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En ese marco fue que la comunidad educativa de esta escuela decidió cerrar sus puertas el viernes, para reunirse con vecinos y familiares de alumnos y canalizar de manera colectiva la tristeza y la impotencia a partir de estos hechos. Verónica Montanari, docente y delegada de Amsafé Rosario, habló de tres bancos vacíos pero no fue lo único a lo que apuntó en la charla con La Capital. "¿Qué medidas los gobiernos nacional, provincial y municipal están bajando para que esto no ocurra?", se preguntó.
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La escuela está ubicada frente al playón municipal Del Encuentro. Montanari contó que antes era un campito y que la creación de ese espacio fue consecuencia de un pedido de la comunidad luego del crimen de otro adolescente. Además de esta secundaria y del playón, en la zona hay dos escuelas primarias, dos centros de salud, la comisaría 19º y el Polideportivo Municipal Delitot. Es decir que se trata de una zona con presencia estatal, sin embargo la problemática de la violencia persiste. Nadie niega que el complejo de monoblocks ubicado entre Seguí, Espinillo, Juan XXII y Rouillón es un territorio en disputa para la venta de drogas. "Este lugar siempre fue complicado. Donde había un campito ahora hay un playón, pero la cuestión es que esto sigue así", resumió la docente.
Respuestas integrales
Hace años que en las escuelas de los barrios periféricos de Rosario repercuten las consecuencias de la problemática de la violencia urbana. La manera en la que cada institución la aborda tiene que ver con las herramientas a mano, con la voluntad de los docentes y hasta con la improvisación. En ese sentido es que Montanari remarcó la importancia de "políticas integrales". "La escuela no va a resolver el problema, lo que hay que pensar son respuestas integrales. El chico sale de la escuela y no tiene absolutamente nada para hacer. Se necesitan espacios culturales, deportivos", remarcó.
"Las situaciones de violencia que recibimos son un montón, pero queda todo en presentar un informe. Necesitamos herramientas concretas para que la escuela pueda cumplir una función, que recepcione una información pero que después el Ministerio ponga a disposición un equipo interdisciplinario que pueda continuar con lo que nosotros detectamos", analizó la docente. "Da mucha impotencia recepcionar, contener y quedar con las manos atadas porque no tenemos otras herramientas para poder resolver", agregó.
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Andrés Giura, docente de la misma institución, explicó que los alumnos suelen compartir con ellos sus preocupaciones sobre lo que pasa en sus barrios, cuando amigos o compañeros son víctimas de la violencia. "Se habla mucho de este tema con los chicos, ellos quieren y necesitan hablarlo. Lo trabajamos pero con los límites que tiene la escuela respecto de un problema que nos trasciende absolutamente", contó. "Este es el eslabón más débil de un negocio que trae la violencia al barrio, pero que sería imposible sin que existan eslabones más altos, que son los que no van a juicio o no van presos. Se ataca a los sectores populares como si fueran el problema de la cuestión, pero en realidad son los que lo sufren", analizó.
En ese sentido Giura concidió con su colega en la necesidad de "un abordaje complejo". "Ya mataron a dos chicos ¿qué viene después de esto, intentar solucionarlo militarizando el barrio?", se preguntó. "Un patrullero en la puerta de la escuela puede descomprimir la situación momentáneamente, pero no resuelve nada. Siguiendo esas políticas lo único que vimos es que se incrementa el problema", agregó.
El dolor de una familia
Durante la mañana del viernes, mientras docentes y vecinos se reunían en la escuela Lola Mora, a pocos metros de allí la familia de Valentín Solís pasaba sus peores horas. Se habían reunido a los pies de la torre 14 en la que viven una abuela, una tía y un hermano del chico. Valentín y su mamá Elisabeth también vivían ahí, pero se habían mudado a un barrio cercano un tiempo atrás. Sin embargo, por la cercanía con la escuela, cada tarde él pasaba un rato a saludar o a quedarse con amigos.
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En eso estaban cuando el jueves por la tarde fue asesinado junto a su amigo Eric Galli. Según el fiscal Adrián Spelta, a cargo de la investigación, los chicos fueron atacados por tres personas con "un arma de grueso calibre y de rápida repetición". Sin embargo restaba confirmar si se había tratado de una ametralladora o de una pistola manipulada para lograr ese poder de fuego. Lo cierto es que en la escena del hecho se hallaron 16 vainas servidas calibre 9 milímetros sobre las cuales hay pendientes peritajes para determinar si corresponden a una misma arma.
