Lo malo que tienen es que esos enunciados pueden no cubrir todos los casos, y pueden admitir excepciones. Así, quien recibió aquella lección etimológica puede haber quedado con la idea de que palabras como alcance, almendra o albergue son de raíz arábiga (que no es el caso), al tiempo de que no se enteró de que vocablos tan significativos como barrio, fulano o aun jeta reconocen sus orígenes en la lengua semítica.
Pero ¿cuáles son, entonces, las palabras árabes del castellano? En realidad, no hay un acuerdo definitivo sobre el repertorio completo de estos vocablos, y la Academia misma ha oscilado a lo largo de los años en sus atribuciones etimológicas. Así, la RAE antes consignaba como arabismos palabras como jirafa, res o sábalo, que hoy atribuye a raíces italianas, latinas o célticas, respectivamente.
Dicho esto, existe un importante volumen de voces sobre cuya etimología árabe no hay discusión, y sí es verdad que la mayor parte de ellas incorpora el artículo definido, que en árabe asume la forma de un prefijo, al-, que se aglutina a la palabra. Ocurre, sin embargo, que ese artículo mantiene su forma original solamente frente a vocales y frente a un grupo de consonantes llamadas “lunares” (por la palabra qamar ‘luna’, que comienza con una de ellas); mientras que la -l- del artículo desaparece frente a otro grupo de consonantes llamadas “solares” (por la voz shams ‘sol’), y en su lugar se duplica la consonante que le sigue. (Esto es similar a lo que ocurre en castellano con el prefijo negativo in-, que cambia a ir- frente a una palabra iniciada en r-: irrealizable, y no inrealizable). Tenemos, así, que al fusionar el artículo al- con la palabra míba se obtiene al-míba, y de allí nuestro almíbar (la -m- es una consonante lunar), mientras que al unirlo al sustantivo shuwár se obtiene ash-shuwár, y de allí nuestro ajuar (la -sh- es una consonante solar). De esa manera, algunas de las palabras de origen árabe que tienen el artículo aglutinado empiezan con al-, y otras con a- no seguida de -l-.
Pero también existe una gran cantidad de palabras árabes que no fueron incorporadas al castellano con el artículo aglutinado, y por ende no empiezan con a-. Por motivos que los historiadores de la lengua aún debaten, en los primeros cuatrocientos años de la dominación árabe de la península ibérica las palabras tendieron a conservar el artículo al pasar al castellano, y en los siguientes trescientos dicha tendencia desapareció. Así, de esos vocablos reclutados tardíamente por el español una buena proporción empieza en consonante, como en el caso de bellota, del árabe hispánico ballúta.
¿Hay alguna receta para detectar palabras árabes? Antes de acudir al diccionario, podemos sospechar que una voz tiene esa etimología. Las que empiezan en al- son candidatas preferentísimas, lógicamente, pero también podemos considerar las siguientes categorías:
- Las que tienen una -h- intermedia: ahorro, azahar, rehén.
- Las graves que terminan en -r: azúcar, almíbar, ámbar.
- Las que terminan en -í acentuado: alhelí, carmesí, jabalí.
- Las que terminan en la sílaba -que: achaque, badulaque, enroque.
También hay que tener en cuenta que determinados campos léxicos recibieron una influencia árabe más intensa. A modo de ilustración, podemos revisar algunas categorías que fueron particularmente permeables a las incorporaciones arábigas.
En agricultura y cultivos tenemos no solo los nombres de gran cantidad de vegetales presentes en nuestra mesa diaria (y en otros usos comunes), sino también los de la infraestructura y procedimientos propios de esas actividades, entre otros: aceituna, acelga, acequia, albahaca, albaricoque, alcachofa, alcaparra, alfalfa, algodón, almácigo, alpiste, alubia, arroz, azafrán, berenjena, cúrcuma, espinaca, estragón, lima, limón, mazorca, naranja, noria, sandía, toronja, zafra, zanahoria.
En construcción y artesanía podemos contar términos propios del urbanismo, como adoquín, albañal, alcantarilla, aldea, arrabal, badén, baldío, barrio, dársena; otros relativos a albañilería y partes de la casa, como adobe, alacena, albañil, alcoba, alféizar, aljibe, azotea, azulejo, tabique, tarima, zaguán; y otros más que hacen referencia a los objetos domésticos y sus procesos de producción: alfarero, alfombra, alhaja, alicate, alpargata, argolla, batea, enchufe, engarzar, falleba, garrafa, jarra, taracea, taza.
Lo mismo se observa en campos como la ciencia, matemática y medicina (alambique, jaqueca, cénit...), la economía (aduana, arancel, tarifa...), los materiales y sustancias (azufre, latón, marfil...), la terminología administrativa y militar (alcalde, alférez, atalaya...), los juegos y entretenimientos (ajedrez, alfil, guitarra...), o simplemente en las palabras del vocabulario más cotidiano o coloquial (auge, azul, mamarracho, mengano, rincón...).
Como se ve, no se trata solo de “las palabras que empiezan con al-”. A casi siete siglos de la expulsión de los moros de la península ibérica, su copioso y variado legado léxico está más vivo que nunca entre nosotros. Y de no mediar imprevistos evolutivos del idioma ya muy improbables en una lengua altamente codificada, dentro de otros siete siglos seguiremos usando esas palabras, si es que para entonces los que desaparecimos no fuimos nosotros.