Hay un Brasil distinto a lo que conoce la mayoría de los argentinos que suelen
ir o no a ese fascinante país, a veces tan malinterpretado a partir de errores o estereotipos. Hay
un Brasil donde el azul es el del cielo que, a mil kilómetros del mar, cobija un paisaje muy
singular y extraño durante la estación de sequía, entre abril y octubre.
El Estado de Goias, en el centro del país, posee una distintiva oferta turística
capaz de combinar en parques nacionales su antigua riqueza geológica y su increíble biodiversidad
(cerca de un tercio de lo que alberga este país de más de ocho millones de kilómetros cuadrados)
con los atractivos de la capital del país, Brasilia: una ciudad que parece distinta a todas.
Allí puede comenzar el viaje, en el aeropuerto Juscelino Kubischek de Brasilia,
adonde puede llegarse diariamente desde Ezeiza en vuelos de unas tres horas con escalas. La ciudad
era un viejo proyecto que se remonta a 1823 y que el presidente Kubischek logró inaugurar en 1960
tras cuatro años de trabajo. Amén de haber sido fundada para albergar la capital del país, fue
diseñada según principios arquitectónicos y urbanísticos muy particulares. Su paisaje, repleto de
simbolismos que apelan a utopías, está trazado según un plano piloto que Lucio Costa dibujó en
forma de avión: una línea con edificios públicos, plazas, bancos y hoteles, que sería el fuselaje,
alberga la vida administrativa y política del país; y en las alas norte y sur vive gran parte de
sus 500 mil habitantes.
Más allá de las polémicas y reflexiones que Brasilia sigue provocando en cuanto
a la forma de vida en las grandes ciudades del siglo XX, aquella organización distinta prevista
entonces para Brasilia, puede percibirse hoy su contaminación urbana casi inexistente teniendo en
cuenta los más de dos millones de habitantes que totaliza el Distrito Federal en sus 19 ciudades
satélites.
Es común escuchar a brasilienses del plano piloto referirse a su gran calidad de
vida, tranquila en varios sentidos y con buen pasar que la convierte en la más cara del país. Sin
embargo, hay quienes dicen que esa calidad no es la misma en algunas ciudades satélites que hasta
carecen de espacios verdes ("había más necesidad de viviendas que de árboles", es una de las
explicaciones), mientras abren el paraguas hacia crecientes problemas propios de una
metrópolis.
Un paseo por la república
Grandes avenidas (que dificultan, por otra parte, recorrer la ciudad a pie)
surcan parques y edificios tan acomodados para una postal como en una curiosa maqueta en tamaño
real (esta visión surge al constatar la maqueta que se exhibe junto con planos originales en el
Espacio Lucio Costa, en la Plaza de los Tres Poderes).
Las hileras de edificios de azulejos verdosos que albergan a los ministerios, el
Congreso con sus dos torres gemelas flanqueadas por dos cúlpulas, una cóncava (Senado) y otra
convexa (Diputados), los "palacios" que albergan a los tres poderes y los espacios verdes que los
circundan son la base de la opción excluyente que ofrece Brasilia: el turismo cívico.
Una arquitectura impactante que combina formas, espacios e historia de manera
sorprendente para el ojo del turista, y siempre atravesada por un arte de alto contenido y formas
sencillas. Eso parece apreciarse en todos los edificios proyectados por el omnipresente Oscar
Niemeyer (legendario arquitecto, aún en actividad a los 100 años) y embelesados por grandes
artistas plásticos.
El turismo cívico en Brasilia (declarada Patrimonio Histórico y Cultural de la
Humanidad en 1987) se complementa con otros sitios obligados como la increíble Catedral inaugurada
en 1970, también obra de Niemeyer como el Complejo Cultural de la República de 2006. (A simple
vista, sin entrar en detalles, no se percibe entre ambos edificios ubicados en predios cercanos,
una diferencia de 36 años. Tampoco podría aventurarse cuál es el más viejo.)
Pero no es sólo la arquitectura el distintivo que puede eclipsar al turista en
su visita a esta extrañamente hermosa ciudad pergeñada en lo más alto de una meseta a mil metros de
altura, el Planalto. Extensos espacios verdes –algunos por urbanizar aún según una revisión
que hizo Costa del proyecto en 1987– y un bello lago artificial sobre el cual se desarrollan
los sitios de esparcimiento se combinan con una atractiva vida cultural surgida de la especial
idiosincrasia que Brasilia tiene al haber sido poblada por migrantes de todo el Brasil, y las
cerca de 90 embajadas que aportan a su sello cosmopolita, casi obligatorio para las grandes
capitales del mundo.
El paseo no sería completo sin darse una vuelta por un par de superquadras.
Alineadas a lo largo de 15 kilómetros sobre el eje norte-sur (las alas del avión), albergan a gran
parte de los 500 mil brasilienses en monoblocs sobre pilotes de tres a seis pisos con hasta 10
departamentos de entre uno y cuatro dormitorios por nivel. El modelo original es la SQS 308, que
conserva su arquitectura original, especialmente en lo referido al modo de vida soñado para
Brasilia, que los años fueron corriendo de los ideales previstos.
Proyecto futurista
En la SQS 308 puede verse hoy aquel proyecto planeado en pos de un estilo de
vida propio de la capital. Tres o cuatro edificios forman una supercuadra que, agrupadas cada
cuatro en vecindades de hasta 8.000 habitantes, cuentan con todo lo necesario para lo que entonces
se consideraba necesario para la vida cotidiana: espacios verdes, escuelas, comercios, iglesias,
cines y centros deportivos.
Sin embargo, los vecinos más nostálgicos no ven hoy en los
arbolados espacios comunes a los chicos que deberían jugar allí, así como ya no van a las escuelas
públicas, que hoy albergan a niños más humildes de las ciudades satélites. Tampoco parece cumplirse
el objetivo de convivencia de distintas clases sociales en una vecindad, más allá de que el costo
de las propiedades hacen que un piso de 25 metros cuadrados pueda llegar a pagarse 126 mil
reales.
Esa utopía presente en el espacio cuidadosamente diseñado está menos
presente en el ala norte, donde la urbanización en monoblocs se ha desarrollado según otras
lógicas. Un detalle: contra lo dispuesto en los edificios del plano original, de frentes vidriados
y sin balcones, las construcciones más nuevas respetan la altura pero varios cuentan con balcones.
Eso sí: sus moradores deben pagar una tasa por invasión del espacio aéreo. Los amantes de Brasil
podrán encontrar en esta capital todo lo que adoran de ese país, excepto el mar. "Nuestro mar es el
cielo", dicen algunos brasilienses orgullosos de las particularidades que, a cambio, su ciudad
tiene para mostrar.