forma de sostener la economía familiar como eje y motor de sus economías; que tienen muchas capacidades y saberes, aunque no los identifiquen que los traen de su casa o su historia y por tanto tienen inteligencias múltiples; muchas de ellas llevan adelante su oficio con un alto grado de vulnerabilidad social y a pesar de eso son economistas muy talentosas, motivadas que participan y se articulan mucho entre sí”, dijo.
"Las mujeres entienden la economía solidaria como una relación de cooperación, de equidad social, donde el bienestar sea el horizonte, muy distinto al concepto de mercado "Las mujeres entienden la economía solidaria como una relación de cooperación, de equidad social, donde el bienestar sea el horizonte, muy distinto al concepto de mercado
Pero, además, “entienden la economía social y solidaria como una relación de cooperación, un espacio donde generar redes con equidad social, ámbitos de intercambio y ayuda mutua, de contención, de organización comunitaria y donde el equilibrio y el bienestar social sea el horizonte de trabajo”.
Frente a un mercado voraz, estos conceptos ponen al ser humano en el centro y “nos llevan al oikos, que es el origen etimológico de economía”, dijo Sanchéz Miñarro, que representa el “arte de administrar los recursos de la casa”. Son las mujeres las que históricamente lo hicieron y ahora insisten para que eso trascienda lo doméstico.