“Quiero ser novelista, así que me entreno leyendo novelas”. Mientras sumerge los pies en una enorme pileta de natación ubicada cerca del puente colgante, Juanjo Conti atiende el teléfono desde Santa Fe, la ciudad donde vive desde los 18 años. Hoy tiene 35 y un currículum cuanto menos llamativo: es ingeniero y máster en sistemas y como tal trabaja para empresas del exterior, pero a la vez es escritor de cuentos y novelas. Publicó algunos libros autoeditados y desde hace un par de años transita con un entusiasmo desbordante una nueva etapa en su segunda vida, la del tipo que escribe historias con la aspiración de que alguien las lea: una de sus novelas, Las lagunas, fue premiada por la Editorial Municipal de Rosario en un concurso regional de “nouvelle” y también y distribuida bastante más allá de las húmedas fronteras de la capital provincial.
“La publicación de Las lagunas me amplió las fronteras y eso se lo debo a la EMR. Ahora ya no me leen sólo mis familiares o mis amigos”, cuenta feliz el autor.
Conti nació en Carlos Pellegrini y allí vivió hasta que llegó la hora de ir a la universidad. Se mudó a Santa Fe y ya no volvió al pueblo, excepto para visitar de vez en cuando a sus padres. En Las lagunas hay abundantes rastros de ese pasado pueblerino, tantos que a algunos el autor los descubrió incluso después de la publicación de la novela. Conti está convencido, en cambio, de que en sus próximas obras se irán consolidando huellas que comenzaron a verse en su más reciente novela, Las iteraciones, aquellas que abrevan en su profesión de ingeniero de sistemas y en su trabajo como programador.
En el diálogo con Cultura y Libros, Conti confirma lo que ya le había contado al cronista en charlas previas en algún café de Rosario: que la escritura de Las lagunas comenzó con un sueño y que ese sueño es el final de la novela.
—¿Cómo fue eso?
—Una madrugada de 2014 me desperté con la imagen final del libro, la de un chico escarbando la tierra, y me dije: esto tengo que escribirlo. Ya no pude dormirme así que me puse a escribir una especie de protocapítulos, unos doce en total. Los estuve trabajando durante todo el verano y después los guardé en un cajón porque también estaba escribiendo otras cosas. Volví sobre estos textos bastante después porque quería participar en un concurso de novela y al releerlo me gustó, sentí que valía la pena. Decidí llevar el texto al taller de Francisco Bitar y con él trabajamos mucho los dos planos que se superponen en la novela. Al final me quedaron como dos historias dentro de una, pero creo yo que muy equilibradas.
—Son muy notorios en la novela esos dos planos.
—Sí, son dos intrigas que se entrecruzan, la de una mujer policía y la de un chico que tiene un misterio personal por resolver. Ambas se cruzan al final del libro.
—Dana Carrique, la oficial que protagoniza la intriga más policial de la novela, puede remitir al lector a otros personajes parecidos.
—Me lo han dicho. Por ejemplo, me la compararon con Molly Solverson, la policía de la serie Fargo, pero cuando escribí Las lagunas no había visto Fargo ni ninguna de las películas o series donde hay personajes que algunos lectores comparan con el mío.
—¿Los personajes y la trama de Las lagunas son ficticios?
—Absolutamente. Lo que sí hice fue usar algunas imágenes de mi pueblo que tengo congeladas en la memoria para construir el escenario, y también a algunas personas relacionadas con mi vida en Carlos Pellegrini para construir personajes secundarios de la novela. A los principales los construí desde cero.
—La novela no es entonces la historia de cosas que viste o te contaron.
—No lo es, por más que haya imágenes difíciles de despegar de mi propia historia en el pueblo. Hace un tiempo mamá me recordó que cuando era chico tenía un amiguito que murió pequeño por algún tipo de atrofia muscular. Yo no recordaba nada de ese chico, pero ahora pienso que tal vez fue el germen de Matías, el chico que en mi novela intenta resolver un misterio personal.
—¿Cómo te vinculaste a la EMR?
—En el verano de 2017/2018 mandé la novela a un concurso y en marzo de 2018 me llamaron para avisarme que había sido finalista y que querían publicarla. Saltaba en una pata de alegría. Después la publicación se demoró porque primero salieron las novelas ganadoras (Vacas, de Belén Sigot, y La Ripley, de Analía Giordano, primero y segundo puestos del concurso), pero en el siguiente verano nos pusimos a trabajar en la edición final del texto. Ellos me aportaron mucho para mejorarla, creo que hicimos un buen trabajo juntos.
—¿Te hicieron muchas sugerencias?
—Sí, sobre todo me sugirieron extender algunos capítulos que eran cortos. El último, por ejemplo. Fue una construcción colectiva, un ida y vuelta de un par de meses que me ayudó a mejorar la versión final.
—Te gusta escribir frases, párrafos y capítulos cortos.
—La economía del lenguaje es parte de mi estilo. Intento ser sincero con el lector, no engañarlo, no ocultarle algo sólo para sorprenderlo después. Además, hoy en día es muy fácil distraerse porque tenemos muchos estímulos y si quiero que me lean no debo distraer al lector.
—¿Qué leés?
—Leo distintas cosas, pero como quiero ser novelista me entreno leyendo novelas. Este año leí cuatro de Lee Child, las novelas de su personaje Jack Reacher. Están buenas, me gustan. Pero también releí Otras inquisiciones, de Jorge Luis Borges, y Ensayos bonsái, de Fabián Casas. Y un libro sobre cine. Pero insisto, lo que más leo es novela.
—¿Siempre leíste?
—No, empecé a leer más en serio con el objetivo de crear cuando ya estaba en la universidad. Muchos lectores se forman como tales en la secundaria, pero no fue mi caso. En esa época yo estaba interesado en aprender a programar y leía libros sobre eso. Eso sí, una vez que descubrí la escritura me di cuenta de que me faltaba formación y entonces empecé a leer con más voracidad libros de literatura. Después empecé a escribir mis primeros cuentos, pero ninguno de ellos avanzan más en el campo tecnológico, que es mi campo.
—Pero tu última novela, Las iteraciones, se mete de lleno en esa temática.
—Si, porque ahora creo que puede ser un aporte a la literatura. En esa novela los protagonistas son programadores, hablan de cuestiones técnicas, al final hasta hay poemas escritos con el lenguaje de la programación. Mi idea es profundizar ese camino usando estas herramientas porque pienso que puede ser interesante.
—¿Qué sigue en tu carrera creativa?
—Estoy corrigiendo Los quemacoches, una nouvelle basada en hechos que vienen sucediendo en la ciudad donde vivo: en tres años quemaron dos mil autos y nadie sabe quién fue. Mi novela ensaya una respuesta sobre ese enigma. También estoy trabajando en un libro de cuentos vinculados a la temática de la programación y otra novela más que se llama Empleados telefónicos y transcurre enteramente dentro del edificio de una empresa dedicada a ese rubro.