Las palabras todavía hablaban y viajaban con formas. No las de las vocales o las de las consonantes, sino las de las pocas cosas que había para nombrar en esa naturaleza, en esa vida primitiva aún llena de incógnitas de hace diez mil años. Como siempre, los niños fueron aprendiendo las formas de los mayores. Y también como siempre, las lecciones de aprendizaje las brindaban los maestros, los estudiosos de entre los habitantes de esos entonces, los que tenían aptitudes para transmitir las enseñanzas hacia el futuro.
Carlos J. Gradín (1918-2002) dedicó media vida a estudiar el significado de las imágenes y los rastros humanos del cañadón del río Pinturas. Y alcanzó a vivir para dejarnos sobre papel sus vivencias en un libro maravilloso y entrañable: Recuerdos del río Pinturas. Vivió laboriosos años en contacto con aquel tiempo inmemorial, con los restos de los seres que lo habitaron hace diez mil años. Desenterró huesos, cueros, vestidos, analizó sedimentos, hasta exploró el antiguo viaje de los astros sobre ese angosto tajo en la meseta patagónica, y logró sobrevivir años trabajando en la misma cueva, en el mismo frío. Así llegó a saber el significado genérico de las casi mil manos pintadas bajo los aleros, las estrategias y elementos y avatares de la caza de guanacos, la forma y la cantidad de lunas que producían los alumbramientos, los vericuetos de aquellas vidas ancestrales que habitaron este cañadón. Y todos sus estudios lograron sobreponerse a la dificultad de la falta de palabras o fonemas impresos sobre las piedras.
Por eso las manos pintadas. Las manos fueron enarbolando la impronta de una escritura alborotada, huérfana de futuras convenciones. Y esas manos no solo no carecieron de significado individual sino que cada una fue esculpida con un sentido impar. Cada mano tiene la aptitud de transmisión estética sintáctica casi de un ideograma. A poco que uno deje volar la imaginación, puede apreciar que las manos que dejaron para siempre los maestros, los niños, los ancianos, son todas diferentes, únicas, aunque sea en su color (y aunque uno no pueda verlas sino idénticas). Todas tienen un significado unívoco que trasunta la intención de quien hizo la obra, de aquello que pretendió transmitir.
Gradín no pudo ver todo, principalmente los desenlaces del futuro. Su tarea fue mucho más científica, más consistente, sus años en el cañadón significaron un avance en el conocimiento de la vida de los patagones primitivos. Pero no logró comprender (imposible que lo hiciera) lo que cada quien que recorre los aleros puede o podrá imaginar, desde aquellos pintores hasta nosotros, ínfimos visitantes que miramos anonadados tamaña belleza, tamaños enigmas.
Podemos imaginar que hay muchas manos y figuras que hablan del amor, de declaraciones de amor, de secretos amorosos, y también de los rencores del amor, de sus celos irracionales. Aquí podemos intuir las fases del crecimiento del amor, la industria humana de su desarrollo. Hay otras imágenes que hablan de viajes, del sentido de los viajes, de los deseos de los viajes. Otras se refieren a la poesía que los hombres derramaban urgidos entre las mujeres. Algunas muestran las heridas de ciertas almas entregadas a la lujuria, así como las holguras de las almas después de las ceremonias con baile. Otras la algarabía de sueños de las parejas en ciertas noches de lunas tentadoras. Las hay también que buscan significar el instante que precede al instante del nacimiento y de la muerte. Y algunas manos y figuras atrevidas pintan la trémula calma ulterior a la cópula.
Regresamos de la Cueva de las Manos con más preguntas de las que llevábamos, un equipaje incómodo atestado de visiones inéditas, insólitas. Volvemos con algo parecido a la obligación de recobrar aquellos siglos de aquellos milenios, los infinitos instantes en que se conformaron tantas vidas que habitaron el cañadón y sus alrededores. Y en esa labor sabemos que recibiremos la colaboración inestimable del lenguaje sutil de las manos.
