Lejos de las imágenes épicas que se han convertido en íconos de la reforma universitaria, con los estudiantes subidos al techo del edificio del rectorado de la Universidad de Córdoba, todo comenzó mucho menos espectacularmente a finales de 1917. Por entonces, el cierre del internado del Hospital de Clínicas de la Universidad de Córdoba generó un profundo malestar entre los estudiantes. Poco después, el rechazo de las autoridades a rever la medida derivó en una huelga estudiantil y en la preparación de un pliego de reivindicaciones que, además de pedir la apertura del internado, exigía la democratización de los mecanismos de selección del profesorado y de las academias, hasta entonces vitalicias. Los estudiantes pedían también una actualización de los planes de estudio partiendo de los principios de libertad de cátedra y docencia. Por esos días, lo que muchos de ellos tenían en mente eran las reformas que se habían implementado a principios de siglo en la Universidad de Buenos Aires y que, entre otras cosas, habían dado vida a los consejos directivos electivos, con participación de los docentes. En estos momentos iniciales, los cambios contaron con el apoyo y la participación de algunos de los sectores que luego se convertirían en "antirreformistas", como los centros de estudiantes católicos. De hecho, el principal diario católico a nivel nacional, El Pueblo, que más adelante denunciaría el "desvío" izquierdista del reformismo, consideró por entonces que el reclamo era justo y que la Universidad de Córdoba tenía que introducir cambios y adaptarse a los nuevos tiempos.
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Un mundo en ebullición
El conflicto coincidió con una coyuntura de particular efervescencia marcada en el plano internacional por la Gran Guerra iniciada en 1914. La conflagración bélica puso en jaque muchas de las certezas del liberalismo, la idea de progreso indefinido, y, como si fuera poco, derribó cuatro grandes imperios: el Austro-Húngaro, el Alemán, el Otomano y el Ruso. Este último, además, a través de una revolución social que sacudió los cimientos mismos del orden político internacional. La magnitud y el impacto de estos cambios resultan difíciles de comprender en nuestros días. Para que nos hagamos una idea aproximada, sería como si, de repente, en unos pocos años, Estados Unidos se desintegra, Europa volviera a fragmentarse y, en China, el Partido Comunista cayera a manos de una revolución. Sin estos grandes descalabros geopolíticos, que ensancharon el horizonte de lo posible y contribuyeron a impulsar a la juventud como un actor político, la reforma en Córdoba difícilmente habría tenido lugar.
Por otro lado, en el plano local, también se conjugaban factores favorables. Por un lado, el crecimiento lento pero sostenido de la matrícula universitaria como resultado del impacto inmigratorio, la urbanización y los procesos de alfabetización. Por otro, en el registro político, el veloz aumento de la participación electoral de la mano de la ley de 1912 y la consagración de Hipólito Yrigoyen como presidente en 1916. Con la llegada del radicalismo al poder se aceleraron los procesos de movilidad social ascendente y, sobre todo, crecieron las expectativas en las clases populares, deseosas entre otras cosas de lograr un mayor acceso a la universidad. El propio presidente Yrigoyen interpretó el conflicto de Córdoba en esa clave política como un episodio más de su lucha contra el “oprobioso régimen oligárquico". En virtud de ello, brindó un decisivo apoyo a los sectores que impulsaban las reformas y aprobó nuevos estatutos que, aunque con matices, replicaban en líneas generales los que se habían sancionado en la Universidad de Buenos Aires una década atrás. Tras la intervención, las tensiones disminuyeron rápidamente y, como señalaban los principales diarios cordobeses por esos días, el conflicto pareció llegar a su fin.
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¿Reforma o rebelión?
Apenas un mes después, sin embargo, la inesperada derrota electoral del candidato impulsado por los reformistas y la elección de Antonio Nores como rector, un hombre identificado y apoyado por los sectores tradicionales de la universidad, desató la rebelión de los estudiantes, nucleados ahora en la recientemente creada Federación Universitaria de Córdoba (FUC). En un hecho sin precedentes tomaron el recinto donde se desarrollaba la asamblea e impidieron que Nores fuera proclamado rector. A partir de entonces las tensiones escalaron de una manera inimaginable unas pocas semanas antes. Se realizaron marchas y actos multitudinarios que incluyeron entre otras medidas la toma de la universidad. Asimismo, la posición de los estudiantes se radicalizó: las críticas a la Iglesia católica, hasta entonces más bien en un segundo plano, devinieron uno de los tópicos centrales de la retórica estudiantil y de la identidad del movimiento. Por otro lado, la FUC comenzó a exigir la participación estudiantil en los órganos de gobierno. La medida, como reflexiona el historiador Pablo Buchbinder, logró el consenso suficiente precisamente después de la elección de Nores, ante la constatación de que la sola participación del profesorado en el gobierno universitario no garantizaba el avance de las transformaciones. En este nuevo contexto, el movimiento estudiantil adquirió un rol prominente.
