La cuenta regresiva terminó. Javier Milei y Maximiliano Pullaro iniciarán este domingo sus gobiernos, que marcarán mucho más que una simple alternancia en el vértice del poder. Es una nueva etapa política. A su modo, ambos son expresiones del cambio. Aunque con perfiles, condiciones iniciales y perspectivas de éxito muy diferentes.
Milei, el más amateur de los outsiders, estará al frente de un experimento inédito en la Argentina y en el mundo, que asoma repleto de paradojas y tensiones.
Un presidente que se autodefine liberal libertario en un país con una fuerte matriz estatista. El candidato más votado de la historia argentina y casi la mitad de los apoyos prestados. Una fuerza en hiperminoría en el Congreso y sin anclaje territorial, que se propone el programa de transformaciones más ambicioso de las últimas décadas. El nuevo niño mimado de la derecha radicalizada global, pero que depende del oxígeno económico que le aportan la administración estadounidense del demócrata Joe Biden y la China gobernada por el Partido Comunista.
Para reforzar la marca refundacional que busca imprimirle a su gobierno, después de la jura protocolar ante los representantes de los otros poderes Milei dará su mensaje a la nación fuera del Congreso. El líder frente a la masa, sin intermediarios. Una escena de populismo explícito en el cumpleaños 40 de una democracia que atraviesa su crisis de la mediana edad. Y un desplante a quienes tienen los votos que le faltan para aceitar el trámite legislativo y quienes deberán revisar la validez jurídica de sus actos de gobierno.
Más allá de la puesta en escena de la asunción, el desafío más urgente de Milei pasa por lograr con eficacia el cambio de roles. Reconvertirse. De mejor representante de la bronca contra la dirigencia política por el estancamiento económico y la inflación en gobernante capaz de tomar decisiones, implementarlas y obtener resultados. De profeta del libre mercado a reformador.
El gran problema es el abismo entre medios y fines. Entre la abundancia de ideas ambiciosas y la escasez de recursos políticos para materializarlas. Las propuestas más disruptivas fueron sacrificadas en el altar de la realidad. Dolarización, afuera. Cierre del Banco Central, afuera. Vouchers, afuera. La activación de ese instinto de supervivencia llevó a Milei a buscar acuerdos con otros sectores políticos para ensanchar su base de apoyos. Aunque por ahora se trata de La Libertad Avanza con refuerzos y no de una nueva coalición.
Con la incorporación de una brigada de exmacristas, con Patricia Bullrich a la cabeza, y cuadros de las distintas tribus del peronismo no kirchnerista, Milei sumó expertise a un equipo donde escasean los jugadores con rodaje en la función pública. Pero no llegó al blindaje legislativo y deberá recostarse en una opinión pública ansiosa de resultados.
El interrogante es cómo podrá sostener el nuevo presidente los niveles de apoyo que logró en la segunda vuelta si efectivamente a partir del lunes se congela el presupuesto estatal, se liberan prácticamente todos los precios de la economía, la mano implacable del mercado ejecuta el ajuste que la política no quiso, no supo o no pudo hacer y la calle se recalienta.
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Sería la segunda cláusula rota del contrato electoral, después de tejer acuerdos con quienes compitió en las elecciones y les había colgado el mote de casta. Para que los números cierren en su esquema, la motosierra deberá ir mucho más allá del simbólico pero magro gasto político y sus dientes morderán a casi toda la sociedad.
¿Cuánto tiempo se sostiene la receta de machacar con los problemas crónicos de la economía argentina e ibuprofeno ideológico pero sin medidas de alivio para los ya castigados ingresos de la población? Massa puede dar fe de que los contrafácticos —por ejemplo, que se está evitando una hiperinflación— tienen un impacto modesto o nulo.
Otra alternativa es que Milei plantee un escenario apocalíptico para negociar desde una posición dura con quienes tienen en el Congreso los votos para aprobar el paquete de medidas con el que pretende dar vuelta como una media a la Argentina.
En cualquier caso, se trata de una estrategia al menos arriesgada para un presidente sin experiencia en gestión, una fuerza que hace dos años no existía y que todavía sigue exhibiendo altos niveles de amateurismo.
“Son un cachivache, llegaron sólo con tres asesores”, dijo un legislador peronista sobre el aterrizaje en Diputados de Martín Menem. En su debut como legislador nacional, el sobrino de quien Milei reivindica como el mejor presidente de la historia e hijo del exsenador nacional Eduardo Menem tiene el desafío de conducir una Cámara más fragmentada, donde tienen su banca viejos zorros de la política y que funcionará como un termómetro de la relación entre Milei y la sociedad.
Por ahora, pese a los intentos de los operadores de La Libertad Avanza, las tensiones internas y algunos desgranamientos, el peronismo, la UCR y el PRO se mantienen como bloques, aunque Juntos por el Cambio ya es parte del pasado en el nuevo sistema que desde las Paso tiene a Milei como centro de gravedad.
En ese panorama turbulento e incierto le toca asumir a Pullaro, que también supo surfear una ola de cambio pero con atributos opuestos a Milei. Al revés que el minarquista, el radical es el arquetipo del político profesional, que recorrió todos los peldaños del poder hasta llegar a la Gobernación.
Si el desafío de Milei es fortalecer su poder propio, la tarea de Pullaro es administrar un gran volumen de capital político personal y colectivo, que la propia marcha de la gestión irá consumiendo. Más aún si vienen tiempos de vacas flacas para la economía santafesina y en particular las cuentas provinciales.
Es por eso que el primer gobernador de la UCR en sesenta años quiere aprovechar la ventana de oportunidad para avanzar en el primer trimestre de su gobierno con una serie de transformaciones, centradas en seguridad y el funcionamiento de la Justicia.
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Con el peronismo golpeado y acéfalo, los principales adversarios serán actores corporativos que buscarán amortiguar, ralentizar o directamente bloquear reformas que entiendan que afectan sus intereses.
Bajo esta óptica cobra sentido la fuerza que hizo Pullaro para que la Cámara de Diputados le diera la banca a Fabián Palo Oliver y no a Rubén Giustiniani, como había dispuesto el tribunal electoral. Interpretaciones normativas al margen, se trató de un anticipo de la pulseada de poder que vendrá entre la política y sectores del Poder Judicial, que ya se ponen en modo resistencia.
De todos modos, al igual que Milei Pullaro enfrenta el problema de las expectativas, que pueden convertirse en un bumerang. Serán importantes tanto los resultados como las narrativas que puedan convencer a la sociedad de que se transita por el camino correcto. La reducción de los niveles de violencia es un sendero largo, plagado de obstáculos y con avances y retrocesos.
Si Pullaro tiene una gestión aceptable y nadie se descuelga de la coalición, este domingo podría escribirse el primer capítulo de la saga de la hegemonía de Unidos. Para eso, el nacido en Hughes tiene por delante una serie de tareas, que implica, en algunos casos, seguir un manual opuesto al de su antecesor: mostrar ejecutividad, contención y conducción hacia dentro del espacio propio y diálogo hacia fuera, tener presencia fuerte en Rosario y pensar desde el primer momento en la sucesión.
De todos modos, la dirigencia política provincial enfrenta un reto todavía mayor. Es la violencia de bandas armadas que todo el tiempo desbloquean nuevos niveles de audacia con hechos conmocionantes —el último, el asesinato al azar del colectivero César Roldán— y que ponen en duda la capacidad del Estado santafesino para cumplir con sus funciones más básicas. Allí es donde se necesita cortar con la inercia y que alumbre un verdadero cambio de época.