Estamos desayunando en esta mañana soleada en Chos Malal. En una recorrida de ayer me he dado cuenta de que Chos Malal ha mejorado mucho ediliciamente sin haber perdido su espíritu pueblerino (no sé si este halago les gustará a los chosmalagüenses). Aparece una ciudad renovada, por ejemplo, la estación del Automóvil Club que había visto cerrada y tan arruinada en mi viaje anterior. Ahora luce reconstruida, con bellos criterios estéticos. Mientras mi Mujer escribe algunos apuntes, mientras nos preparamos para cruzar detrás de la Cordillera del Viento, hojeo el diario La Mañana de la capital provincial. En el interior, entre otras noticias de la zona descubro esta: “Quedan pocos caminos para que los crianceros del norte neuquino viajen con sus arreos hacia las tierras de veranada. La circulación de animales por las rutas conlleva un riesgo doble: para los crianceros, de perder algún animal, y para los turistas, de tener un accidente al chocarlos”.
En toda esta zona del norte neuquino existe un fenómeno ancestral, trashumante, que se viene practicando desde la existencia de los mapuches. Se trata de la Veranada, que comienza en octubre o noviembre de cada año y que finaliza con su contrapartida, la Invernada, aproximadamente en marzo siguiente. En el primer caso los crianceros suben desde los valles hacia los altos en busca de nuevas pasturas para los chivos y cabritos. Y cuando comienzan los primeros fríos vuelven a sus terrenos a proteger los animales.
Al viajero le llama la atención, le resulta casi folklórico encontrarse en el camino con uno de estos arreos. Todos tratamos de sacar fotos, si podemos de bajarnos del auto a tocar algún animalito. Pero hay un conflicto que crece. En el mundo actual la tierra tiende a estar cada vez más concentrada. Y entonces, el gran negocio que representa su tenencia y disposición, corrige o modifica o anula cualquier tradición, cualquier pertenencia o uso cultural de ella. Los callejones para el paso o los lugares de pastaje, zonas que siempre fueron del conjunto, hoy comienzan a tener nuevos dueños que aparecen nadie sabe desde dónde, aunque siempre sepamos auspiciados por quiénes.
En Chos Malal se están gestando en estos últimos años diversos movimientos para intentar volver a los tiempos tradicionales. Es un problema de subsistencia. Los grupos se juntan en todo el norte neuquino, pero aquí tienen su mayor grado de visibilidad, sobre todo cuando sucede alguna fiesta y aparecen autoridades provinciales.
Estamos sentados en la plaza Sarmiento. De pronto ruidos, cantos, bombos, una manifestación. Con carteles improvisados, con pasacalles, con música vienen marchando por la calle homónima, a pie, a caballo, una cantidad respetable de paisanos y paisanas. Los acompañan hombres y mujeres con ropa urbana. Nos llama la atención, a diferencia de los piquetes de las ciudades de la pampa, que quienes cortan las calles transversales andan a caballo, y a caballo se establecen en los cruces y a caballo contienen los autos. También nos sorprende cierto grado de organización de los manifestantes. Vemos muchos carteles que agrupan y cobijan a la mayoría. Algunos directamente plantean medidas de acción directa ya para recuperar tierras que les han quitado por la vía judicial o por los hechos.
Por qué no se van a cortar el tránsito a sus pueblos grita una mujer que no puede cruzar la calle, asomándose desde la ventanilla de una camioneta embarrada.
Porque la televisión está acá, señora —le contesta a los gritos un gaucho desde su caballo oscuro.
Por lo que decía el diario en su síntesis, por lo que hablamos con algunos criollos que estaban en el bar, y después en la plaza, a partir de la valorización rápida y desmesurada de la tierra, grandes grupos económicos se están haciendo de terrenos fiscales que desde siempre usaron los productores para la circulación y cría. Así se les cerraron lo que ellos llaman las huellas o callejones para los arreos, los senderos, las picadas que solo ellos conocen y que hasta hace poco eran de todos.
Uno de los últimos descubrimientos de las agencias de turismo es vender la oportunidad de hacer el viaje a caballo junto con los veraneadores. Se trata de acompañarlos en los recorridos que hacen estos paisanos para recoger y traer toda la hacienda cuando comienzan a llegar los primeros fríos. Durante tres o cuatro días incluyen a los turistas en una de las tareas propias del campo en el norte del Neuquén. Así, previo pago de los tickets pertinentes, se puede viajar en el tiempo de los crianceros, en regresos tumultuosos entre cabritos, perros y caballos.
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