Una tarde sentía que mi cerebro estaba tan lleno de datos y tironeado en tantas direcciones, que ya no me quedaba espacio para asimilar nada más. Padecía el estrés que genera la sobrecarga de información. Pero en un rapto de iluminación, recordé un libro que había leído ya hacía un tiempo. Se llama “Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? ”, de Nicholas Carr, nominado en 2011 para el Premio Pullitzer y que recomiendo cada vez que puedo.
Con la poca energía mental que me quedaba, volví sobre los apuntes que había escrito al margen de esas páginas. En el libro, Carr hace sonar una alarma de precaución: “Cuanto más tiempo pasamos navegando en aguas digitales, más superficial se vuelve nuestra capacidad cognitiva y menos control tenemos sobre nuestra atención”.
El tránsito de la página a la pantalla no se limita a cambiar nuestra forma de leer un texto. También influye en el grado de atención que prestamos y en la profundidad de nuestro entendimiento. Para Carr, Internet es por diseño un sistema de interrupción, un entorno pensado para dividir la atención. Las interrupciones frecuentes dispersan nuestros pensamientos, debilitan nuestra memoria y nos ponen tensos y ansiosos. “Cuando se trata del disparo de nuestras neuronas, es un error asumir que más es mejor”, afirma Carr.
Por mi trabajo, actualmente noto que el tiempo que se le dedica a la lectura profunda en el ambiente universitario se está reduciendo. Cuando le pregunto a mis alumnos si su capacidad para concentrarse está en baja, la mayoría no sólo que me contesta que sí, sino que afirman con vergüenza que les resulta prácticamente imposible leer un artículo completo en PDF sin distraerse en alguna red social o en información sin importancia que les afecta en su desempeño académico.
Es así, ya que la clave para que se consolide en la memoria lo que se estudia, es la atención. Almacenar los conceptos y establecer conexiones entre ellos, requiere una gran concentración mental, potenciada por la repetición o por un intenso compromiso con el estudio.
Si nuestra memoria de trabajo no da abasto para toda la información, ésta no perdurará en la memoria a largo plazo. Les pregunto: ¿No sería mejor dejar de saltar de una tarea a otra y tomarse un tiempo para dar un paso atrás y seleccionar uno o dos desafíos que realmente podrían marcar la diferencia y concentrarse intensamente en ellos? No es fácil, me responden. Creo que tienen razón. La cantidad de notificaciones que compiten con nuestra lectura hacen mucho más difícil la concentración en una sola cosa.
Además, y esto es muy importante, por la neuroplasticidad de nuestro cerebro, cuanto más usemos Internet más nos entrenamos para distraernos. De hecho, Carr relata sus propias dificultades para escribir el libro. Nos cuenta que tuvo que hacer muchos esfuerzos para conseguir concentración y no dejarse tentar por las interrupciones digitales.
“Superficiales” está repleto de continuas referencias y ejemplos donde el autor justifica cada una de sus arriesgadas conclusiones.
Internet aporta de forma inmediata tantos beneficios, pero de mi relectura de “Superficiales” he aprendido dos cosas que quiero compartir. Primero, que después de demasiados experimentos fallidos, aún no encontré forma de resistir al impulso pavloviano de una notificación que anuncia un nuevo like en mis redes sociales o a controlar los posibles doble cliks que se me presentan cada vez que estoy en una página web. Y segundo, he aprendido que la única forma de evitar estas interrupciones, es apagarlas por completo. Espero no olvidarme.