En su breve y agitada vida en Palermo, Stefano Bontade desempeñó muchas veces, como mafioso siciliano, el papel de garante de la no violencia. Un hombre que vivía en su distrito se quejó de que le habían vendido en una agencia de autos usados un vehículo descompuesto. Bontade intervino, le dijo a su vecino que fuera a ver al comerciante y le pidiera una solución al tema. El agenciero se fastidió al ver venir al cliente. Pero esta vez le sustituyó el auto sin vacilar. Fue cuando el comprador le dijo que venía de parte de Bontade.
La mafia siciliana es capaz de acciones de crueldad impactante. Pero éstas o las que llegan al cine son una minoría. La presencia de la mafia es cotidiana en acciones constantes por su regularidad pero que excluyen la violencia. Básicamente la prestación de la mafia es la de resolución de conflictos como una especie de árbitro paraestatal. Si alguien tiene un problema y paga por protección la mafia interviene para resolver ese problema. Cuando obliga a alguien a devolver algo, como le pasó al dueño de la agencia de autos, a ese alguien también le conviene hacerlo. Exponerse a la mafia sería más costoso. Sería más violento.
Dice Diego Gambetta en su libro “La mafia siciliana” que en zonas menos iluminadas la mayoría de la personas paga a la mafia para resolver pleitos sin llegar a lo irreparable. La esencia de los servicios de protección para los mafiosos es la resolución de conflictos. Dice Paul Violi, un mafioso siciliano, grabado en secreto por la policía canadiense: “Nuestra vida consiste siempre en alentar la razón, arreglar las cosas para alguien. Cuando una persona entra en conflicto con otras y no sabe dónde dirigirse se acerca a ti porque puedes resolver las cosas de alguna manera”. Como Stefano Bontade. El conocimiento de que este hombre era capaz de alguna barbaridad hizo que no fuera preciso hacer barbaridades para que el agenciero cambiara un vehículo. Agrega Gambetta: “Estos no son empresarios violentos. Son empresarios de la violencia”.
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No es que la mafia no sea capaz de atentados tremendos o de incrementar homicidios. Hace tres días fue detenido Messina Denaro, un capo al que se le atribuye el asesinato en 1992 de los fiscales antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Pero en el día a día, dice Gambetta, los hombres de honor reciben dinero de una sociedad que sigue encontrando en ellos, también, la chance de que la sangre no llegue al río. No es nada grato. Sus clientes son sectores profesionales y vecinos que pagan por protección. Nos enteramos de que existe la mafia cuando hay derramamiento de sangre. Pero la parte más común y menos visible de la mafia, afirma Gambetta, es la disuasión. Lo que posibilita justamente que no haya sangre.
No es errado el planteo de que el fenómeno mafioso se está afianzando en Rosario. Pero en contraste con el de la auténtica mafia es un fenómeno más fragmentado, chapucero, fuera de quicio y sin retribución. Pequeños grupos salen a lo loco a buscar las ventajas que da la promoción de un estado de violencia incontenible. Solamente se valen de un teléfono y avanzan sobre el que tenga un comercio. Las hace cualquiera, contra cualquiera, en cualquier zona, en base al terror de la violencia.
En una ciudad con 300 homicidios al año y con eventos que amedrentan como las balaceras con blancos colectivos, homicidios con víctimas erradas por la vehemencia indiscriminada de tiradores, la evidencia de comercios o viviendas acribilladas, la sacudida de un restaurante baleado con cien clientes adentro conforman un acervo de memoria que produce un efecto disciplinario. Eso predispone al pago de los extorsionadores: todo lo que se anuncia puede pasar porque está pasando.
Y la mira ya no apunta a personas con solvente capacidad de pago sino a trabajadores muy modestos. Como los dueños de un almacén de Pueyrredón al 6100 al que le pidieron 50 mil pesos semanales. Pero también el propietario de El Establo, la parrilla baleada en 2021, al que ahora le exigieron 400 mil pesos.
La espiral extorsiva en Rosario deriva de cuentapropistas del delito que arman sus ensayos sin ninguna regulación entre ellos. La avidez insaciable por dinero no reconoce ninguna estructura de contención. La mafia siciliana sabe que no puede pedir cualquier cosa todo el tiempo porque la voracidad conspira contra un rasgo que toda organización necesita: ser perdurable. Que no hay sobrevida si lo único que ofrece es balazos a cambio de dinero. Acá es solo eso.
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La forma en que está operando esta delincuencia produce un colapso institucional, dice el fiscal Pablo Socca, porque no se ve capacidad de respuesta a la avalancha de eventos. “El colapso está en todos los estamentos: fiscalía, policía, Ministerio de Seguridad. Hay denuncias que entran todos los días de comerciantes extorsionados bajo la amenaza de que si no pagan los balean. Y de que si denuncian los balean. No estamos en condiciones siquiera de procesar lo que está pasando. No se pueden hacer guardias controladas ante la cantidad de hechos. Si ponemos custodia policial en los lugares bajo amenaza nos quedamos sin móviles para patrullar”.
La constante dice Socca es comprobar que estas acciones vienen de la cárcel. “Lo vemos en las investigaciones. No hay control. Las mismas bandas que venden drogas suman con esto un rubro más a su actividad ilícita. Tienen los recursos materiales y humanos para hacerlo. Lo único que necesitan para la extorsión es alguien que haga una llamada, deje un cartel y luego una moto desde la cual balear un objetivo”.
El plan en Rosario, leen en las fiscalías, es extorsionar a muchos, balear a uno y que el miedo general active en una mayoría los pagos requeridos. El problema es para todos. Pero el dueño de una despensa o de una verdulería de barrio no dispone de la influencia, o de la visibilidad, de una fábrica mayorista de chapas que recibe chantajes. Aquellos no tienen custodia, capacidad de poner un abogado, o de pedir vigilancia.
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Esta diferencia asumida se traduce en un sentimiento de asimetría y desprotección que en una sociedad carcomida por la desconfianza tiene un doble efecto. El primero es que con instituciones débiles y una ciudadanía que ante la reiteración no se siente respaldada por la autoridad pública la política pierde en bloque. Ni oficialismo ni oposición. Aún cuando la indiscutible mayor responsabilidad la tienen los primeros, tienden a pagar todos.
El segundo es que cuando se advierte que no hay respuesta queda el terreno fértil para que las obligaciones que no asume el Estado las asuma una organización no estatal pero más formalizada que, como la mafia siciliana, garantice cierta tranquilidad vendiendo protección pero de una manera racional. En Palermo o en Catania las empresas de radiotaxis, los intermediarios agrícolas, los recolectores de residuos, los pequeños contratistas, financistas, empresarios de la noche, abogados, constructores y gastronómicos le pagan a la mafia porque ésta los ayuda también en sus litigios rutinarios. Que es una estructura imperfecta y confusa, perturbada por conflictos, pero que tuvo éxito en ofrecer una protección que en cierto momento el Estado no pudo o dejó de dar. Con acciones inteligentes, concertadas y enfáticas, solo las autoridades pueden contener la acción de los grupos que hoy cubren de chantajes la ciudad. Lo que requerirá de cambios radicales en la policía, en el control de cárceles y respuesta judicial satisfactoria y en tiempo a los más débiles. Para evitar mayor erosión de la confianza en la política y para que nadie suplante el poder y los roles legítimos del Estado, ante la situación desmadrada que se vive en Rosario es valioso no dejar así las cosas.