Si hay una palabra que el presente parece haber borrado de todos los diccionarios, es la palabra "revolución". En el mundo de Donald Trump, Jair Bolsonaro y Mauricio Macri, cuando el único valor que parecen compartir los hombres es el afán ilimitado de consumir, toda esperanza de cambio social radical en pos de la igualdad soñada se ha convertido en mera utopía o pura nostalgia.
El 15 de enero de 1919, en Berlín, un grupo de soldados alemanes de ultraderecha asesinó brutalmente a la dirigente revolucionaria polaca Rosa Luxemburgo. Golpeada y baleada, fue arrojada aún viva desde un puente a las aguas lóbregas de un canal. Su cuerpo apareció meses después. Era aún joven: había nacido en 1871. Sin embargo, el tiempo que vivió le alcanzó para marcar una profunda huella en el futuro, que es bien visible hoy.
Aguda y coherente hasta las últimas consecuencias, Luxemburgo se adueñó del marxismo para convertirlo en una herramienta punzante: a diferencia de otros seguidores del autor de El capital, ella no creía en la repetición de fórmulas osificadas, sino en la permanente adecuación de la teoría a las distintas coyunturas —siempre particulares— que plantea la historia. Después de haber roto con los referentes de la socialdemocracia alemana, que habían terminado por convertirse en el reaseguro de las clases dominantes tras apoyar la participación de su país en la Primera Guerra Mundial, y tras atravesar largos períodos de confinamiento en las cárceles a las que inevitablemente la destinaban a causa de su intransigencia, eligió el camino que terminó por costarle la vida junto a su compañero final de luchas, Karl Liebknecht, asesinado en la misma jornada.
En este libro de edición recientísima, el politólogo y docente de la UBA Hernán Ouviña rescata la figura de Rosa desde ángulos tan diversos como enriquecedores. No solamente rescata su pasión militante sino también su irrenunciable fervor pedagógico, y además hace hincapié en una característica que no se ha difundido aún lo suficiente: su profunda empatía con la naturaleza, reflejada en su cotidiana labor como jardinera, incluso en las prisiones donde estuvo cautiva (en un memorable fragmento de una carta a una camarada de militancia, incluido en el libro, Rosa —después de decir que ella "morirá en su puesto, en el presidio o en la lucha callejera"— asegura que muchas veces siente mayor afinidad "por los petirrojos" que por los compañeros).
Otro aspecto crucial de la figura de Luxemburgo pasa por el eje del feminismo. Desde muy joven debió enfrentarse con la soberbia masculina: muchos rivales políticos no encontraban mejor alternativa que denostarla por su condición de mujer a la hora del debate de ideas. Pero ella supo sobreponerse y dar, además, un poderoso ejemplo de libertad personal: después de la ruptura con su primer gran amor, el destacado militante revolucionario lituano Leo Jogiches, mantuvo relaciones amorosas con hombres siempre menores, entre ellos el hijo de su gran amiga y dirigente feminista Clara Zetkin.
Pero la importancia de este libro, además de la revalorización del riquísimo pensamiento y el ejemplo vital de Rosa, radica en la potencialidad que tiene en el marco de una América latina en la que el retroceso de los populismos ha dejado paso al desierto neoliberal.
Hernán Ouviña ha plasmado con rigor no carente de amenidad una obra que merece un lugar en la biblioteca de todos aquellos que creen que el socialismo es el único camino para salvar a la especie humana de la hecatombe.