Desde la vereda de enfrente, en un escenario cada vez más polarizado, muchos de los sectores católicos que en un principio habían apoyado el reclamo se atrincheraron en una cerrada oposición, cada vez más temerosos de que los acontecimientos derivaran en un proceso de tintes revolucionarios, a tono con el pánico que de manera creciente invadía a las clases dominantes de todo el mundo tras la revolución rusa. El temor entre los católicos se acrecentó, además, debido a la retórica ciertamente más encendida del estudiantado que, como en el célebre Manifiesto Liminar, no temió emplear la palabra "revolución" y comenzó a discutir abiertamente sobre el futuro del movimiento y su proyección como fuerza de transformación social y política.
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Deodoro Roca, fue abogado, periodista y activista por los derechos humanos. En la foto lee el Manifiesto Liminar del que fue autor
Termina el conflicto, sigue la lucha reformista
En septiembre de 1918, una nueva intervención del gobierno nacional volvió a apoyar a la Federación Universitaria y consagró la representación estudiantil en los órganos de gobierno. Tras la segunda intervención –que supuso además la elección de un nuevo rector de signo reformista–, el éxito obtenido por los estudiantes de Córdoba generó una onda expansiva que rápidamente alcanzó a las otras universidades nacionales y provinciales argentinas (Buenos Aires, Santa Fe, La Plata y Tucumán) y a varios países de América Latina.
En la ocasión se aprobaron también otras reivindicaciones relacionadas con la libertad de cátedra y los sistemas de cursado, entre las cuales, sin embargo, no se incluyó la gratuidad o el ingreso irrestricto. Ambos derechos, hoy asociados a la tradición reformista, no gozaban por entonces de consenso entre los grupos estudiantiles ni en las corporaciones profesionales que presionaron para mantener bajo control el crecimiento de la matrícula. Por otro lado, en términos ideológicos, la universidad seguía en buena medida considerándose una institución del mundo de las élites y, por tanto, en el fondo, la supresión de los aranceles no era visto como un aspecto esencial.
No obstante, la discusión sobre la gratuidad continuó en las décadas siguientes alentada por diferentes sectores reformistas y las propias dinámicas sociales del país. Finalmente, en 1949, durante el primer gobierno peronista, se la estableció por decreto, en un contexto ciertamente muy diferente al de 1918, marcado por fuertes conflictos entre el gobierno nacional y las dirigencias del movimiento estudiantil.
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La universidad de masas
En el mediano plazo, la supresión de los aranceles sumada a otras políticas estatales como la expansión del sistema de becas y, en líneas generales, la redistribución general del ingreso, impactaron positivamente en la matrícula universitaria que se multiplicó por tres entre 1946 y 1955. Finalmente, tras cuatro décadas de discusiones y debates sobre la importancia de conducir la universidad más allá de los claustros, el peronismo puso en marcha un proceso de masificación de la universidad que, en cierto modo, invirtiendo la máxima de 1918, llevó a la sociedad al interior de los claustros. En la década siguiente, en parte como consecuencia de este proceso, al calor de los debates propiciados por la guerra fría y la revolución cubana, el movimiento estudiantil argentino se proyectaría como un actor político clave tanto en el país como en América Latina.
(*) Diego Mauro es investigador independiente en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET), docente y coordinador del Doctorado en Historia, forma parte de la Red de Estudios de Historia de la Secularización y la Laicidad (REDHISEL) y coordina el Observatorio de Culturas Religiosas también de la Universidad de Rosario (UNR).
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Página del archivo del diario La Capital del 15 de junio de 1916.
Otros links con recursos para compartir:
Vidas y andanzas de la Reforma
La reforma universitaria cordobesa en 1918. Una brevísima historia (Por Ana Clarisa Agüero)
Debates hacia una nueva Reforma Universitaria
La Reforma Universitaria. Podcast de la ASAIH (Asociación Arg de Investigadores de Historia)
Primer telegrama de la Reforma Universitaria de 1918