Al asegurar que Alberto Fernández “no va a renunciar”, Fernando Chino Navarro alimentó un temor que circula no sólo por el Círculo Rojo sino también por una sociedad agobiada y exhausta por una crisis cada vez más profunda: ¿y si no llega?
Por Mariano D'Arrigo
Al asegurar que Alberto Fernández “no va a renunciar”, Fernando Chino Navarro alimentó un temor que circula no sólo por el Círculo Rojo sino también por una sociedad agobiada y exhausta por una crisis cada vez más profunda: ¿y si no llega?
En su libro “No pienses en un elefante”, el lingüista norteamericano George Lakoff destaca la importancia de los marcos, las estructuras mentales que utilizamos para ver el mundo. En política, el que impone el marco delimita el terreno donde se librará la batalla.
“Richard Nixon lo descubrió por la vía dura. Presionado para que dimitiera durante el escándalo del Watergate, se dirigió al país a través de la televisión. Se presentó ante los ciudadanos y dijo: «No soy un ladrón». Y todo el mundo pensó que lo era. Esto nos proporciona un principio básico del enmarcado para cuando hay que discutir con el adversario: no utilices su lenguaje”, sugiere Lakoff.
Lo saben quienes siguen el fútbol: la mayor señal de que un técnico está a punto de ser eyectado es que los dirigentes lo ratifiquen en el cargo. Con contrato hasta diciembre de 2023, pero cada vez más solo en un peronismo atrapado en una dinámica centrífuga, Fernández salió de otro fin de semana donde el principal protagonista fue el portón verde de Olivos -junto a las pizarras electrónicas de las casas de cambio, la gran escenografía de la crisis- con una virtual intervención del kirchnerismo del gobierno.
Más allá de la conversación permanente con Sergio Massa -el gran perdedor de la disputa palaciega en la casa central del Frente de Todos- parece haber quedado atrás la última gran oportunidad para resetear un dispositivo político que sólo aspira a llegar en tiempo y forma al traspaso de mando previsto para el año que viene.
La disparada del dólar blue en los primeros días de la semana y la vertiginosa remarcación de precios reflejan que pese al contexto turbulento el ingrediente político de la crisis no es menor. El ingreso de Silvina Batakis, que ensaya una suerte de guzmanismo sin Guzmán -prolijidad fiscal, quita de subsidios, diálogo con el FMI-, parecen mostrar que el cristinismo no tiene una hoja de ruta alternativa para proponer. Y que la disputa con el profesor de Columbia era menos ideológica que estrictamente política.
Con la manzana rodeada, a Fernández no le queda mucho más que aferrarse a la renuncia como la espoleta de la granada que puede hacer volar todo por los aires. Tanto el presidente como la vice saben que Cristina no tiene en este momento condiciones mínimas para gobernar.
De asumir, Cristina tendría que enfrentarse a una corrida cambiaria, una inflación desbocada y el tutelaje del Fondo, que dejan escaso margen para agregar cepos e inyectar anabólicos a la demanda, con minoría en el Congreso y una calle convulsionada, a la que podrían salir además de los movimientos sociales las clases medias enojadas con el kirchnerismo desde 2008.
Todo esto, en una región en la que suben nuevos presidentes de izquierda -que, dicho sea de paso, eligen a moderados para tratar de domar economías golpeadas por la desigualdad- pero que parece encaminarse hacia una nueva etapa de inestabilidad política. Y en la que lo que dispara los estallidos es la anemia de los ingresos y, sobre todo, la suba de las tarifas.
En este marco, la estrategia de sacudir al presidente -cada vez más seguido y cada vez con más fuerza- podría terminar en lo que supuestamente Cristina no quiere. La veloz licuación del poder de Fernández incluye en el menú de opciones, tanto del peronismo como de los opositores, un escenario que ya nadie puede descartar.
Sin margen político para la reelección, Fernández ya juega por el lugar en los libros de historia. Ante una sociedad que espera respuestas y un mínimo de certidumbre, la hora demanda a todos cohesión, liderazgo y un plan. Eso incluye evitar los errores no forzados. Por ejemplo, nombrar los fantasmas que se busca exorcizar.
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