Luego del encuentro, junto a la primera dama, realizaron un recorrido por el Palacio del Eliseo, donde la primera dama le mostró la colección de arte contemporáneo existente, la decoración del mismo, visitaron la habitación donde trabajaba Charles de Gaulle y el sitio donde abdicó Napoleón. “Esa habitación de color lila y ornamentos dorados es la única que se encuentra sin una renovación moderna”, describió la artista. Luego, le mostró el sitio donde el presidente francés hace las alocuciones en vivo para la televisión y hablaron sobre el viaje que realizaron a Argentina con el presidente Emanuel Macron. “Tenía una sonrisa cuando recordaba el cariño con el que los recibieron en nuestro país. Es una mujer muy bella, muy cálida y responsable”, agregó. También hablaron sobre la posibilidad de crear una asociación franco-argentina para ayudar a las mujeres.
“Lo voy a colgar al lado de mi despacho”, le dijo la primera dama francesa al recibir el cuadro. Y Ana le explicó que la pintura simbolizaba el momento en el que sintió que el alma de su hermano Federico estaba en paz. “La voz se me cortaba, no podía contener mi llanto. Le expliqué que es un cuadro que transmite paz y ella me dijo: ‘Este reconocimiento se está dando mágicamente’”.
Perez Grassano con BMacron.jpg
—Pasaste por una experiencia dolorosa en tu vida con la pérdida de tu hermano. ¿Cómo se transforman el dolor y la pérdida en el arte?
—Fue una época muy dura, mi hermano Federico no quería ser médico, él era músico de alma. Siempre fue el más rebelde y el más sensible de nuestros hermanos. No tengo un solo recuerdo nefasto de nuestra relación. Cuando fallece mi padre, en el año 2007, repentinamente en pocos meses, Federico sintió una especie de liberación, más allá de su propia tristeza. Su muerte trágica, brutal y repentina ocurrió un mes después de mi pérdida de un embarazo de casi cuatro meses que llevaba en ese momento. Tanto dolor me condujo a sentirme profundamente frágil. Recuerdo que tenía un buen puesto como arquitecta urbanista en una empresa de construcción multinacional en París. Lo único que me calmaba era pintar y tuve la gracia de tomar clases en el estudio del artista Martin Reyna en París. Martín me acompañó a entender mi obra. Pintaba mucho de noche. Pedí solo trabajar cuatro días a la semana en la empresa donde estaba y al año lo dejé todo para pintar y poder renovar el patrimonio francés. Creé mi propio estudio de arquitectura y arte.
En torno a su elección de migrar a Francia, la artista piensa que el sitio estaba predestinado. En 1998, dos meses después de casarse, se instalaron junto a su esposo en San Salvador, la capital de El Salvador. Llegaron en plena época de huracanes, diluvios y tormentas. “Mi esposo partía a las cinco de la madrugada y regresaba a las 20 por su trabajo en la refinería de Acajutla. Fue un periodo de expatriación que jamás había experimentado, me encontraba muy sola, sin mis hermanos, sin mi familia, sin mis mascotas, en un país que acababa de salir de una larga guerra civil”, recuerda. “La pobreza extrema, la miseria, las armas y los secuestros eran moneda corriente. No podía caminar por las calles ni disfrutar libremente de mi vida, dado que yo era un objetivo importante para secuestrar”, agrega.
En este contexto, lo primero que hizo para colmar su soledad fue anotarse en la Alianza Francesa y trabajar ad honórem en un proyecto de la comunidad europea: la renovación de un hospital para enfermos de lepra en Sonsonate. “La Alianza Francesa era un submundo cultural alternativo a una sociedad tan violenta, un brote de aire fresco en medio de ese universo tan áspero”, describe. Allí comenzó compulsivamente a estudiar francés, se enamoró de la cultura, de la lengua y del acento. Rindió varios exámenes que le permitieron dominar el idioma y descubrió París en un viaje a Europa en agosto del 2000.
“Sentí la vida en sus calles, me emocionaron sus espacios públicos llenos de vida, paseé en el jardín de Luxemburgo, escuché sorpresivamente la música sonando desde una pequeña ventana en “l’ Ile Sant-Louis”. Sentí la vida”, recuerda de aquel primer impacto. “Experimenté como un enamoramiento por este pueblo, por su arte, por su arquitectura. En septiembre del mismo año realicé mi primera pasantía en un estudio de arquitectura en Cannes, entonces decidí que me quería quedarme a vivir en Francia por el resto de mi vida”. Y así fue.
Los comienzos fueron muy difíciles porque tuvo que revalidar su título de arquitecta, luego realizó un posgrado de Urbanismo y pasó un examen complejo para ser arquitecta habilitada para poder construir en Francia y en toda Europa. “Hice varias pasantías y participé en diferentes proyectos que me permitieron tener un empleo remunerado. Me apasiona renovar el patrimonio francés, me encanta investigar la historia de cada barrio parisino, y poder darle una nueva vida a un departamento respetando el deseo del arquitecto que lo construyó en su época”, rememora Pérez Grassano. Actualmente produce los muebles a medida “utilizando materiales nobles” en su estudio de arquitectura.
—¿Qué aporte hace tu formación profesional como arquitecta en tu obra?