A su vez Spelta indicó que lograron identificar al menos a dos de los tres autores del doble crimen, aunque a pesar de haber realizado allanamientos no pudieron dar con ellos. En ese sentido indicó que uno de los involucrados es menor de edad, por lo cual también interviene en la investigación el Juzgado de Menores en turno.
En tanto, la mamá de Valentín manifestó su preocupación en dejar en claro que ni su hijo ni Eric estaban involucrados en algún conflicto. "Él se levantaba, se bañaba, comía algo, iba a la escuela, salía y se quedaba un rato acá, después se volvía a mi casa", contó Elisabet. "Él era un chico muy bueno, no tenía nada que ver con los ajustes de cuentas ni con las drogas", agregó la mujer.
Un barrio en rojo
"Yo conozco a los que tiraron, son pibitos, unos guachos que se quieren comer el mundo y lo hacen por maldad", contó a La Capital un joven que circulaba por la zona. "Yo vi que pasaron caminando y que después volvieron", agregó. En ese sentido hubo testimonios de vecinos que aseguraron que junto a las víctimas había un tercer chico, sobre quien indicaron que era a él a quien estaban buscando los homicidas.
En ese posible marco aparece la complejidad de lo que ocurrió con Valentín y Eric. También, más allá de si están o no conectados directamente, la relación de este hecho con la balacera ocurrida el miércoles por la noche donde resultaron heridos otros dos adolescentes. O bien con el ataque ocurrido el lunes en el playón Del Encuentro, a 100 metros de allí, donde un joven de 20 años recibió cinco disparos.
"Lo que pasa acá es que ya nadie puede vender en el playón", aseguró un joven con conocimiento de lo que ocurre en la zona respecto del narcomenudeo. Una trama acorde a esa lectura aparece en versiones callejeras del crimen de Laureano Lionel Pena, de 16 años, ocurrido el 12 de octubre pasado en el mismo playón. "¿Vos vendés?", indicaron que preguntó el homicida cuando tuvo al chico de frente. Cuando Laureno dijo que sí, y sin que medien más palabras, lo mató con tres balazos.
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En la misma zona había sido asesinado en abril de 2021 Brian Calegari, sobrino de una mujer vinculada a Pablo Caminos -ligado a Los Monos- y sindicado él también como vendedor de drogas. La mujer, Sandra Calegari, está imputada por un doble homicidio e investigada por lavado de activos. Fue detenida el pasado 2 de agosto, y en el barrio aseguran que desde entonces se recrudecieron los conflictos violentos en el marco de los reacomodamientos típicos del negocio.
Otro crimen
A escasos metros de la torre 14 en la que los familiares de Valentín lamentaban la muerte del chico, en la torre 11 se daba una escena similar. Eran los familiares de Gustavo Riveros, un hombre de 32 años asesinado a balazos la madrugada del viernes cuando al menos dos personas intentaron robarle el auto. No solo la cercanía de ambas viviendas unen a esta historia: un familiar de Riveros fue quien trasladó al hospital a uno de los adolescentes asesinados el jueves.
El crimen de Gustavo Riveros ocurrió pasadas las 2 en la zona de Liniers y Gálvez. Según describió el fiscal Adrián Spelta, la víctima estaba en su auto cuando fue abordada por dos personas que intentaron robarle. "Ante la negativa le dispararon", indicó el funcionario. Riveros alcanzó a describir a los autores del hecho, al igual que algunos testigos, y con esa información efectivos de la policía pudieron dar con dos sospechosos. A su vez, en un contenedor de residuos cercano al lugar de la aprehensión, fueron halladas dos una pistola calibre 9 milímetros y una 45.
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Los sospechosos fueron identificados como Lautaro Ángel B., de 18 años, y Matías Ismael G., de 19 años. Spelta indicó hay peritajes pendientes para establecer si fueron ellos quienes utilizaron las armas halladas en el contenedor.
Riveros trabajaba en la empresa Gerdau ubicada en Pérez. Nilda, su madre, dialogó con La Capital y contó que su hijo había salido para encontrarse con sus compañeros. "Tenía la despedida de año con los amigos del trabajo. Vino tipo 17.30, se bañó y se fue", contó. "Yo siempre lo esperaba acá adentro, cuando se iba y cuando volvía. Pero el problema es en la calle, porque ya no hay seguridad ni justicia", agregó.