—Cuando pinto me desconecto de mi lado arquitectónico, me siento libre. Sé que inconscientemente mi formación académica influye en las formas que creo, en las composiciones que realizo, en el manejo del color, que es algo adquirido desde muy temprana edad. En mi obra trato de volcar mis emociones más íntimas, a menudo dibujo una escena traumática de mi infancia, que después la cubro con un color homogéneo, trato de curar mis heridas, creo formas como triángulos, círculos, rectángulos, que son perforados por líneas que representan mis cicatrices, a las formas las corto utilizando un cuero de Argentina y las pego en el lienzo. Ese cuero es simbólicamente mi piel. Cuando pinto, siento que somos dos mujeres totalmente diferentes, que vivimos en una.
Pérez Grassano cree que la arquitecta no pinta: “La que pinta es quien exorciza sus convicciones más profundas, quien se atreve a dibujar sus escenas más dolorosas que luego cubre frenéticamente con capas de óleo. La que pinta se aísla, se nutre de historias pasadas, de la vida de los otros, y empieza a crear. La que pinta tiene presente que la muerte nos rodea, nos espera, que nos hará a todos desaparecer bajo una noción del tiempo que es impalpable”.
En el universo de su creación, la artista piensa que no se trata de una historia de ego, sino se trata de una aventura desconocida. Porque la mujer que pinta no teme y tiene la certeza de ayudar a los más desprotegidos. La mujer que pinta tiene sed de justicia. No soporta el maltrato a la mujer ni la desigualdad de la mujer en la sociedad actual. No tolera la burla entre los niños, adolescentes que puede acarrear a una extinción propia, a una depresión constante. “La que pinta se alejó hace tiempo de su zona de confort para poder continuar su búsqueda personal”, remarca la rosarina.
Cuando Ana llegó a Francia tenía treinta años, un francés modesto y mucho que aprender. “Provengo de una familia acomodada rosarina. Siempre fui la hija del doctor Pérez Grassano, y es bueno dejar de lado los favoritismos innatos para descubrir quién es uno realmente, cuál es tu verdadera capacidad, es interesante confiar en la bondad del desconocido porque descubrís la bondad de quien te ayuda a escribir y a pronunciar bien una frase como el desprecio de quien no acepta al extranjero y se burla de tu acento”, remarca. “Insertarse es una sociedad completamente diferente a la mía fue un enorme desafío. Sin desafíos me aburro profundamente. Amo jugar al ajedrez y hoy en día analizando mis veinte años de estadía en Francia, veo cómo se fue dibujando mi estrategia de juego para avanzar en mis estudios e insertarme social y profesionalmente”.
Obra entregada a B Macron.jpg
—¿Hay algo de rosarinidad en tu obra?
— Rosario soy yo, Rosario somos las dos: la arquitecta y la artista. En Rosario nací. Crecí en una familia muy machista donde la mujer no tenía la posibilidad de trabajar y era relegada al cuidado de los niños y a supervisar el trabajo familiar sin ningún tipo de respeto, ni de remuneración económica, ni de reconocimiento de parte del cónyuge. Soy la número dos de una fratería masculina de siete. Me eduqué con seis hermanos que me llamaban Carlos durante mi infancia y adolescencia, me educaron para tener éxito como a un hombre. A ser fuerte frente a la adversidad, pero paralelamente me prohibían salir y tener la vida airosa de un hombre seductor. Me siento muy cómoda en el mundo masculino, creo que por eso no soporté nunca que un hombre me diera órdenes, ni toleré el rol de ser una ama de casa, sin educación académica, sin ingresos propios y desligada socialmente. Comprendí desde muy pequeña la importancia de ser autosuficiente económicamente.
Ana recuerda una historia de su abuela Inés, quien tenía un cofre con una colección de alhajas fabulosas que fue heredando, y siempre le repetía al abrir el cofre una frase: “Tu única riqueza son tus estudios, todo esto, las joyas, las propiedades, los objetos, todo puede desaparecer”. Su abuela era una apasionada por el arte, su madre era una enamorada de Francia y ella fue quien le enseñó mis primeras palabras en francés.
“En las casas de mis familiares paternos los muros acogían obras de arte de destacados artistas rosarinos, los muebles de la época art nouveau y art-déco que nos acompañaban constantemente. Se les daba mucho valor a la cultura, a los estudios. Mis primas, las hijas de mi tía Nidia y de Juan Cabanellas, vivían en el Palacio Cabanellas, el mismo fue diseñado por Francisco Roca Simó un arquitecto mallorquí, seguidor de Antonio Gaudí, quien se instaló en Rosario apenas iniciado el siglo XX dado que se enamoró de la hija de Cabanellas y su padre para no dejarla partir le daba proyectos a su yerno. Nosotros vivíamos en el edificio Teatro Astengo, creado dentro del período arquitectónico del academicismo y eclecticismo. Estábamos rodeadas de arquitectura patrimonial”, rememora.
—¿Qué sentiste al recibir la invitación de la Primera Dama?
—Fue una emoción muy grande, recuerdo que fue un viernes alrededor de las 17 y recibo un llamado de un número desconocido. Pensé que era un vendedor de marketing telefónico, pregunté desconfiadamente "¿quién es?” y me responden: “Présidence de la République Française Madame…”. Me quedé sin habla, fue muy impactante. Directamente me confirmaron que Madame Macron había aceptado un cuadro que realicéen 2012, Noches tangueras, para que integrara la colección permanente del Palacio del Elíseo y que quería conocerme.